viernes, 13 de marzo de 2009
Western, ciudades fantasma y ópera: el Piper’s Opera House de Virginia City
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Ciencias sociales en Blog personal por Historia
El western y las ciudades fantasmas han sido conceptos relacionadas entre sí, y ya desde niño, cada vez que aparecía una ciudad fantasma como escenario propicio para el desarrollo de una historia del lejano Oeste en forma de película, mi curiosidad se preguntaba el porqué de la ciudad fantasma en sí. Es decir, ¿cómo había nacido la ciudad?, ¿cómo se había desarrollado hasta tener bancos, hoteles, bares, casas, establos, oficinas comerciales...? y, finalmente, ¿cómo había desaparecido?
Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

Llego a casa entrada ya la noche, y ante la posibilidad de entretenerme escuchando por radio las crónicas futbolísticas de la jornada de liga de campeones (recuerdo que no tengo televisión), decido ver una película en dvd en el portátil. Escojo un magnífico western en blanco y negro no de los más “visitados” por los aficionados, Cielo amarillo (1948), dirigido William A. Wellman (1896-1975), con Anne Baxter, Gregory Peck y Richard Widmark como protagonistas principales. Cielo amarillo es sin duda uno de mis western favoritos, desarrollándose la mayor parte de su historia en una ciudad fantasma situada al final de un desierto de sal; una ciudad casi en pie por completo pero abandonada a los vientos, la arena del desierto y las visitas fantasmales de un grupo de guerreros apaches.

El western y las ciudades fantasmas siempre han sido conceptos relacionadas entre sí, y ya desde niño, cada vez que aparecía una ciudad fantasma como escenario propicio para el desarrollo de una historia del lejano Oeste en forma de película, mi curiosidad se preguntaba el por qué de la ciudad fantasma en sí. Es decir, ¿cómo había nacido la ciudad?, ¿cómo se había desarrollado hasta tener bancos, hoteles, bares, casas, establos, oficinas comerciales...? y, finalmente, ¿cómo había desaparecido?, o mejor dicho, por qué la gente, la civilización la había abandonado a su suerte.



Imámgenes de Cielo amarillo (Yellow Sky), del director William A. Wellman (vídeo colgado en YouTube por ThGreatSilence) 

Imaginé teorías, y leí libros en los que se daban lógicas explicaciones históricas de tipo económico. Pero la revisión de Cielo amarillo ha coincidido felizmente en el tiempo con la lectura del interesantísimo libro de Gregorio Doval sobre los pistoleros y forajidos del salvaje oeste. Y en dicho libro, en el capítulo 6 dedicado a la vida cotidiana en el oeste, me he topado con la mejor y más sucinta explicación del fenómeno, explicación que quisiera compartir con todos ustedes, y especialmente con los muchos aficionados al western que, como las meigas, “haberlos haylos”.

Escribe Gregorio Doval: “Muchas de estas ciudades surgidas al hilo de los descubrimientos mineros se vaciaban en cuanto las vetas comenzaban a agotarse o su explotación se hacía poco rentable. Muchas de ellas, pasado el boom, dieron lugar a ciudades fantasmas, meros ecos de su fulgurante y efímero esplendor. Ese fue el caso, por ejemplo, de Virginia City, ciudad de Nevada situada a 27 kilómetros al sudeste de la actual Reno. En 1859, dos mineros, Peter O’Riley y Pat McLaughlin, descubrieron un increíble depósito de oro y plata en los Lodos de Comstock, cercanos a la ciudad. El descubrimiento provocó la llegada de una marabunta de buscadores y, tras ellos, de la habitual cohorte de comerciantes, vividores y buscavidas que solían acompañarles. Sólo un año después, 10.000 personas, en su mayoría hombres, acampaban alrededor de la ya bulliciosa y cada vez más cosmopolita ciudad.

A medida que fue aumentando la población, iba sucediendo lo mismo con respecto a los típicos establecimientos destinados a aprovecharse de la riqueza que brotaba de la tierra: casas de juego, cantinas y burdeles de todas las categorías. En 1876, diecisiete años después de ser fundada, Virginia City tenía 40.000 habitantes y contaba con cuatro entidades bancarias, 110 establecimientos de bebidas, dos docenas de lavanderías, unas 50 tiendas de moda, una estación de ferrocarril y hasta cinco periódicos. Los potentados del lugar se hicieron construir mansiones en las que organizaban elegantes bailes de sociedad, en los que era obligada la etiqueta para la cena, servida por una legión de criados negros que mostraban la opulencia en que vivía el anfitrión.

Mineros de Comstock en 1880 (foto wikipedia)

Mineros de Comstock en 1880 (foto wikipedia)

Al poco, un consorcio de millonarios se empeñó en construir en aquella ciudad tan alejada de todo un gran teatro de la ópera, el Piper’s Opera House, que, sin duda alguna, fue la plaza más avanzada y a la vez más desplazada del arte lírico en el Oeste. A su alrededor surgieron hoteles de lujo, bancos e iglesias.

En veinte años, los yacimientos de Comstock dieron, según distintos cálculos, entre 500.000.000 y 1.000.000.000 de dólares en oro y plata, y generaron docenas de millonarios. Cuando la explotación llegó a su fin, Virginia City, abandonada, se convirtió en una ciudad fantasma, puras ruinas de su pasado esplendor. A diferencia de ella, otras muchas ciudades mineras sobrevivieron al convertirse sin transición en ciudades industriales. Pero, en su momento de esplendor, todas fueron un foco de atracción para todo tipo de personajes en busca de aprovecharse de los esfuerzos ajenos. Todas pasaron una fase de desorganización que las hacía ciudades peligrosas, ciudades sin ley. Sus nombres aún resuenan: Tombstone, Deadwood, Cheyenne...”.

Me parece fascinante. Ciudades opulentas surgidas de la nada. Ciudades fantasmales, abandonadas, con un pasado reciente y esplendoroso. Núcleos de sociedad desorganizados y por los que corría el oro en grandes cantidades que eran un foco de atracción para pistoleros, jugadores, forajidos..., dispuestos a ser la ley imperante a tiro limpio para enriquecerse. Ciudades surgidas en mitad del desierto, en mitad de una naturaleza completamente virgen y salvaje a la que se accedía andando quince minutos más allá de la calle principal de la ciudad. Y en medio del caos, un teatro de ópera, el Piper’s Opera House. ¿Qué se cantó en su escenario? ¿Quién cantó? ¿Quién dirigió la orquesta? ¿Quiénes integraban esa orquesta? ¿Quién elaboraba los programas de la Piper’s Opera House? Todas, probablemente, preguntas sin respuesta, o al menos sin fácil respuesta. Insisto, me parece fascinante.

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Última reseña de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:

-Justo Serna: Héroes alfabéticos. Por qué hay que leer novelas (PUV, 2008)