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Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna (Anagrama, 2009)

Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna (Anagrama, 2009)

    AUTORES
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy

    TÍTULO
La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna

    EDITORIAL
Anagrma

    TRADUCCCION
Antonio-Prometeo Moya

    OTROS DATOS
Barcelona, 2009. 360 páginas. 19.50 €



Gilles Lipovetsky

Gilles Lipovetsky

Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra

Bernabé Sarabia es Catedrático de Sociología de la Universidad Pública de Navarra


Reseñas de libros/No ficción
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La pantalla global. Cultura mediática y cine en la era hipermoderna (Anagrama, 2009)
Por Bernabé Sarabia, lunes, 4 de mayo de 2009
Las coincidencias de Zygmund Bauman y Gilles Lipovetsky resultan sorprendentes pese a sus distintas y distantes biografías. El primero nace en Poznan en 1925 y se educa en el comunismo hasta que el antisemitismo polaco y la nomenclatura soviética le abren los ojos y acaba enseñando en la Universidad de Leeds para convertirse en un oráculo mundialmente famoso. El segundo nace en 1944 y también enseña en una universidad de segunda, la de Grenoble, para desde allí alumbrar el mundo del siglo XXI.
El Bauman marxista y antinazi coincide con el Lipovetsky hedonista y lleno de optimismo en contemplar el mundo actual como algo líquido y desestructurado. La teoría de la sociedad líquida del polaco y la de la hipermodernidad del francés contemplan esta era como una época en la que la autoridad desaparece a manos de la seducción, el glamour y la belleza. Una sociedad en la que la comunicación juega un papel central como señala David Morley en Medios, modernidad y tecnología (Gedisa, 2008) o Christian Salmon en Storytelling (Península, 2008).

La pantalla global está construida sobre dos grandes ejes. El primero está marcado por el gigantesco y brillante análisis que Gilles Lipovetsky viene haciendo de la postmodernidad desde que en 1983 publicase La era del vacío, un espectacular despiece de la sociedad postmoderna. El segundo eje de interés se apoya en el impresionante número de películas diseccionadas en estas páginas, debidas sobre todo a Jean Serroy, crítico de cine y experto en la cinematografía de finales del siglo pasado y comienzos del presente.

Acostumbrados como estamos los cinéfilos a que sean los directores de filmes los más frecuentes estudiosos del cine, llama la atención, de entrada, este intento de penetrar en los misterios del arte realizado desde la reflexión académica. Para encontrar algo semejante hay que remontarse a los dos volúmenes de Estudios sobre el cine del Gilles Deleuze de 1986. Libro este último que, sin duda, ha pesado sobre Lipovetsky y Serroy –profesores ambos en la Universidad de Grenoble- y les ha llevado a adoptar lo que denominan un “enfoque global”. Desde ese parapeto han renunciado a la semiótica del cine, tan querida por Deleuze. Al renunciar a estudiar el cine como un sistema autónomo de signos, al no buscar las estructuras del lenguaje cinematográfico ni pretender un análisis fílmico apoyado en una clasificación minuciosa de imágenes, nuestros autores se han instalado en un territorio bien conocido por Lipovetsky: el del cine como hipercine, que establece lazos con la sociedad y la cultura a la vez que transforma nuestra visión de la realidad.

Para nuestros autores la transformación hipermoderna afecta al conjunto de la sociedad e inicia la andadura de la pantalla global. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación remiten al “nuevo dominio planetario” de la pantallaesfera

Comienza La pantalla global tomando carrerilla en la senda trazada por Lipovetsky en sus últimos libros. Abandonado por ambiguo e inadecuado el concepto de postmodernidad, la realidad estaría marcada por una “modernidad superlativa” que se ha transformado, ya en el siglo XXI, en una hipermodernidad. Tras lo que Lipovetsky denomina “la segunda revolución individualista” está el avance de las tecno-ciencias, el desarrollo de la democracia, los derechos del hombre y el mercado. Esta sociedad del hiperconsumo no se libraría, sin embargo, de contradicciones. “La felicidad paradójica” sería una de ellas. Mientras todo el mundo se declara feliz en las encuestas o en las entrevistas, las depresiones, ansiedades o dificultades para conciliar el sueño, entre otros trastornos nerviosos, siguen en aumento.

En esta exploración de la sociedad hipermoderna, Lipovetsky entra, acompañado por Serroy, no ya en el cine sino en su transformación en hipercine. Dicha transformación es el producto final de una evolución cuyo primer momento lo encontramos en la “modernidad primitiva” que conforma el marco social y político del cine mudo. Griffith, Lang o Murnau son los grandes directores de la época. En un segundo momento, que va desde los primeros años treinta hasta 1950, se despliegan los estudios cinematográficos. Estaríamos en la “modernidad clásica”, época en la que el cine se convierte en el ocio popular por excelencia. Son años en los que las películas se atienen a esquemas narrativos aristotélicos. El espectador debe entenderlo todo desde su butaca. El director es, con pocas excepciones, un engranaje más de una gran producción industrial que utiliza grandes decorados.

El tiempo transcurrido entre los años cincuenta y setenta ejemplifica la modernidad vanguardista y emancipadora. Aparecen los signos que anticipan una ruptura estética. La nouvelle vague francesa, el free cinema inglés, el cine contestatario de la Europa del Este o el cinema nouvo brasileño conforman las vanguardias que anuncian una transformación radical en las formas de hacer cine. Se busca otra manera de escribir guiones, se modifican las reglas del montaje y se impone la juventud como valor dominante. Freud invade Hollywood y el cuerpo se abre paso. Esta modernidad liberadora e individualista rompe el molde del cine clásico. Transcurridos los años ochenta se entra, en opinión de Lipovetsky y Serroy, en una cuarta fase de la historia del cine que transcurre paralela a la dinámica individualizadora y a la mundialización de la economía. “Cuando la revolución no está ya en candelero, el cine experimenta la más radical de su historia”.

En esta sociedad del hiperconsumo, el cine cumple una función narrativa que no sólo mueve conciencias sino que se convierte en un modelo de interpretación del mundo. Esta “cinematización” de la sociedad del siglo XXI se aprecia, según los autores, tanto en las actividades públicas como privadas. “El estilo-cine ha invadido el mundo”

Para nuestros autores la transformación hipermoderna afecta al conjunto de la sociedad e inicia la andadura de la pantalla global. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación remiten al “nuevo dominio planetario” de la pantallaesfera. Se consagra una “pantallocracia” como resultado de la convergencia de las múltiples pantallas que rigen la vida social. Dicha vida social se construye sobre los cuatro grandes principios organizadores de la era hipermoderna: la teconociencia, el mercado, la democracia y el individuo. En esta sociedad del hiperconsumo, el cine cumple una función narrativa que no sólo mueve conciencias sino que se convierte en un modelo de interpretación del mundo. Esta “cinematización” de la sociedad del siglo XXI se aprecia, según los autores, tanto en las actividades públicas como privadas. “El estilo-cine ha invadido el mundo”.

A cualquier lector de Lipovetsky le consta su optimismo. A lo largo de su obra ha buscado siempre encontrar el lado bueno. La botella ha estado siempre medio llena. ¿Somos cada vez más individualistas? No importa, la solidaridad entre los seres humanos sigue creciendo. El margen de maniobra individual lo interpreta como aumento de la capacidad reflexiva. ¿La moda nos hace conformistas? Todo lo contrario, el mundo es cada vez más diferenciado y creativo y más indiferente a las barreras de clase. La pantalla global es también un texto que rezuma optimismo. Conviene recordar que dicho optimismo no es compartido por autores de la talla de Armand Mattelard, que en obras como Diversidad cultural y mundialización (Paidós, 2006) contempla con alarma de qué modo el control de la comunicación está cada vez más en manos de un reducido número de personas más pendientes de sus beneficios inmediatos que de la democracia o el interés general.

Lipovetsky y Serroy no ven más que ventajas en el mundo “apantallado” en el que, en su opinión, estamos entrando. No les alarma la proliferación de pantallas de vigilancia que desde el Reino Unido como modelo se está extendiendo a lo largo y ancho del mundo. No les inquieta la omnipresencia de la publicidad. Prefieren quedarse con las inmensas capacidades creativas que el cine digital, Internet y los ordenadores ponen a disposición de un número cada vez mayor de personas. Seguramente aciertan, el mundo es hoy más libre y responsable. Quizá quedan zonas oscuras, zonas por las que ambos autores pasan de largo, y tal vez sea un poco forzado considerar el séptimo arte como el referente interpretativo del mundo actual.
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