En este breve apunte quiero dar cuenta de la materia de la que extrae su poesía. La materia valverdiana, utilizando este tecnicismo de la ciencia filológica, es un acervo de miles de versos leídos siempre en su lengua original. Pero un acervo poético leído con una mirada especial, una mirada épica, como alguien ha dicho acerca de la poesía de Julio Martínez Mesanza, poeta que ha montado guardia en las mismas garitas que Diego Valverde Villena. En sus propias palabras: “las mitologías, las literaturas y las historias se convierten en acrósticos, en referencias a mi íntima búsqueda”. Un filólogo, el lector del poema de Borges, cuyas noches también están llenas de Virgilio, extrae su poesía desde el brocal de este pozo. Podríamos proponer el título de otro poema de Borges como lema de Diego Valverde Villena: “Al iniciar el estudio de la gramática anglosajona”.
Una tensión, un contrapunto, entre la materia de nuestro poeta nórdico (pues si Jaime Siles es nuestro poeta alemán, Diego Valverde Villena es nuestro poeta nórdico) y una realidad urbana, postmoderna, incluso bladerunneriana, de soledad pespunteada por las libaciones en la mesa de Odín y los encuentros amorosos regidos por el azar
La materia valverdiana: un mundo épico, de campos de batalla al alba, de mitos y de héroes, también de tumbas. Una poesía, la suya, que hay que leer con La rama dorada y con Snorri Sturlusson siempre a mano. Peculiar palimpsesto sus poemas en los que cada lectura añade, cual capas de cebolla, una nueva pátina de significado. Leer los poemas de Diego Valverde Villena es recordar todo lo que se ha leído antes de llegar a ellos. Estamos ante un poeta peregrino, un conmilitón de Sir Orfeo y Sir Tristán, que encuentra su filtro de amor en las miradas con las que se mide en ese otro campo de batalla, las calles de las grandes ciudades, único lugar en el que puede vivir.
Una tensión, un contrapunto, entre la materia de nuestro poeta nórdico (pues si Jaime Siles es nuestro poeta alemán, Diego Valverde Villena es nuestro poeta nórdico) y una realidad urbana, postmoderna, incluso bladerunneriana, de soledad pespunteada por las libaciones en la mesa de Odín y los encuentros amorosos regidos por el azar. Del campo de Marte al campo de Venus, donde el vocabulario del encuentro amoroso es el del combate y del acero de los poemas épicos anglosajones y las sagas irlandesas, de los combates de amor de los certámenes de trovadores y Minnesinger: lanzas, venablos, azagayas, lorigas, el mordisco del muérdago. En palabras del autor, “en cada roce con el acerado Amor, me voy dejando jirones de mí”.
Un magnífico poeta del amor y del acero. Un filólogo que lee y que declama, pero sobre todo que siente y que escribe sus exvotos al eterno femenino -ese que según el Doctor Fausto tira de nosotros y nos eleva-, al que persigue en las calles de la gran ciudad, para que, como en la oración de Maqroll el gaviero, no olviden -no olvidemos- su rostro.