lunes, 16 de marzo de 2009
Morgen, de Richard Strauss
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Artes en Blog personal por Música
Y de pronto escucho los primeros compases de una canción que todo lo conmueve dentro de mi. Una canción que descubrí hace muchos años en un viejo disco EMI, en un maravilloso disco en el que la mítica soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf cantaba los "Cuatro últimos lieder" (canciones) de Richard Strauss (1864-1949), más otros doce lieder con orquesta, acompañada por George Szell dirigiendo la Sinfónica de Londres y la Sinfónica de la Radio de Berlín


Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Viernes por la mañana. Bajo al despacho y termino de hacer gestiones y de finiquitar compromisos. Leo y contesto correos electrónicos, envío algún fax, paso por la librería y me despido de una de mis libreras favoritas, Gisela, que en pocas horas viajará ilusionada a su Santiago de Chile natal para volver a ver a su familia.

La una de la tarde. Cierro el despacho, me despido y me encamino a casa. En diez minutos estoy en mi habitación, con el perro Miller inquieto olfateando en el ambiente el cambio al que ya empieza a acostumbrarse. Meto en la bolsa de viaje unas pocas prendas, un frasco de perfume y un libro de Fernando Savater para la vuelta. Cojo el billete de tren, lo meto en las páginas del libro que pienso terminar en el viaje de ida, le pongo la correa al perro y bajo a la calle con las dos manos ocupadas. En cuestión de minutos me encuentro en casa de mi madre. Me ha preparado algo de comer. Lo devoro en un santiamén, le dejo sobre su sillón favorito los periódicos, y Miller, sabedor ya de que por unas horas le transplanto de hogar, se acomoda con sosiego en el sofá. Me despido de mi madre y paseando con alguna ligereza me planto en la estación de trenes. Paso el control preceptivo, busco mi vagón y mi asiento dentro de él. Me acomodo con práctica y aguardo la salida que tendrá lugar en breve. En efecto, a las dos y cinco en punto el tren inicia la marcha.

Por delante tengo cuatro horas y media de viaje y poco más de 400 kilómetros hasta llegar a la madrileña estación de Chamartín. Cuatro horas y media, si no hay contratiempos, en las que observaré con algún detenimiento al resto de viajeros del vagón que me ha tocado en suerte, en las que terminaré el libro que tengo entre manos (Capri, de Alberto Savinio), en las que tomaré algún café en el coche cafetería, en las que veré la película que toca en suerte, en las que me “enchufaré” también a algún canal musical de los que ofrece el asiento, y en los que iré contemplando los cambios bruscos de paisaje y clima que me aguardan durante el recorrido: Santander, Torrelavega, Reinosa, Aguilar de Campoo, Palencia, Valladolid, Segovia, Madrid, o lo que es lo mismo, grises, verdes, nubes, humedad, montañas, nieve, sol, llanuras, secano, cielos azules y despejados, amarillos, tostados…

No somos pocos los viajeros que iniciamos viaje en Santander, pero con cada parada la carga aumenta, y los asientos vacíos hay un momento en que dejan de existir. Acabo la visita literaria a la isla de Capri llevado por la mano de Alberto Savinio, o Andrea de Chirico según la confianza. Termina la película que proyectan en las pantallas de televisión: nunca memorable, pero justo es reconocerlo, casi nunca infumable. Y al fin conecto los auriculares al asiento. Busco entre los canales y me quedo, como siempre, con el que ofrece alternativamente piezas de música culta y fragmentos de bandas sonoras cinematográficas.



Elisabeth Schwarzkopf intepreta Morgen, de Richard Strauss (vídeo colgado en YouTube por Lohengrin)

Contemplo el paisaje que de repente desfila por la gran ventana a casi 200 kilómetros por hora. Los compañeros anónimos de viaje dormitan, leen libros, periódicos o revistas, hablan por el móvil, se remueven en sus asientos buscando una postura más cómoda, juegan apretando botones en máquinas electrónicas que para mi ya son arcanos fuera de toda comprensión… En mis oídos suena la música de John Williams, la de Nino Rota, la de Vangelis…, sucediéndose con algo de Schubert, Mozart o Rossini.

Y de pronto escucho los primeros compases de una canción que todo lo conmueve dentro de mi. Una canción que descubrí hace muchos años en un viejo disco EMI, en un maravilloso disco en el que la mítica soprano alemana Elisabeth Schwarzkopf cantaba los Cuatro últimos lieder (canciones) de Richard Strauss (1864-1949), más otros doce lieder con orquesta, acompañada por George Szell dirigiendo la Sinfónica de Londres y la Sinfónica de la Radio de Berlín.

La canción se titula Morgen (Mañana), y es la número 4 del op. 27 del compositor, el último gran operista, en el sentido tradicional, de la historia de la música. Strauss trabajó en sus óperas con libretistas contemporáneos suyos de la talla de Hugo von Hofmannsthal o Stefan Zweig. Y en sus canciones le puso música a poemas de Herman Hesse, Goethe, Heine, Eichendorff, Dehmel, etc… Morgen es un conmovedor poema de Mackay que habla del amor más allá de la muerte, y de la muerte más allá del amor. Un poema bellísimo para el que Srauss compuso una música a la vez mórbida y serena, una música feliz y a la vez tan triste como una despedida aceptada, una música embriagadora y a la vez desoladora. Una de las canciones más hermosas jamás compuestas por ningún compositor, una canción tan bella y concluyente que incluso llega a hacer daño.

En una traducción macarrónica del inglés que escribí hace muchos años, el texto de Morgen de Strauss/Mackay dice más menos así: “Y mañana brillará de nuevo el sol, y el camino que recorreré, nos unirá a nosotros, los felices, en medio de esta tierra que respira sol… Y a la extensa playa, y al azul de las olas, descenderemos queda y lentamente, mudos nos miraremos a los ojos y sobre nosotros se abatirá el callado silencio de la dicha…”.

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Última reseña de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-Justo Serna: Héroes alfabéticos. Por qué hay que leer novelas (PUV, 2008)