PRELIMINARES
ANTE UN SECRETO (por Miguel Veyrat)
Ars totum
requirit hominem
Zósimo de
Panópolis
Inma Chacón, en
este su tercero y muy maduro libro de poesía, ha decidido abordar todo lo
secreto que los romanos nombraban con la palabra Arcanum. Heinrich Khunrath, uno de los
grandes cabalistas y estudiosos del esoterismo, solía decir que los secretos se
envilecen siempre cuando son revelados, pues de ello resulta una profanación. Yo
afirmo que esto no es cierto, al menos cuando la revelación procede de la
poesía, pues se trata de la única vía al conocimiento que puede abordar la
claridad sin dañar la transparencia, ya que en su afán de indagar en aquello que
permanecería oculto sin ella en la heroica lucha del ser humano ante la
oscuridad de su destino y lo inevitable de la muerte, no alberga la intención de
codificar, y por tanto “profanar” lo sagrado (que es en esencia lo arcano), para
constituir en su tibia entraña nuevas sectas y comportamientos religiosos. Tal
como nos recuerda la Razón Poética de
María Zambrano, elaborada en concordancia con el Heidegger de la Sentencia de
Anaximandro: “La esencia poética del pensar guarda el reino de la verdad del
ser”.
He pedido pues permiso
a la poeta Inma Chacón para eludir el venerado término de prólogo, y que me permita titular estas
líneas como limen —dintel, pero
también meta—, pues en sus umbrales resulta más evidente la neblina que precede a las fronteras que
la palabra nos permite penetrar antes de abordar su último fin, el pensamiento y
su intercambio con el Otro. El Logos no supone razón ni luz en si, como algunos
pretendieron hacernos creer, sino que traza la vía que puede hallarlas si se
camina con honestidad con el báculo del ostinato rigore horaciano que también
usaba el gran Leonardo, para quien el arte siempre era, antes que nada, una cosa mentale. Y aún así, la luz de
la razón obtenida de este modo, no es a menudo sino un humilde cepo: quicio del conocimiento en el que un
poeta, como Inma Chacón, por ejemplo, no quiere que nadie se pierda como nos
advierte en su poema “Camina Por delante de sus pies: Ocho de copas”.
La misma Madre Coraje
que al amparo del “Ocho de Copas” vela por nuestro destino, se atreve a algo
más. Asume con osadía la tradición del Tarot, una de las muchas que han
pretendido guiar al hombre entre las brumas del azar, recuperada al parecer por
el mismísimo Hermes Trismegisto en su Tabula Smaradigna (Lo que está arriba es igual a lo de
abajo) y compartida por Zósimo de Panópolis, padre de la más antigua y
creíble alquimia egipcia, para reconstituir en su práctica las claves del
secreto de la realización del hombre (El
Arte requiere al hombre por entero). Esa longuissima via de los alquimistas
habría sido escasamente penetrada a lo largo de la historia, si no fuera por
ciertas mentes privilegiadas como la de algunos grandes poetas, Pound, Rilke,
Machado, Yeats, Juan Ramón, T. S. Eliot, fray Juan de la Cruz, que han vivido en
su recorrido las similitudes entre las dos Artes Magnas, poesía y alquimia; pero
sobre todo ha podido revelarse a los estudiosos a través de la excepcional obra
científica del profesor Jung, en su reconstrucción de los arquetipos más ocultos
de nuestro ser, simbolizados en su célebre Nachtseite: el Misterio, que de nuevo
nos envuelve en este texto, pero ya integrado en el concepto de sincronicidad que supone la coincidencia
entre sujeto y objeto al hablar de poesía.
Y como algunos lectores
pudieran preguntarse precisamente ahora qué tiene que ver todo lo anterior con
lo que siempre pensaron que era la poesía, aclararé de inmediato que creo que
Inma Chacón, como el verdadero alquimista que buscaba el aurum non vulgi, y al que poetiza en
estos versos,
Nadie le dijo
a cada mano
cuánto podía
esperar la una de la otra.
No hizo
falta.
El peso del
vacío
las
delataba.
sabiendo que proyecta
sobre toda obra material los procesos inconscientes que aspiran a su realización
como “hombre de luz”, ha situado en tan primitivo y excelente ejemplo su propia
poiesis —es decir la acción o vía de
conocimiento que transforma y otorga continuidad al mundo reconciliando al
pensamiento con la materia, al Ser con su agónica Casa, la Naturaleza—. La
poesía siempre nos despierta del sueño dogmático de la razón normativa. Nos hace
ser libres —y por tanto desprendidos—, tanto en su práctica escrita como a
través de su lectura.
El esforzado lector de
este género tan aparentemente hostil como es la poesía, dispone de sobradas
fuentes como para informarse de sus
correspondencias con la antiquísima arte adivinatoria del Tarot (partida a la
que nos invita nuestra pitonisa en este libro, haciendo también suyo el motto de Huizinga, la cultura humana brota del juego, como
juego, y en él se desarrolla); solamente subrayaré que para su útil manejo,
como para la lectura y comprensión de la poesía, no se precisa de cálculos
científicos ni de irrefutables comprobaciones metodológicas: su teoría se apoya
en la contingencia de la Naturaleza, y también en gran parte sobre los
conocimientos transmitidos por vía semiótica entroncada con la Kabbalá,
considerada por el reputado ocultista Eliphas Levi como la primitiva fuente de
la Tradición Divina y Humana de Occidente.
Este juego de reflexión
adivinatoria, establece una analogía entre los símbolos de sus cuatro palos, las
cuatro letras del nombre de JHVÉ o Tetragrammaton y entre los diez
Sephiroth con las cartas menores de cada serie. Establece asimismo las
correspondencias entre los veintidós Triunfos y las letras del Alfabeto hebreo,
dotadas de una importancia simbólica considerable. Las figuras del Tarot representan arquetipos, sí, pero aquello
que sugieren está en constante flujo o evolución en la mente humana. No expresan
ninguna doctrina establecida y, muy al contrario, nos liberan de cualquier
atadura: Estimulan la libertad de ese poder iluminador (la misma poiesis, que en el mundo esotérico del
que hablamos se equipara a la presciencia) que posee al artista y que
le fuerza, prácticamente, a crear, nombrar, erigir, fundar, establecer. Los
símbolos del Tarot constituirían pues el alfabeto de una peculiar “poesía
universal” que tan sólo pretendiera saber qué es lo que “podría” suceder aquí abajo. El sabio, el poeta, el
Maestro Hermético o mistérico, se aleja del modo más radical de las
contingencias de la vida, al tiempo que asciende en su escala
iniciática.
La misma distancia
mencionada o ascenso poético —en su caso, pero también en el juego espiritual y
alegórico practicado en este libro, como hemos dicho— es lo que ha permitido a
Inma Chacón sumergirnos en la carnalidad palpitante de su poesía, matizada de un
sutil erotismo que vibra en lo aparentemente anecdótico de lo cotidiano, pero
que se dota súbitamente, al conjuro de su sabiduría de poeta, de una importancia
vital para seguir leyéndola, para seguir viviendo en su escritura.
Como sucede, y no es el
único ejemplo, en el increíblemente hermoso poema dedicado a “Los amantes”. Esa
distancia es también la que le permitirá mostrarse en ocasiones abiertamente
reivindicativa como mujer enfrentada al patriarcalismo que de continuo retoña (a
menudo con gran complacencia general), en la actual sociedad española; o clamar
abiertamente en un poema que critica con dureza la obsoleta organización de la
francmasonería —nada que ver con el ocultismo, por cierto— regular, deísta y
misógina, anclada en el S. XVIII. Tal distancia le posibilita a abrirse a la
universalidad de su género en “Las Siete mujeres fuertes”, tanto como para ser aún más dura y militante ante
la impunidad de que gozan todavía los verdugos franquistas, en los bellos versos
dedicados a la “Memoria de las siete
personas asesinadas en 1939, enterradas junto a la tapia del cementerio de
Casavieja (Ávila), en una fosa
común abierta el día 14 de marzo de 2009.”
Pero hay algo más, algo
mucho más hondo, que este viejo poeta que ha querido escribir hoy de modo
preliminar, no logra sustraer del todo a la neblina del limen de estas páginas
que siguen, sin caer en una emoción insondable. Se trataría de aquel enigma que
logra enlazar, en medio del entramado universal de las estrellas y las entrañas
ígneas de la tierra, las manos de los muertos. Recordaré pues, para intentar
explicarlo, unos versos de la gran poeta argentina Olga Orozco, dedicados a la
muerte de su amada Alejandra Pizarnik, que me hacen revivir la historia
turbadora de las fronteras que siempre unirán sobre sus puentes luminosos a esta
Inma Chacón de ahora, con la Dulce hermana muerta en el relevo de escrituras que
fue asumido, madura y duramente, en el mismo instante del duelo. Escuchen
aquello que decía Olga a su Alejandra en la “Pavana del hoy para una Infanta
Difunta que amo y lloro”:
Pero otra vez te
digo,
ahora que el silencio
te envuelve por dos veces
en sus alas como un
manto:
en el fondo de todo
jardín hay un jardín.
Ahí está tu
jardín,
Talita
cumi.
Ese conjuro expresado
en arameo e invocado para resucitar a una niña, en una de las más bellas
historias de la leyenda de aquel buen carpintero de Nazareth que nunca hubiera
debido ser exportado de Galilea, late también a lo largo y hondo de este libro
como un gemido de esta autora que acaso crea, de modo impalpable, no tener
derecho en cierto modo a dar su propia savia poética a quien se engendró un buen
día en la intimidad del mismo atanor de su carne y sangre y se fundió luego en
el viento. ¡Talita Cumi! Ya no hay secretos aparentes, pues juntas alentarán
siempre las dos hermanas, aunque sólo una escriba ahora excelentes versos entre
nosotros. En el fondo de todo jardín hay siempre otro jardín. Posiblemente el
único arcano verdaderamente impenetrable, que se llama amor. Fraternidad se
llama.
Sevilla,
2011