El
libro reúne setenta cartas y misivas escritas en la década del 1920,
custodiadas por la familia
Del Campo y que llegado el momento decide entregarlas a la filósofa y miembro de
la Fundación María Zambrano, Mª
Fernanda Santiago, quien ordena los textos y realiza una introducción contextual
a la correspondencia y a su lugar,
Segovia; ciudad que Mª Fernanda recorre como "cuerpo de la ciudad para descubrir
el alma" de estas misivas.
Ciertamente
la filósofa fijó en su testamento la edición de la correspondencia que poseía
tras diez años de su fallecimiento. Ya han aparecido editadas otras
recopilaciones, mas ninguna carta de Gregorio; quizá Zambrano, al igual que en otros
casos decidió no conservar muchas de las cartas recibidas. En el presente
volumen sólo aparecen las emitidas. El cruce siempre favorece la riqueza, no
obstante esta muestra da buena cuenta de la tensión de una joven en años de
crecimiento, de formación, en los que el amor es tan señero. Así pues el
presente conjunto documental es sorprendente, pues la mayoría del corpus epistolar conservado en la
fundación homónima de la filósofa fundamentalmente aguardan cartas de contenido
más bien intelectual u otras
cuestiones amicales o referidas al exilio o las necesidades materiales que
padecía. Son conocidas las relaciones amorosas de Zambrano con su primo Miguel
Pizarro, con su marido -el historiador Alfonso Rodríguez Aldave- o con el doctor
Gustavo Pittaluga, pero quienes estuvimos cerca de María a su vuelta del exilio
manteníamos conversaciones diversas y ella confiaba sus cuitas, incluso sus
amores, y en ningún momento me informó de ésta ni del hijo
concebido
Más
allá de estas precisiones las cartas deben entenderse como propias de una joven
apasionada que abiertamente manifiesta contradicciones y dudas, cautelas y
desconfianzas, que anhela construirse a sí misma y sin vaciarse o abandonar su
proyecto vital. Es sorprendente la calidad expresiva de la adolescente y la
tensión intelectual sentida y manifestada a su compañero. A la sazón Zambrano
estaba inmersa en los estudios de filosofía y el los textos se refleja el pulso
de sus lecturas; por lo tanto el lector puede percibir la intensidad
comunicativa de la enamorada y la expresión de inquietudes conjugadas entre las
circunstancias personales,
familiares y del momento con frecuencia emitidas con el atrevimiento propio de quien se
dirige a una persona singularizada, su amor juvenil.
La
presente publicación es gracias a la generosidad de la familia por la
conservación y entrega de las cartas, a la acción del editor(Manuel Arroyo), y
sobretodo al esfuerzo de Mª Fernanda Santiago Bolaños. Esta asociación permite
llenar un vacío biográfico de la filósofa adolescente dispuesta a no perderse su
momento de amor "tanto más desesperado cuanto más consciente". El dolor y el
amor no se esconden, tampoco los silencios y la memoria, a los que sólo se
pueden soterrar mas nunca enterar definitivamente; siempre surgen y, en este
caso, como las calles de Segovia, que siempre conducen hacia arriba, en ascenso,
y nunca hacia el hondón.
Finalmente
se debe señalar la intensa introducción de la responsable de la edición, una
estudiosa y conocedora de la obre de la filósofa. La tarea de la escritora Mª
Fernanda Santiago Bolaños ayuda a
la contextualización en el lugar y
a la ubicación de los personajes próximos a Zambrano en esta etapa de su vida:
la ciudad de Segovia de inicios del siglo XX y dos jóvenes enamorados en proceso
de búsqueda y diseño de sus vidas en una España compleja. La ciudad se funde en
sus vidas, de ahí que llegado el momento "Segovia será un lugar de la
palabra", sus vidas se entregan en
las angostas calles segovianas y se entrelazan sentires
compartidos.
La
riqueza intelectual de los grandes intelectuales españoles del exilio es
sugerente. Necesitaban mantener
vínculos con los que permanecieron en España tras la guerra y entre sí desde
diversos puntos. Un modo de soportar el tedio, pues como refiere A. de
Saint-Exupéry, respecto de la contienda española en Un sentido de la vida, "una guerra civil
no es una guerra, sino una enfermedad". Esta correspondencia no responde al
exilio de la filósofa, pero sí otro lote de dieciséis cartas recientemente
logradas, dirigidas americanista
Waldo Frank y recientemente publicadas en la Revista de
Hispanismo Filosófico
(nº 17-2012). Los referidos diez años testamentariamente establecidos por
Zambrano para la edición de su correspondencia ya están cumplidos. Sus obras
completas empiezan a editarse. Aparecerán más cartas por ella emitidas y no
controladas. Será preciso habilitar un volumen que aglutine la mayor parte y
cargado de las necesarias citas y referencias de ayuda. Sin duda este conjunto
pertenece al primer periodo, posiblemente el menos rico en cantidad, pero
necesario para llenar huecos biográficos.
Selección de cartas
CARTA
III
Hoy 9 de
diciembre.
He sentido hace un momento
unas ganas muy grandes de escribirte porque me daba cuenta, fuerte y
serenamente, de que te quiero y de que estoy para siempre unida a ti. ¡Si tú
supieras lo q. he cambiado desde que te conozco y te quiero! Para que luego,
querido, me digas que no soy más que un amasijo de ideas. Quizá tengas razón,
pero entonces había que convenir en que las ideas son la medida de la persona,
su razón que la une a la vida y que es su vida.
Mira, dirás que soy rencorosa,
pero en esos momentos en que veía con claridad y espontaneidad lo unida
que estoy a ti, lo que soy y lo q. he evolucionado, en esos instantes, digo, han
sonado en mis oídos aquellas trágicas palabras y… yo no sé cómo decirte… Pero
no, no quiero hablar nada de eso porque mi orgullo y mi sentido aristocrático de
la vida me impide el defenderme de una injuria. Y es más, me molesta decirte
cosas buenas, que te hagan recordar aquellas molestas frases y ver su
injusticia.
Verdaderamente si a mí alguna
vez me procesaran, como no tuviese yo algo que representara para mí más que
ningún otro sentimiento mío, sería capaz de dejarme condenar por no
defenderme.
Y si vieses con la
indiferencia que miro todo y lo apartada de todo que estoy. Me encuentro por
completo en tu manera de pensar y de ver la vida; lo noto en cualquier detalle
(que son los que revelan la verdad) y en el estado general de mi alma, en las
impresiones que me dan las cosas; en fin, en todo. Por eso me indigna el que
nosotros mismos, que debemos mirarnos como una sola y misma cosa tengamos
esas disputas tan agrias, es gana de fastidiarnos nosotros mismos. Mira, en
verdad te digo que entre nosotros dos no nos debemos ofender y molestar por
nada; cuando procedamos mal en algo, eso sí, avisarnos y detenernos, pero
serenamente y sobre todo sin enfadarnos el uno contra el otro; eso es lo único,
lo verdaderamente malo, lo que puede tener importancia; lo demás con cariño y
confianza se resuelve muy fácilmente.
Y pensar, querido, que a estas
horas irás solico en tu asiento del tren, hacia tu tierra, hacia tu madre y yo
aquí escribiéndote…
Si vieras cómo he sentido tu
falta hoy; esta noche, cuando tomaba café después de cenar, qué penica me da!
cuánto sentí la falta, tan bien como estuvimos anoche. Y pensaba en cuando le
tomemos todas las noches junticos, después de haber trabajado en el día, ya
solicos, entregados sólo a querernos, qué bien!... Parece que ya siento la
emoción de esas horas llenas de dulzura y de paz, todo estará calladico a
nuestro alrededor, y el aire y las cosas todas tendrán un aroma y una expresión
de esa calma llena de efluvios de pureza y de felicidad. Mira, será una
habitación no muy grande, con mucha luz, pero velada de un tono claro para que
nos envuelva y nos recoja mansamente en una atmósfera que nos aísle del mundo;
allí estaremos queriéndonos. Y en invierno tendremos una chimenea encendida,
verdad? Y todo será muy bonico, muy bonico y nosotros más (Oye: verdad que me
quieres?)
¡Qué penica este tiempo que
tendremos que estar separados y con pocas esperanzas de vernos! pero mira, yo
creo que nos servirá para trabajar y probar la fortaleza de este querer y yo
creo que para llegar a esa dicha es menester antes merecerlos en días duros de
trabajo y ausencia. En ese tiempo desde que tú acabes hasta que nos unamos para
siempre, hemos de forjar nuestra vida futura y nuestra dicha; porque, querido de
mi alma, hasta ahora poco hemos hecho; todo ha sido sentir y esperar, pero
hacer, poco, querido, mejor mucho, porque hemos hecho que nos sintamos en
condiciones para trabajar por nuestro ideal y hemos hecho el ideal; ahora
a trabajar por conseguirlo.
si te tuviera a mi lado con
qué fe te abrazaría y con qué pureza! te abrazaría sólo con el alma. ¡Qué
hermoso es, queridísimo mío, sentirse el cuerpo transparente y sin peso, sin
personalidad propia, sólo sostén del alma, su expresión material. Pero
esto no ocurre siempre ¿verdad? ¡Y qué le vamos a hacer… si eso fuera siempre,
entonces, trabajo, lucha, purificación, redención, serían palabras huecas y sin
sentido. Nuestra marcha sobre la tierra se funda precisamente en que hay mal, en
que hay instintos bajos que espiritualizar, que redimir; nuestra labor es
esa: elevar lo inferior, hacer de las cosas materiales cosas transidas de
espíritu, de alma, de pureza. Pero eso es difícil y no se consigue siempre, y
sobre todo tenemos que ver una cosa: que llevando la marcha de querer elevar y
purificar cosas bajas, no es nada extraño que muchas, muchísimas veces lo
consigamos, pero en cambio otras, bien porque nuestra energía espiritual esté un
poco apagada o porque la material esté en auge, no nos sea posible conseguirlo y
nos veamos reducidos en vez de a dos almas sin cuerpo, a dos cuerpos sin alma.
Debemos deplorarlo, sí, porque es triste, pero no desesperar por ello, porque
nos pasará, querido, nos pasará. Es fatal.
En fin, que estoy contenta,
muy contenta, muy contenta y lo estaré aún más. Sólo deseo queridísimo de mi
alma que tú veas todo lo que digo tan claro como yo, no por mis pobres palabras
sino porque te nazca de adentro y te inunde el alma de luz, como una bendición
de dios.
¡Que él te bendiga que ya vas
a tener la dicha de estrechar a tu madrecica de tu alma contra tu pecho
acuérdate de mí en esos momentos de divina dulzura!
Quizá esto no sea muy a
propósito para mandar ahí, a tu casa; pero tu madre tiene un corazón muy grande
y una sabiduría que nace de él y si acaso se lo lees sabrá comprenderlo, te lo
mando porque creo que te servirá de algo.
Adiós hijico mío. Te veo
solico en el tren ¿cómo estarás? Cuando esta recibas estarás con el alma llena
de alegría en esa bendita familia.
Muchos besicos a tus
hermanicos. ¿Les gustará el retrato? a tu madre un abrazo fuerte, muy fuerte y a
ti otro fuerte también y puro y un besico en el q. va lo mejor de mi alma. Tuya
que te quiere.
María
Perdóname si en algo te
molesto. Adiós, queridico de mi alma. Adiós. Te vuelvo a besar y también a tu
madre.
CARTA
IX
12 de mayo
Te voy a escribir, quizá por
última vez, cuando el estado de mi alma es menos a propósito para hacerlo,
cuando el dolor callado y profundo, ese dolor que no salta ha sustituido en ella
a otros sentimientos menos duraderos, pero más asequibles a ser
expresados.
Sin embargo así lo he querido;
he contenido dentro de mí en estos días todo un volcán de sentimientos ardientes
y exaltados que surgieron en mí al conocer todo el valor de mi desgracia, pues
al leer tu carta el jueves no me di cuenta de todo lo que significaba y ¡cómo me
iba a dar! cómo iba yo a ver que tú, que mi niñico en quien yo tenía
todas mis esperanzas, en quien confiaba como en un dios, cómo iba yo a creer q.
me iba a juzgar de una manera tan injusta y tan soez. Han pasado ya dos días y
aún no lo creo, ni podré nunca creerlo en la vida. Di, es posible que insultes
de ese modo a quien no ha tenido más pecado que el quererte con toda su alma, a
quien te hubiera dado su sangre gota a gota, a quien ahora mismo te perdona todo
el destrozo que has hecho en lo más delicado y noble de su alma, en
aquello que por mejor he tenido consagrado a ti. ¿Y es que tú no sabes, di, no
lo recuerdas? no recuerdas que esas cosas que ahora «te da asco el recordar» y
que has hecho por transigir «conmigo», han partido casi siempre de ti y se han
realizado por ser esa tu voluntad, y demasiado sabes que para mí, a
veces, han sido verdaderos sacrificios, pues yo ni lo deseaba ni sacaba
nada de ello, más que la satisfacción de haberte complacido y de servirte de
algo. ¡Que te he ensuciado yo! yo que en esos momentos he albergado en mi alma
sentimientos tan puros e inegoístas como tú «el limpio» jamás podrías ni soñar.
Y si ha habido disparidad en esos actos, es a mi favor, puesto que tú, según se
deduce, los hacías empujado por la vil necesidad material y por debilidad de
oponerte, y yo, yo la «sucia» ni sacaba nada materialmente y los hacía sólo, lo
entiendes?, sólo por cariño hacia ti y por no negarte nada. Y eso tu conciencia
lo sabe.
Y además si yo hubiera
pretendido engañarte y hubiese hecho esas cosas como las hacen esasque tú
nombras tanto, por estar en espíritu cerca de ellas, (aunque te creas lo
contrario), no te hubiese hecho alto a cada momento para hacerte examen de
conciencia ¿es que también se te ha olvidado que yo siempre he hecho todo lo
posible por mantenerte despierta y tranquila la conciencia, así como las
seguridades que tú me dabas acerca de ello.
Y a ti que tantas nauseas te
producen los demás, no te dan ahora de ti mismo, di, no te da asco y vergüenza
de decirme lo que me has dicho tan sin justicia y tan sin razón, descargando en
una pobre mujer que sólo tiene fuerza para quererte y admirarte, descargando en
ella toda la hiel de tu alma. Di, sé bueno una vez más (ya que otras muchas
veces lo has sido y ya ves cómo a mi la pasión no me ciega) y baja a tu
conciencia, a la verdadera conciencia reflejo de la verdad y no de las pasiones
egoístas y malas, y ella te dirá cómo has faltado con tus palabras injustas y
soeces ante todas las cosas buenas y profundas de la tierra. Mira cómo yo,
siendo
tan sucia, me desnudo de todo
rencor, de toda indignación para hablarte con la verdad y porque no ves mi
corazón, que en estos momentos está lleno de ternura hacia ti.
Dime, queridico mío, qué es lo
que hay en tu alma para que te se [sic] nuble la razón de ese modo? Porque una
de dos: tú has estado conforme durante meses enteros con ciertas cosas (y no por
estar envuelto en ellas, pues han transcurrido muchos días sin que ocurran) y
hasta contento y me has alentado a mí muchas veces, y ahora te da asco sólo el
recordarlas, ¿cómo explicarlo?
En fin tengo la cabeza hecha
un bolo, me duele y me duele todo el cuerpo y toda el alma. no te digo lo que
quisiera decirte pero comprendo que tampoco me es posible ahora el hacerlo.
Además que Leandra sigue mala y te tendré que mandar esta con su hermana que se
irá enseguida.
Y no tengo fuerza para decirte
todo tu proceder pues estoy completamente agotada por el dolor y llena de cariño
y de ternura hacia ti, tanto que como tu madre, en una carta que yo tengo te
digo que si me matases te lo perdonaría y moriría con gusto. Sólo te deseo una
verdadera conciencia y limpia y sana y una vida buena y feliz. No tengo fuerzas
ni para decirte más, ni para sostener la pluma siquiera.
María
Ayer no me levanté; estuve
bastante mal; hoy estoy mejor, pero abatidísima; el médico lo ha
notado.