martes, 3 de marzo de 2009
Aproximación al fascismo en Italia
El origen del fascismo como denominación, como movimiento político y como régimen estuvo en Italia. En este país el nacionalismo radical, alimentado por el afán de aquella potencia emergente de incorporarse al club de las grandes potencias, había surgido antes de la I Guerra Mundial, pero se mantuvo como un movimiento más testimonial que voluminoso
Juan Antonio González Fuentes
El origen del fascismo como denominación, como movimiento político y como régimen estuvo en Italia. En este país el nacionalismo radical, alimentado por el afán de aquella potencia emergente de incorporarse al club de las grandes potencias, había surgido antes de la I Guerra Mundial, pero se mantuvo como un movimiento más testimonial que voluminoso. En todo caso el nacionalismo impregnó entonces a gran parte de la clase política, tanto entre los sectores conservadores como en otros más a la izquierda (caso de Mussolini). Ese nacionalismo y la crítica al liberalismo se exacerbaron tras la guerra, tanto por la propia experiencia bélica como por el descontento italiano con los Tratados de Paz de 1919, extendiéndose la sensación de una “victoria mutilada”. Esta extensión del nacionalismo se puso de manifiesto con la ocupación de Fiume por las brigadas de jóvenes excombatientes ultranacionalistas (arditti) de D’Annunzio en 1919. Además del descontento por los Tratados de Paz, tres hechos vinieron a alimentar al fascismo en la inmediata posguerra: la grave crisis inflacionista de 1920-1921, la agitación social del “bienio rosso” (ocupación de fábricas por los obreros, animados por la fuerza creciente del obrerismo y por la revolución rusa) y la inestabilidad política (la sucesión de crisis ministeriales desacreditó al régimen liberal, que desde 1919 había implantado el sufragio universal masculino). Igualmente resultó fundamental para el ascenso del fascismo que los partidos políticos italianos (fuerzas liberales, Partido Socialista y Partido Popular), preocupados por sus disputas internas y por la lucha por el poder, no calibrasen bien el peligro del naciente movimiento.
Sin duda, la crisis social y la crisis política fueron el caldo de cultivo del fascismo, aglutinado en estos años de la crisis postbélica en torno a su carismático líder Benito Mussolini. Este antiguo socialista fundó en 1919 en Milán los fascios de combate (“fasci di combattimento”) con excombatientes, antiguos socialistas y sindicalistas cuyo denominador común era el extremismo y la violencia. Expuso entonces su rechazo a los partidos, su intención de derrocar el sistema liberal y su defensa de un nacionalismo extremo y reivindicativo, dentro de lo que llamó “socialismo revolucionario”.
Un momento de la marcha sobre Roma (foto wikipedia)
Las ocupaciones de fábricas acometidas en 1919 dentro del despliegue del obrerismo marxista sirvieron de acicate para la extensión del fascismo, que aún tenía un apoyo minoritario (36 de los 520 escaños en 1921). Fue la agudización de la situación crítica del país y la debilidad de los gobiernos la base sobre la que tuvo lugar la expansión y ascensión al poder del fascismo, que apareció a los ojos de muchos italianos de grupos sociales diversos como la única fuerza capaz de frenar la revolución socialista. Los débiles gobiernos liberales cometieron el error de legalizar las acciones violentas de los fascios contra los socialistas, lo que envalentonó a los fascistas, cada vez más apoyados por el ejército, la policía y la burguesía. Consciente de la oportunidad que la situación le ofrecía, el fascismo organizó y llevó a cabo la famosa Marcha sobre Roma en octubre de 1922, que obtuvo éxito al optar el rey Víctor Manuel II por encargar a Mussolini la formación del gobierno.
A partir de entonces, Mussolini desplegó una estrategia exitosa para pasar del régimen liberal a la dictadura fascista. Entre 1922 y 1926 el fascismo se dedicó por todos los medios a extender sus organizaciones y a desmantelar a la oposición, con la complicidad del rey y los sectores conservadores. Dos hechos vinieron a poner a las instituciones del Estado liberal en manos de Mussolini en 1924: la ley electoral y las posteriores elecciones en medio de un ambiente coactivo, lo que le permitió conseguir la mayoría absoluta, y el abandono del parlamento de la práctica totalidad de los diputados de la oposición en protesta contra la violencia fascista, que alcanzó su punto álgido con el asesinato del dirigente socialista Mateotti por una banda fascista.
Fue así como, sin apenas obstáculos, dio comienzo la institucionalización del Estado totalitario entre 1926 y 1936. A partir de 1926 fue eliminada la oposición y suprimidas las libertades constitucionales, estableciéndose un Estado dictatorial corporativo. Se ampliaron los poderes legislativos del Duce, convertido en dictador y asistido por el Gran Consejo Fascista, órgano legislativo y constitucional. Además procedió a asegurar su poder sobre el Partido Nacional Fascista, convertido en partido único. En 1927 se aprobó la Carta del Trabajo, instaurando el sistema corporativo, que pretendía integrar a las diferentes clases sociales mediante un esquema jerárquico de corporaciones nacionales, formadas por los representantes de las empresas y de los sindicatos fascistas con el fin de organizar la economía y las relaciones laborales bajo la intervención autoritaria del Estado, asegurando el control de la clase obrera. Se impulsó la fascistización de las instituciones (identificación Estado/Partido Nacional Fascista), la economía (sistema corporativo) y la sociedad, en este caso a través del sistema educativo y de la creación de organizaciones fascistas dirigidas a encuadrar tanto a la juventud como a las mujeres y los trabajadores.
Última reseña de Juan Antonio González Fuentes en Ojos de Papel:
-Justo Serna: Héroes alfabéticos. Por qué hay que leer novelas (PUV, 2008)