”En España todavía hoy escribir es llorar, —repetía el gran marginado al
glosar el ocultamiento del poeta que fuera uno de sus más leales amigos—, porque
el renombre, y por tanto la oportunidad de ser leído, de un poeta, está basado
tan sólo en su actualidad”… ¿Por qué? “Porque en España, las reputaciones
literarias han de formarse entre gente que, desde hace siglos, no tiene ni
sensibilidad ni juicio, donde no hay espíritu crítico ni crítica y donde, por lo
tanto, la reputación de un escritor no descansa sobre una valoración objetiva de
su obra”. La sentencia de Luis Cernuda, vigente por desgracia,
es a mi juicio
base imprescindible para un intento de abordar con
solvencia los desafíos que afronta de modo continuo la poesía que escribimos en
España.
Y sin embargo, la cruel historia que se preparan ustedes a
conocer en la lectura de la obra completa de Javier Egea, que comprende desde su
primer libro
Serena voz del viento (1974), hasta
Raro de luna, el
último publicado poco antes de su automarginación definitiva en forma de
suicidio en 1999, no es sino consecuencia del reparto de los despojos de las
vestiduras de la poesía que de modo nada evangélico han realizado una vez más
contemporáneamente algunos jefes de centuria, entre editores y poetas, ansiosos
de la ganancia que podía deparar el advenimiento de la “buena nueva” que
anunciaba ingenuamente el ansiado fin de la dictadura y el inicio de una
placentera epifanía apoyada en la ahora llamada “Transacción” —de modo
evidentemente irónico, pero con visos de realidad.
A la ira ciudadana
actual debida a la descomposición política, económica y social en los modos
democráticos adquiridos desde que se restañaran los restos del río de sangre
vertido hará ya tres cuartos de siglo, se une el deseo por parte de algunos
intelectuales responsables, como Manuel Rico y Pepo Paz en este caso, de
desenmascarar el entierro voluntario de parte de una herencia poética que
aparece imbuida no sólo del espíritu de sus padres más activos y evidentes
—
tanto
trasterrados como enterrados en vida en la península—, a
la par que los verdaderos protagonistas de la poesía más comprometida en los
años transcurridos desde aquella fallida, ingenua promesa, de “explosión
literaria” tras el franquismo. Como si el talento dependiera de los votos y los
miles de carreras y concursos de belleza entre poetas organizados por los
ayuntamientos, instituciones y/o elegantes mecenas especuladores, que deseando
lucir la
cosmética del jazmín de la poesía, han contado con jurados
parciales de escritores, unidos a algunos espurios elementos editoriales “con
voz pero sin voto”, pero encargados de recaudar los denarios localizados a
través de sus agudos visores.
Muchos viven la misma suerte que
debía padecer más adelante Egea, mientras los más listos crecen, se multiplican,
se ramifican desde el grupo formado en un coqueto Corleone
alpujarreño
Tras quienes gozaron del dudoso privilegio de haber nacido unos pocos años
antes de la contienda y que formaron su propia “generación”, luego
desfilaron los exquisitos venecianos con interesadas ayudas para que distrajeran
de todo compromiso excesivo; después llegaron los neosentimentales, místicos,
malditos, filósofos, silenciosos, figurativos y demás “tendencias”; entre ellos,
quienes recuperando las voces que sembró Gramsci desde sus cenizas, se
entregaban a ampliar el espectro progresista de la poesía española sin residuos
epigonales y con voz propia, renovada. Sería demasiado tedioso para el lector
enumerar aquí el canon de los eminentes maestros apartados del camino por no
prestar la debida obediencia a los partidos supervivientes del desastre de los
años treinta, y lamentable olvidar algún mérito en tan breve texto como el
presente entre aquellos que se empeñaron, sacando fuerzas de flaqueza y
jugándose libertad y patrimonio, en contar en verso la historia verdadera de
aquella longa noite de pedra con la voz insobornable que suelda la poesía
con la realidad.
Muchos viven la misma suerte que debía padecer más
adelante Egea (3), mientras los más listos crecen, se multiplican, se ramifican
desde el grupo formado en un coqueto Corleone alpujarreño de comunistas recién
bautizados y bien dispuestos para halagar y servir al poder como guardias de
corps en la propaganda electoral; para ello se dejan acompañar por falangistas
enmascarados, neofranquistas aznareños, bodegueros felipistas y hasta algún
legionario de Cristo a quien el Opus Dei pareciera demasiado liberal; sujetos
todos a la ley de la omertá en el secreto de la cueva de Alí Babá, cuentan con
sus propios guardianes de la ortodoxia familiar. ¿Cuál será tal ortodoxia que
comienzan a ejercer de modo fundamentalista unos elementos de procedencia tan
diversa? ¿Qué los une?: Es el propio poder, aquel que corrompe hasta el
lenguaje, heredado del paternalismo cultural franquista —“con los ascensores
funcionando”—, como tantas otras cosas que no han podido o querido cambiar. De
todo ello es testimonio ejemplar la historia del poeta Egea, que entra ahora de
pleno en los anales de lo que dimos en llamar genéricamente “la democracia”.
Historia que ha narrado de modo más documentado, sutil, objetivo y discreto que
el mío el crítico, novelista y poeta Manuel Rico, suministrando las claves
necesarias en un texto que abre la edición preparada por José Luis Alcántara y
Juan Antonio Hernández García, eficaz y sin concesión alguna.
Dotado
Egea de una voz no peor que quienes le acompañaron en la fundación de aquella
“La otra sentimentalidad” (4), su sonido y sentido sonará ahora singularmente
“nueva” para miles de lectores españoles, dejando en la conciencia agria de sus
censores el poso de las estúpidas razones aducidas para justificar una
marginación de tantos años, basadas —a tenor de lo publicado— en el alcoholismo,
depresión y en todo aquello que pudiera llevar a los espíritus filisteos a
condenar la “mala vida” nocturna, el sexo siempre dolorido en su oscuro enigma
que sin embargo constituye el patrimonio de tantos poetas —hayan decidido o no
morir antes de tiempo. ¿De qué o de quiénes, de qué buena o mala entraña depende
decidir en grupo el acoso de otro “de los nuestros”?, ¿Hubiese resultado más
cómodo tal vez para sus supuestos amigos dejarlo pudrirse en un manicomio y
sacarlo de paseo de vez en cuando para exhibirlo como un maldito mono sabio
escribidor de poemas, como sucede en otros casos? ¿O quizá aguardar una buena
mañana al levantamiento de su cadáver sobre los adoquines húmedos, para llenar
después de rosas y botellas de coñac su estela de polvo blanco, como en la tumba
de Poe pero en el Paseo de los tristes?
Javier Egea:
Canal Sur, 6-11-2008 (vídeo colgado en YouTube por
codecom)
Empédocles, el más famoso de los primeros pensadores
suicidas, quizá se arrojó a las llamas del Etna para comprobar personalmente si
en lo hondo del abismo nacían las raíces del odio y el amor que hacen vibrar los
cuatro elementos que dan forma a las contradicciones de la materia, al hacerse
humana. Se arrojó a las llamas —filósofo y poeta por entero, capaz de dar su
vida por el pensamiento puro, haciendo buena una recurrente metáfora poética.
Otras y otros se ejecutaron en las aguas del Pacífico, en las del río Ouse o en
las del Sena; tragándose una bala de plomo, bailando del cabo de una cuerda en
el vacío o pudriendo su privilegiado cerebro en los aires ulcerados de la
química o el opio. Cientos de poetas viven y trabajan, felices o no, actualmente
en España. Y con mejor o peor suerte, unos deciden matarse y otros no; también
con mejores o peores contactos sociales —como advertía Luis Cernuda— y para
suerte suya, pueden medrar junto a pequeños editores honestos que saben
reconocer una obra rigurosa, bella y original que pueda proporcionar unos
momentos de felicidad al lector de poesía, arriesgándose a publicarla.
El ejercicio de la poesía no trata
de cambiar el mundo, ni siquiera de entenderlo; intenta construirlo, desde sus
desechos no rentables, para uso tanto privado como
colectivo
El suicidio de un poeta, además,
suele “vender”, como también ha pensado no hace mucho un joven escritor deseoso
de notoriedad que se ha atrevido a publicar una “Antología de Poetas suicidas” o
algo así, de la que ustedes me dispensarán facilitar referencias. Muchos de
ellos tendrían derecho a acceder a peldaños más altos, que sólo pueden consistir
en allegar más y más lectores, no en acumular premios que sin embargo son los
únicos que ayudan en este país de gregarios a ser más leído y apreciado
socialmente. Si existiera por el contrario en la parte oriental de la Península
que nos ha tocado en suerte, una sociedad de lectores verdaderos la suerte de un
escritor dependería tan sólo del juicio decisorio de esos lectores de poesía que
compran y leen libros pagando de su bolsillo (5), sin depender del apoyo de una
u otra secta cuyas presiones pueden resultar letales para determinados
caracteres.
Se suicida aquél para quien la vida ya no merece ser vivida,
como recuerda Albert Camus abriendo su Mito de Sísifo. Sus razones
últimas permanecen para siempre en el secreto. Por muchas claves que creamos
adivinar, nosotros sólo podremos “suponer”. A la voz de Egea debemos dirigirnos
pues por tanto para no especular indagando en el testimonio vital legado por sus
versos, esos “amigos verdaderos que componen el pequeño pueblo en armas de la
poesía”, como manifestó en su primer soneto, inédito hasta figurar
testimonialmente en el manifiesto de “La otra sentimentalidad”,
ya que fue escrito para tal ocasión influido por el poema Eternidades de
Juan Ramón según atestigua Manuel Rico. (“Poética” es su título, y a mi modo ver
aparece también determinado por la lectura de un verso emblemático de Celaya,
uno de sus poetas de cabecera de la época).
El ejercicio de la poesía no
trata de cambiar el mundo, ni siquiera de entenderlo; intenta construirlo, desde
sus desechos no rentables, para uso tanto privado como colectivo. Sirve para
cantar y contar angustias, o celebrar gozos empuñando la palabra y la música en
versos verdaderos encarrilados a la busca de la belleza, ese lugar que nunca
llegan a conocer los cobardes. Sirve para sentir ese mundo distinto construido
con música, palabras y emociones; para notar cómo palpita al compás del latido
de nuestra propia sangre: Así lo creía Javier Egea y esa fue la intención de la
poesía que pudo escribir a lo largo de sus siete libros publicados. Su obra
aparece embriagada en la fiebre del amor por la humanidad y la justicia, en una
búsqueda agónica de razones para vivir y entregarse con el ímpetu de la palabra
justa, medida y adecuada para preñar el corazón del otro, precisamente en un
mundo del que él ya sabe con certeza que “No No era este el lugar”. Ya pisa en
el territorio de la muerte presentida, que no va a tardar.
Hay
que salir de aquí
hacia otra tierra
para volver un día con
el agua en la frente
con el fuego en las manos,
con el
grito en las alas.
Dice sin embargo su principal exégeta que este
poema, “Ciudad del asedio” en que la protagonista es la alondra, podría ser “la
metáfora de un tiempo mítico —¿la Segunda República?— en que el sujeto poético
constata la dificultad que supone construir el futuro liberador con el que
sueña”. Egea, con su lenguaje audaz siempre dispuesto a modificar los puntos de
fuga individuales sobre el mundo para unificar todo aquello capaz de ser
compartido: incluido el amor, por muy diferente y difícil que pudiera resultar
su práctica, como “pronta agonía”, con “sangre por las palabras” y “al filo del
puñal”. Sin embargo, no todos en su grupo, se deciden a asumir con la misma
entrega la ideología y los términos teóricos y expresivos del materialismo
(“Materialismo eres tú”, se titula uno de los poemas del libro Paseo de los
tristes) que siente, estudia y asimila este poeta cuyos orígenes sociales
no “debían” llevarlo a tal camino.
Con su elección de compromiso Javier
Egea consuma el alejamiento de la estética oportunista que ha comenzado a
practicar el núcleo rector del grupo
Pronto parece estar claro que
tampoco el grupo primigenio era su lugar. Como un día nos recordaba a
todos Valente y trae ahora a cuento Manuel Rico, “donde acaba el grupo comienza
el poeta”. Y Egea afinca sus raíces en la única tierra firme en la que cree y
sobre la que merece la pena asentar el arte y su propia vida, una misma cosa:
“una suerte de marxismo heterodoxo en el que caben el irracionalismo y la
realidad de los sueños sobre un hilo conductor reconocible, de origen realista”,
como comenta el crítico Manuel Rico, añadiendo que Egea fue tal vez el único
poeta de su generación que asumió sin complejos la terminología del marxismo
hasta trasladarla al poema y darle una dimensión nueva. Es en efecto su obra
poética la que regresa ahora como alondra hasta nosotros, para ser ungida con el
agua en la frente, el fuego y el grito prendidos en las manos y en las alas en
pos del sueño liberador. Y bienvenida sea. Es la diosa razón, sí, consagrada por
la Revolución francesa y asumida por entero en el ideario republicano , pero la
razón creadora, tal como la concebiría María
Zambrano, razón utópica ofrecida por esa maestra del
pensamiento
poético, y “revelada” entre los claros del bosque de las
ideologías. Palpitaciones todas de una impaciencia en la esperanza congénita,
que hacen de la vida un continuo “anhelar, esperar, querer”.
Con su
elección de compromiso consuma el alejamiento de la estética oportunista que ha
comenzado a practicar el núcleo rector del grupo, en alianza con los mismos
editores malsines que se benefician largamente de las subvenciones que la égira
felipista les concede, ansiosa de bendiciones y medallas culturalistas que
adornen otras desviaciones más graves. Egea escribe ya “una poesía distinta,
total, poliédrica, intimista y civil a la vez”, que carece ya de todo tipo de
conexión con los poetas que nacieron a la vida literaria junto a él. La
publicación de Troppo mare y Raro de luna confirman la ruptura
definitiva, aunque ya a lo largo de los veinte años precedentes su obra había
permanecido ausente de toda antología o censo de poetas en ámbitos locales o
nacionales, controlados prácticamente en su totalidad por los que ya eran amos
de la cancha como poetas “figurativos”—uno de los oxímoron más pintorescos que
haya dado la historia de la literatura española.
y yo desnudo aquí y
en público sangrando
como si nunca nada me hubiera sucedido.
Hoy sólo sé que existo y amanece.
Desnudo y solo
vive Egea en el poema “Leer el Capital”, conmemorando el libro de Althusser que
constituyó la biblia de todos los jóvenes antifranquistas de los años sesenta y
setenta. Althusser en su teoría política, la que bebe Egea ávidamente, concibe
el poder del capitalismo como una combinación de sus aparatos represivos,
Estado, Ejército, Policía… añadidos a sus aparatos ideológicos representados por
la escuela, la Iglesia, la prensa, los partidos políticos, etcétera. Algo que
todos los españoles de la época sabían ya de memoria por experiencia propia y
estaban dispuestos a olvidar. Mas Egea sigue convencido de que todo ello existe
todavía, a pesar de un pacto constitucional apoyado con bayonetas en los
riñones. Y por lo tanto, también constata que no amanece y que se ve obligado a
existir en ese raro magma, “a boca de parir”.
Althusser asesinó a su
mujer Héléne Rytman el año 80 en el pico de una crisis depresiva de la que se
acusó moralmente a su psicoanalista y colaborador en tareas de pensamiento
Jacques Lacan —que había definido el suicidio como “el único acto humano que
tiene éxito sin ningún fallo”—, a quien también admiraba nuestro poeta y a quien
el filósofo llamaba “El Góngora del psicoanálisis”. La derecha asoció de
inmediato marxismo y crimen (el suicidio de Nicos Poulantzas en el 79 tampoco
ayudó) (6). En España, por la misma época sucedía que en el IX Congreso del PCE
(1979) Santiago Carrillo, en contra de las corrientes mayoritarias del PCE,
convirtió el viejo Partido revolucionario en una organización socialdemócrata al
disolver su sistema celular y sectorial con su decreto de territorialización,
bien que forzado por las circunstancias del pacto de la “Transición”
anteriormente citadas, hasta que en 1982, el PSOE que desde el comienzo de la
democracia en España se había presentado a las elecciones como un partido
marxista proclamándose como primera fuerza de oposición en el gobierno, abandona
asimismo su ideología fundacional ante la amenaza de dimisión de Felipe
González. Paralelamente, el ensueño europeo comienza a diluirse en el ácido de
las doctrinas de Milton Friedman, adoptadas y ejecutadas por Thatcher y Reagan,
aplicadas de modo sangriento en Chile y Argentina y finalmente transferidas con
el discreto nombre de “neoliberalismo” hasta el corazón mismo de la ya
domesticada izquierda española, que actúa en su nombre dejando que la derecha
“de siempre” cargue con el sustantivo y el mochuelo.
Es este un libro en que la lógica
existencial de la ideología rebalsada en los trasfondos de Gramsci, Pavese y
Pasolini, hubiese debido retener al grupo original en la fidelidad a sus
principios fundacionales
Podemos imaginar muy claramente lo
que sucedió en el mundo emocional, y consecuentemente estético, de un Javier
Egea “desnudo en público y sangrando” mientras inicia su particular “Paseo de
los tristes” —así se llama, y con su nombre titula su posterior libro, la
avenida que conduce al cementerio de Granada— mientras un núcleo selecto de sus
compañeros de viaje se pliega a los nuevos catecismos que celebran con sus
mantras rituales en la bodeguilla de La Moncloa, siempre con la tricolor, eso
sí, ciñendo su cintura, políticamente correctos. Él ya había aprendido de Lacan
que “El inconsciente está estructurado como un lenguaje”, al crear la lógica
del significante en aplicación de las teorías saussurianas, donde el
Yo se constituye en un reconocimiento en torno a la imagen del Otro o en su
imagen en el espejo. En el seno de esa lógica va a construir su poética desde
entonces, pues no hay ideal más adecuado para su reciente libertad
ideológico-estética adquirida en la práctica del dolor que ya se condensa en una
soledad cada vez más patética, que termina de incubarse en una estancia —mítica
en su biografía— en la Isleta del Moro del Parque Natural de Cabo de Gata, donde
en absoluto aislamiento escribirá Troppo mare, un piélago en que se
agarra a los pecios de la contradicción fundamental entre el Yo privado y el
Otro colectivo, entre temporales y olas que rompen aisladamente.
Es este
un libro en que la lógica existencial de la ideología rebalsada en los
trasfondos de Gramsci, Pavese y Pasolini —a quienes todos han leído con pasión—,
hubiese debido retener al grupo original en la fidelidad a sus principios
fundacionales. Solamente Egea persiste, ya definitivamente aislado. El poeta
acrecienta su soledad de poema en poema al negar el realismo “figurativo”, que
ya roza a menudo el casticismo ramplón. Sigue desnudo, sangrando. Aunque no
amanezca. El poeta no puede ser sino en estado de rebeldía. A pesar de las
circunstancias y la destructiva desolación que presidirá inmediatamente
Paseo de los tristes (1981), el libro alcanza el premio Juan Ramón
Jiménez con jurados de honestidad probada como Aurora de Albornoz, José Hierro y
Félix Grande. Desgraciadamente, en un momento en que la carcoma de la derrota ha
horadado ya el organismo mental y físico del poeta en el que
Una
extraña madeja de tumbos y deseo
te va poniendo en pie cada
mañana
Y ya todo es oscuro, irracional, raro. Raro de luna,
de hermosísimo título. En una entrevista periodística reconoce que el paisaje de
ese libro es ya inconsciente, porque a él le “gusta aprehender la poesía de la
propia poesía”, lo cual le hubiera aproximado en otras circunstancias a otros
grupos coetáneos con los que también me podría haber identificado yo mismo,
aunque parcialmente como poeta, si hubiese decidido pertenecer alguna vez a
alguna “tropilla”. Este es pues el momento “donde comienza el poeta”, y si
aceptamos totalmente la conseja valentina, donde el grupo estalla para Egea en
mil pedazos, donde su voz es cada vez más propia —una clara “conducta
impropia”—, irracional, donde retumba en cañonazos a cada tiempo más certeros,
sonoros y significativos. Comprometidos pero dolorosos, donde sabe que
Todo estaba perdido
A la sombra del árbol perdido
Con la niebla a tus órdenes
príncipe de la
noche
llegaste generoso de negras flores
No te
vayas ahora que asedia el frío
En el árbol del bosque
En el árbol vacío
En el árbol del bosque vacío.
Ya
es un “practicante de la muerte diaria”, como confiesa en 1994 a otro
periodista. Practicante de una muerte que se podría alcanzar tanto en un
descampado como en aquel desolado y misterioso “2º B” que aparece ya citado por
doquier. Ya se está marchando. El poeta ya se va de este mundo por las cañerías
del 2º B: “No No era este el lugar”. Sólo escribirá un cuadernillo más,
Sonetos del diente de oro publicado con carácter póstumo en 2006, que
se origina en una lectura peculiar de Las mil y una noches, y contiene
algún poema de extraordinaria perfección tradicionalista donde su Sheherezade,
cuando al fin todos se fueron (…), lleva colgada entre los pechos la
brillante pieza áurea donde se reflejan (…) Encima de la mesa/ los
restos de una timba de siglos invernales, de noches sin piedad. Cierre. Ya
sólo escribirá dos sonetos —magníficos—, más: (…) De pronto, en los espejos,/
ve resbalar un cuerpo desnudo, ve pasar/ una huellas mojadas… (…).
Separación empedocliana antes de dejar el último rastro en la ceniza del cráter
de su cráneo, entre amor y odio, eros y tánatos, crimen e inocencia que han
presidido su corta, intensa atormentada vida. “Sólo un gesto. No volveré a
escribir”, como anotó su admirado Pavese antes de zanjar la propia soledad de
modo definitivo. Ninguno de los dos poetas superó la cuarta década de su vida.
Tiempo vital dedicado por tanto, como apunta M. R. cerrando su lúcido
prólogo, “a buscar un imposible, la poesía materialista, algo que sólo
existe en el terreno de la teoría, consiguiendo sin embargo una poesía de la
compleja condición humana, poesía crítica en su sentido más
profundo”, como vivida de continuo al borde de la sima. Como primer responsable
de la publicación de la obra completa de Egea, como director de la colección de
poesía de Bartleby Editores, afirma por último que “con este trabajo no he
pretendido sino llevarlo a su lugar, situar su lírica en el campo de la poesía”,
pues no debió transitar por las décadas de los ochenta y los noventa en una
marginalidad extraña, ya que se trata de “un poeta mayor” del que hasta ahora
solamente contaba el lector para acercarse al conjunto de su obra con la
Antología Contra la soledad”, publicada en 2003. Con las obras
completas que ahora salen a las librerías, queda cumplido pues un acto de
justicia con alguien que fue “un poeta desadjetivado e imprescindible, un poeta
a secas”. Un rebelde. Un abstracto.
Tras esta escueta y exacta
definición quedaría una pregunta por responder al filo de estas páginas, de
estos recuerdos, de la polémica que reproducimos en los enlaces que figuran en
otro lugar (7), además de la brevísima Antología de siete poemas, uno por cada
uno de sus libros, que aparece como colofón y guía. La pregunta es muy simple:
¿Por qué?, ¿Por qué el auto de fe del silencio, el equivalente de la hoguera
medieval practicado por quienes eran sus cofrades y amigos? Una respuesta
coherente, aparte de las opiniones que expuse en los primeros párrafos de este
artículo, yo no soy capaz de hallarla. Sólo sé por experiencia propia que el
ejercicio de prepotencia y acoso en grupo, suele ser un síntoma de la
mediocridad de quienes lo ejecutan. También sé que la mayoría de poetas
escribimos por la inmensa felicidad que proporciona captar la música secreta que
da un sentido universal a las palabras vulgares que sirven para cooperar todos a
diario unos con otros. Ser leído es pues muy importante para un poeta, porque el
hecho de escribir sólo tiene sentido en el hecho de comunicar esa emoción ya
desentrañada y escrita, hasta otra mente que pueda latir al mismo ritmo, o
parecido, que la propia.
Quiero, para terminar, ofrecer en homenaje
personal a este compañero, hasta hoy desconocido para mí —ausente tantos años de
España y sus meandros, pozas culturales—, los últimos versos de mi poema “Pie de
luz en la ceniza” del libro Instrucciones
para amanecer (8), que termina reproduciendo
tres versos de Hölderlin dedicados a la muerte de Empédocles y representan bien
los sentimientos que me ha producido la lectura de su poesía. Ignoro si Egea
conocía y amaba a aquél poeta que antes de caer en la locura creyó que el hombre
sólo habita poéticamente la tierra —pero en libertad, sin límite alguno—, aunque
estoy convencido de que si se hubiese dado la ocasión, hubiésemos celebrado los
tres juntos estos siete versos con un buen vaso de vino,
También mi
huella
queda al borde de este cráter: El mundo medirá
en
su cálido recinto
el sentido deicida de mi herencia:
¡Sed hospitalarios y piadosos,
pues sólo cuando aman son
buenos los mortales!
¡Arrojemos después la pluma debajo de la
mesa!
***
7 libros, 7 poemas (ver nota 9)
¿Quién te va a ti a conocer
en lo que
callas, o en esas
palabras con que lo callas?
PEDRO SALINAS
QUÉ DIFÍCIL, AMOR, LA MADRUGADA…
Qué difícil, amor, la madrugada,
el abrazo brutal
cuando la
luz es débil
aún por las esquinas,
si nos falta la voz,
la palabra
precisa
para bordar el beso.
Qué difícil, amor, el mediodía,
la
tarde y el crepúsculo.
Se nos durmió la voz
cuando aún no brotaban
ni el llanto ni el silencio.
Y entonces el error,
la catástrofe
inmensa
del viento sin espigas,
de los labios dormidos.
Y
entonces, qué difícil,
amor,
qué difícil el mar y la alborada.
LIBRO: Serena luz del viento
Publicación: 1974
Escritura: octubre 1971
A PESAR DEL DOLOR No moriré en tus ojos
que tantos ojos tiene mi canción
como cuentas el collar de los trigos.
Es otra muerte nueva la que ahora me cita:
la de los brazos amplios
y el corazón sencillo y claro,
la de la frente en pleno campo de batalla
en pleno campo de batalla
sin más arnés
que un manojo de versos
libres para la vida y el amor.
Por eso no moriré en tus ojos.
Es
otra muerte nueva
la que ahora me cita cada día.
LIBRO: A boca de parir
Publicación: 1976
Escritura: 8 noviembre 1973
[VIII]
Abrumadoramente condenado, porque el pueblo decide hasta
la muerte, vendrá la muerte a ti y vendrá a verte en
nombre de la historia el torturado. Vendrá la muerte a ti,
remunerado del dolor y su grito, a sorprenderte alto tú en
tu poder, dormido y fuerte y ponerte de sangre coronado.
Poderosa verdad que te reclama a tu triste corona
obedeciendo, a la muerte tu sueño tributando. Y
tú sientas subir hasta tu cama la voz del pueblo al madrugar
diciendo: Pasó la noche el dictador sangrando. LIBRO: Argentina 78
Publicación: 1983
Escritura: 1979 CÓRAM PÓPULO
(I) Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde
el dolor
y eso nunca se inventa.
Porque llegar aquí fue una larga
sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.
Las historias se cuentan con los ojos del frío
y
algún sabor a sal y paso a paso
–lengua y camino–
porque la sangre se
nos va despacio,
sin borbotón apenas,
desmadejadamente por los labios.
Las historias se cuentan una vez y se pierden.
LIBRO: Troppo mare
Publicación: 1984
Escritura: 1980
MATERIALISMO ERES TÚ
¿Y tú me lo preguntas?
GUSTAVO ADOLFO
BÉCQUER
Si supiste decirme que no estamos en paz,
si venir
a tus labios fue sentir el calor
de un hermoso equipaje para siempre en los
hombros.
Si se abrió el horizonte con sus ojos brillantes,
con toda
su extrañeza.
Si hay días, raros días
en que cruzas de pronto la
calle y me sorprendes
con alguna denuncia inesperada.
Si hay tardes,
raras tardes
que me atrevo a contarte
mi pequeña verdad de enamorado,
que me atrevo a tirar por la borda algún jirón
de esta memoria sucia de
dominio,
turbia de soledad.
Si hay noches, raras noches
que
cuando te descubro
por una de esas calles que llevan al mercado
parece
que una estrella, de golpe, me alumbrara.
LIBRO:
Paseo de los tristes
Publicación: 1982
Escritura:
7 diciembre 1981 VEN A LAS ISLAS…
Ven a las islas
que dan al valle
las islas negras
sin
abordaje
Donde mis ojos
y soledades
cuando me cercan
las
iniciales
Raro de luna
como de nadie
a todas horas
interrogándome
En la aduana
de los disfraces
donde las islas
sin esa llave
Mientras destiñen
los tatuajes
ven esperada
con tu rescate
LIBRO: Raro de luna
Publicación: 1990
Escritura: 1 junio
1986 VII A Elena C.
Sale por la ventana del bar una canción
que cuenta
de prisiones, de unos labios y un día.
Y siente que en sus labios la noche
se le enfría
y aprieta en el bolsillo un negro escorpión.
Ha vuelto
de las islas. La luz del callejón
es la misma que, entonces, fatal, le
sonreía.
(Y el mismo el que la mira pasar, el viejo espía
de la brasa en
los dedos y del trago de ron,
que sale de las sombras y entra en la
cabina
junto al embarcadero.) Por entre la neblina
adivina el farol que
chilla en la portada
donde “El Diente de Oro” destella. En alta mar
se eleva una bengala. De pronto, al disparar,
ve los labios traidores
huir en desbandada.
LIBRO: Sonetos del diente de
oro
Publicación: 2006
Escritura: 13 julio
1993
NOTAS:
(1) Bartleby Editores y Fundación Roberto Malagón. (Madrid, 2011). Prólogo
de Manuel Rico, edición de José Luis Alcántara y Juan Antonio Hernández García:
I - POESÍA I (Libros), II- POESÍA II (Sueltos e inéditos), III- PROSA I
(Miscelánea), IV- PROSA II (Diarios). Egea fue el autor en 1983 junto a Luis
García Montero y Álvaro Salvador del manifiesto “La otra sentimentalidad”, pese
a lo cual ha sido mantenido como mera referencia bibliográfica en un espeso
silencio “inexplicable” sobre su nombre y su obra, sólo roto de manera
esporádica por algún homenaje aislado y localista. Con esta publicación sus
editores pretenden proseguir su labor de reparación de lo que consideran
“injusticias literarias de proporciones incalculables” caídas sobre determinados
poetas contemporáneos, a los que consideran víctimas de las “serias carencias de
nuestro sistema crítico y académico (M.R.)”, al tiempo que corroboran las
palabras de Cernuda que citaremos más adelante.
(2)
Poesía y
Literatura I y II, Biblioteca Breve de Bolsillo, Seix Barral, Barcelona
1971.
(3) "La nómina de exclusiones practicada por los enemigos del
pensamiento complejo no terminaría en Javier Egea; citamos excepcionalmente
otros nombres ligados en una u otra medida a la "Tendencia" como los de Pablo
del Águila —cuya memoria acerca de su suicidio a los 22 años fue objeto de
alguna canallada por escrito—, o Elena Martín Vivaldi de mayor edad pero iguales
“maneras” estéticas, que podrían encabezar incluso una Antología de los
"débiles" abandonados al borde del camino. Por cierto que una Antología de esta
excelente poeta fue publicada en Hiperión tiempo antes de morir en 1998 de
muerte natural, antes de cerrarse el silencio sobre su sombra. Fue una decidida
militante feminista y decana de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, en
tiempos en que no era corriente que una mujer ocupase un puesto de relevancia
académica.
(4) Javier Egea, Álvaro Salvador y Luis García Montero:
La otra sentimentalidad (Los Pliegos de Barataria, Editorial Don
Quijote, Granada, 1983).
(5) Walt Whitman, director del
Daily
Eagle de Brooklyn desgrana en sus editoriales su idea de la democracia como
una sociedad de “lectores libres”, no corrompidos por el fanatismo ni los grupos
políticos, lectores a quienes el autor de textos —el poeta, el impresor, el
maestro, el periodista— debe servir con todas sus fuerzas. Esto decía por
ejemplo el 1 de julio de 1846; nosotros seguimos creyendo en sus palabras que
confirman que el pensamiento —y la poesía lo es ¡ y en qué medida!— democrático
es complejo y por lo tanto abstracto.
(6) Todos ellos, aunque no todos
los citados aquí —el fugaz y frustrado Régis Débray que marchó a la selva a
luchar temporalmente junto al Ché Guevara, fue por ejemplo considerado un
traidor—, constituyeron un grupo, hoy en decadencia, que organizó aquel marxismo
estructuralista que alimentó ideológicamente unos años que produjeron las claves
intelectuales de cambios irreversibles en la política y costumbres de Occidente.
(7) Enlaces
-Luis García Montero: “
El
rescate del poeta con sentimiento político" (
Público,
30-03-2011)
-Jesús Arias: “
Un
poeta ha vuelto a nacer y vivir” (
Granada Hoy,
3-4-2011)
-PodCast de "Justicia poética":
Entrevista
a Manuel Rico y Juan Antonio Hernández García (
El Planeta de
los libros, 13-2-2011)
-Entrevista de G. Cappa a Manuel Rico: "
No
tengo respuestas para explicar el olvido de Javier Egea"
(
Granada Hoy, 14-4-2011)
-Enterevista de Juan Luis Tapia a Manuel
Rico: “
El
poeta Javier Egea merecía una edición a la altura de su obra”
(
El Ideal de Granada, 15-4-2011)
-Agencia EFE: "
Javier
Egea al completo. Bartleby y Malagón reúnen toda la poesía publicada del
granadino" (
El País, 21-4-2011)
-Ángel L. Prieto de
Paula:
Andar
erguido y solo" (
El País, Babelia,
23-4-2011)
-Anónimo: "
Olor
a espera" (
Granada Hoy, 24-4-2011)
-Francisco Baraja,
"
La
Trónica" (
Andalucía Digital,
26-4-2011)
-Manuel Rico: "
Álvaro
Salvador y la Poesía completa de Egea: mi discrepancia"
(
Culturamas, 28-4-2011)
-Álvaro Salvador: "
Otras
puntualizaciones a Manuel Rico" (
http://manuelrico.blogspot.com,
6-05-2011)
-Kepa Arbizu "
`Poesía
completa´, Javier Egea. De soledades, (des)amor y
marxismo" (
Tercera Información, 08-05-2011)
(8)
Instrucciones para amanecer, Calima, Palma de Mallorca 2007.
Pág. 106.
(9) Esta selección ha sido realizada a petición mía por los
editores de la Obra Completa de Javier Egea, los estudiosos José Luis Alcántara
y Juan Antonio Hernández García, que han reparado en primera instancia lo que
Manuel Rico ha llamado “inexplicable anomalía histórica”, añadiendo que ignora
si ello se debió a simple olvido, falta de rigor en el análisis del período,
silencio premeditado o desconocimiento del nivel de calidad de la obra del
poeta. También afirma el crítico que cualquier intento de respuesta a cada una
de ellas (y de las muchas más que podrían formularse) entraría en el terreno de
la justificación y de la excusa, y por tanto, de lo inverosímil. En la selección
antológica encontrará el lector más razones para establecer un juicio propio
sobre la calidad de esta poesía; y en la colección de enlaces informáticos a las
polémicas declaraciones —y proyectos de justificación— recogidas en la prensa
entre los meses de marzo y abril de este año, muchas más para intuir algunas de
las respuestas que demandaba Manuel Rico en el prólogo a este I Tomo que
comentamos. Más argumentos de peso se podrán hallar en la próxima publicación de
las prosas de Egea; notablemente en sus
Diarios.