Como ya anuncié en estas mismas páginas, a finales del pasado mes de marzo viajé a la ciudad francesa de Lyon para participar en un encuentro de poetas y escritores organizado por la Universidad de Lyon y el Instituto Cervantes de la misma ciudad. Dos palabras, dos conceptos, “Manipular” y “Seducir”, eran con los que los participantes debíamos “jugar” en un discurso hilado que sirviese para
comentar nuestra poética o para
incardinarlos, de alguna manera, con lo que escribimos. Además, un profesor, un hispanista de una universidad francesa, leía nuestros libros y los comentaba a la luz de su inteligencia, de su sabiduría y cultura.
Yo tuve la enorme fortuna de que me tocase un crítico excepcional. Una mujer joven, española, extremeña para aportar más datos, pero profesora titular de literatura española en la Universidad de Burdeos. ¿Su nombre?
Nuria Rodríguez Lázaro. Ella, Nuria, realizó una lectura crítica de mi libro
La luz todavía (DVD, Barcelona, 2003), y tuve la suerte de poder escuchar lo siguiente, junto al resto de creadores, críticos y oyentes. Gracias infinitas Nuria por estas palabras que ahora me haces llegar y que aparecerán a no mucho tardar en libro:
“Este trabajo arranca con la evocación de la génesis del mismo, porque probablemente explicar en qué condiciones se realizó esta aproximación a la obra de
Juan Antonio González Fuentes pueda justificar el método de análisis seguido. Como buena investigadora posmoderna, lo segundo que hice, después de la lectura atenta, sin ninguna interferencia externa, de la obra poética, fue, como se dice en francés actual, “googleliser”, es decir buscar en Google el nombre de nuestro poeta. Descubrí entonces que Juan Antonio González Fuentes, como buen poeta posmoderno, tiene un interesantísimo blog llamado
El Pulso de la Bruma (que se aloja en la revista digital
www.ojosdepapel.com). Recorrí con avidez durante días todas las entradas, queriendo impregnarme totalmente del pensamiento de nuestro autor, y posponiendo fatalmente el momento de pasar a la elaboración del plan de estas líneas, y a la decisión de cómo iba a plantearlas. Avanzaba yo en la lectura de dicho blog, totalmente seducida, que no manipulada, hasta que descubrí con terror el post o la entrada del 12 de enero, titulado
La función del crítico según W. H. Auden, en el que Juan Antonio González Fuentes decía, entre otras cosas, lo siguiente :
Como crítico (¿quién decide que lo eres?, ¿la suerte?, ¿las circunstancias?, ¿la incompetencia de quien te hace el encargo?...) debes juzgar, opinar, calificar…, el trabajo de meses, quizá de años, de alguien a quien no conoces, y de quien, generalmente, no conoces ninguna de sus circunstancias vitales, personales… Se trata de juzgar desde el propio gusto, desde la propia sabiduría, sencillamente desde el propio y personal parecer. Es aterrador. ¿Se trata de un oficio?, ¿una disciplina?, ¿un juego?... Quien escribe juzgando el trabajo literario de otro necesariamente ¿debe tener algo de loco, de desquiciado, de cínico, de prepotente, de osado, de inconsciente, de desvergonzado, de desahogado…?
Afortunadamente para todos nosotros el propio poeta (
excelente y prolífico crítico de literatura, de cine, de arte en general, de actualidad) proponía un método crítico, a través de las palabras del gran W. H. Auden, quien decía:
¿Cuál es la función del crítico?
Acercarme obras o autores con los que no estaba familiarizado hasta ahora.
Convencerme de que he menospreciado determinadas obras o autores porque no los he leído con la suficiente atención.
Mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que nunca habría podido descubrir por mi cuenta porque no tengo conocimientos suficientes y nunca los tendré.
Ofrecerme una lectura de la obra que acreciente mi comprensión de la misma.
Arrojar luz sobre el proceso de construcción artística.
Arrojar luz sobre la relación entre el arte y la vida, la ciencia, la economía, la ética, la religión, etc… Aferrándome pues a algunas de las propuestas de Auden, pude comenzar con cierta serenidad la redacción de lo que ahora les expongo ya sin bromear.
Estaremos todos de acuerdo en que la mera existencia de estas jornadas, y su título genérico, año tras año, “el creador y la crítica”, nos invitan a reflexionar sobre cuál debe ser el papel del crítico. Para ejercer una crítica honesta creo, como todos nosotros, que son indispensables varias condiciones que no voy a enumerar aquí. Pero sí diré que la primera desde luego es, a mi juicio, la lectura de la obra, sin ningún condicionante externo, entiéndase por condicionante externo, por ejemplo, lo que otros críticos han escrito sobre la obra en cuestión o incluso lo que el propio autor explica acerca de su obra. Esas informaciones deben venir después. Así, a pesar del amabilísimo ofrecimiento de Juan Antonio para disipar cualquier duda mía en la elaboración de este trabajo, hasta hace unos días no le hice la primera y última pregunta, que consistía esencialmente en querer saber si el diseño de la cubierta de su poemario
La luz todavía había sido idea suya o del editor, ya veremos por qué.
Así pues, y habiendo procedido a una lectura atentísima del poemario
La luz todavía, he podido redactar estas líneas, que van articuladas en torno a tres partes, siguiendo tres de las que según Auden deben ser las misiones del crítico.
Acercar obras o autores con los que no estaba familiarizado hasta ahora. Con este fin procederé a una presentación general del poemario, a través de las palabras de
Luis García Jambrina, autor-crítico presente en estas jornadas.
Ofrecer una lectura de la obra que acreciente la comprensión de la misma. Lo que ofreceré será por supuesto mi lectura personal, puesto que no creo que podamos ni debamos hacer otra cosa; dicho de otra manera, intentaré lanzar una interpretación, en forma de hipótesis de lectura, de este poemario difícil. Para ayudar o acrecentar la comprensión, trataré también de precisar el sentido de las diferentes citas que hace González Fuentes a lo largo del poemario.
Arrojar luz sobre el proceso de construcción artística. En este punto es donde trataré del tema central de estas jornadas, la manipulación, sobre cómo “rompe” González Fuentes el lenguaje, con qué fin y qué impresión causa en su lector.
Juan Antonio González Fuentes: La luz todavía (DVD Ediciones)
Antes de adentrarme en la obra, he aquí algunos datos sobre el autor
Juan Antonio González Fuentes nació en Santander, en 1964; es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Cantabria, donde ha dirigido el Aula de Letras. Como poeta ha publicado los libros
La rama ausente (1995),
Además del final (1998) y
La luz todavía (2003). Fue cofundador de la revista
La Ortiga y dirigió la revista literaria
Componente Norte. Es también autor de las ediciones de
Los muertos y de las
Poesías completas de
José Luis Hidalgo. Junto a
Lorenzo Oliván editó
Espacio Hierro, dos volúmenes sobre la vida y la obra de
José Hierro (2001).
Me permito presentar el poemario mediante unas palabras de Luis García Jambrina, que como decía también está con nosotros en estas jornadas, publicadas en el suplemento cultural de
ABC,
Blanco y negro, el 23 de agosto de 2003:
(…) El libro, decididamente unitario, se presenta organizado en tres secciones. En la primera, “Maneras de otro reino”, asistimos a la paulatina desaparición de un mundo presentido y esencial, “con maneras de otros reino”, enmarcado por un “allí” y un “aquí” y contorneado por unos pocos símbolos elementales: la luz, la arena, la flor, la nieve… La segunda, “La luz por dentro”, está constituida por poemas muy breves y concisos, como relámpagos que iluminan ese mundo más perfecto o sugieren la existencia de una vida más plena: “¿Cómo se mide la hora/ que recoge la luz por dentro,/ ese querer decir que nunca llega,/ la última señal que aclama/ el racimo alto de los paisajes?”. La última toma su epígrafe, “El filo de la nieve”, de una cita de Meira Delmar: “…con el filo indecible de tu nieve”. Se trata, en esta ocasión, de poemas en prosa. Y, en el primero, se hace explícito, de alguna manera, el título del libro: “Y en torno al espacio, la luz todavía. Esa misma luz que grita un largo rato el descenso de la arena, o la argucia de la flor que limita su evidencia. La misma luz que reclama siempre la atención más blanca de mi espera”.
Se trata, en fin, de una luz interior y extrema, la luz en trance de aparecer o desaparecer, la “misma luz de entonces” y, a la vez, la “luz de la muerte”, de las postrimerías. La actitud del yo lírico es siempre expectante y, en ocasiones, parece dirigirse a un tú misterioso u oculto. Los temas principales de este libro, por lo demás, son la espera y el anhelo de la luz, la angustia de la ausencia, la añoranza de lo que todavía no ha ocurrido, la conciencia de la muerte y los límites y posibilidades de la propia poesía. Destacan, por otro lado, la tensión rítmica y semántica de su lenguaje, el tono irracionalista de algunas imágenes y las fórmulas del tipo “sustantivo concreto + (adjetivo) + de + sustantivo abstracto” (“el trigo blanco del consuelo”). Asimismo, hay que decir que, en su voluntad de indagar en el misterio y trazar la geometría de lo desconocido, el autor fuerza y retuerce la sintaxis hasta violentar los límites del sentido. Estamos, pues, ante una poesía desnuda, certera, luminosa, conscientemente reducida a sus “puros y más transparentes huesos”, como escribió el Premio Cervantes Antonio Gamoneda en una nota introductoria al anterior libro de González Fuentes. La voz de lo indecible, en definitiva”.
Aquí interviene nuestra calidad de docentes: se trata en efecto de ayudar al que suele ser nuestro público, esto es jóvenes estudiantes no especialmente seducidos por la poesía. La luz todavía, publicado en Barcelona por DVD ediciones en 2003, consta de tres secciones tituladas «Maneras de otro reino», «La luz por dentro» y «El filo de la nieve». Comencemos por el título. El artículo determinado « la » evoca una luz conocida por todos, no se trata de una luz determinada, sino del término genérico « luz ». Nuestra referencia inmediata quizás sea la frase del Génesis «Y se hizo la luz» que alude al origen del mundo. En este caso la luz viene determinada por el adverbio de tiempo « todavía », adverbio que vehicula la noción de duración, de continuación, pero que dice esencialmente una existencia amenazada por el tiempo, una idea de restricción, la certeza de una existencia perecedera. En lenguaje cotidiano diríamos “por ahora o de momento, hay luz”.
Veamos ahora cuál puede ser la impresión del lector al enfrentarse con este libro, y digo enfrentarse porque se trata de una escritura difícil, arisca, casi hostil, que es lo propio de la alta poesía.
Hablaré en la tercera parte de la idea de manipulación. Digamos simplemente de momento que toda poesía implica manipulación del lenguaje, subversión del lenguaje cotidiano, que se opone radicalmente al lenguaje poético. Aquí la primera manipulación es de orden visual; en efecto, el diseño de la cubierta del libro es muy peculiar, puesto que se produce una disgregación de las letras que componen el título.
Como pueden apreciar dichas letras forman una figura geométrica conocida de todos, un cuadrado cuyos lados son negros y cuyo relleno, cuyo interior, es rojo. Las consonantes, tradicionalmente asociadas a una articulación trabajosa quedan dispuestas en las cuatro primeras líneas que componen el cuadrado y las vocales, asociadas a la suavidad por su fácil pronunciación, ocupan tan sólo la última línea.
Entre las consonantes predominan los fonemas oclusivos T, D y el dificilísimo (nuestros estudiantes franceses lo confirmarán) Z, es decir fonemas todos ellos particularmente duros. Las implicaciones mentales de la forma cuadrada confirman esta impresión de dificultad. Dice María Moliner, entre otras cosas, sobre el adjetivo “cuadrado”: “Se aplica por oposición a “redondo” o “redondeado”, a las cosas que tienen ángulos o aristas, incluso en sentido figurado”, y da como frase de ejemplo: “Un hombre de cabeza cuadrada”. A este respecto, dice el DRAE sobre “cabeza cuadrada”: “persona metódica y demasiado obstinada”. Para resumir solemos oponer, en todas las lenguas, lo cuadrado a una cierta suavidad e incluso sensualidad asociadas tradicionalmente a lo redondo, a lo curvilíneo: lo barroco contra lo neoclásico, la curva contra la línea recta, etc.
En cuanto a los colores utilizados para la cubierta: el rojo y el negro. Para no perderme en frágiles elucubraciones sobre la carga simbólica de estos dos colores, acudo al clásico y muy socorrido Dictionnaire des Symboles de Chevalier y Gheerbrant, en donde podemos leer sobre el rojo:
Universalmente considerado como el símbolo fundamental del principio de vida, con su fuerza, su potencia y su esplendor, el rojo, es el color del fuego y de la sangre (Jean Chevalier et Alain Gheerbrant, Dictionnaire des symboles, Paris, Robert Laffont/Jupiter (coll. « Bouquins », 1982, p. 831. La traducción es mía).
En cuanto al negro, sugiere este mismo diccionario que suele ponerse de relieve su aspecto frío y negativo y que suele asociarse a la muerte y al luto.