La situación económica de
Beethoven no era precisamente boyante cuando redactaba los compases de la que sería su trabajo, su música más inmortal: la Novena sinfonía, la sinfonía Coral. Sabedores de la situación, la real Sociedad Filarmónica de Londres envió al compositor una donación realizada entre sus integrantes: 100 libras. El músico, como no podía ser de otra forma, quiso dar las gracias por el gesto, y escribió una carta dirigida a la Sociedad británica agradeciendo sinceramente la ayuda, y asegurándoles que estaba inmerso ya en la redacción de su Décima Sinfonía de la que tenía sobre la mesa de trabajo de su despacho algunos bocetos. Sin embargo, al poco de redactar la misiva, el músico de Bonn moría. Era 1827.
Mucho tiempo después, transcurrido más de siglo y medio,
Barry Cooper, un profesor de música la Universidad de Aberdeen en Escocia, inició la ingente tarea de escribir un libro sobre el compositor, para lo que comenzó a visitar archivos en busca de documentación en ciudades como Viena, Berlín o Bonn. En los archivos Cooper descubrió bocetos, apuntes, notas..., de ese primer movimiento de la Décima beethoveniana. Ninguno de los fragmentos originales contenía manuscritos más de veinte compases, aunque algunos tenían notas aclaratorias en alemán: “pausa, breve desarrollo del tema”, “Clave si menor, inicio del tema”, etc...
Carátula del CD de la Décima Sinfonía de Beethoven y Barry Cooper
Basándose tan sólo en esas pocas anotaciones, Cooper comenzó a vislumbrar lo que bien podría ser el comienzo de la mencionada sinfonía, y tomó la decisión de ser él quien concluyese el trabajo. Estudió todas las partituras sinfónicas de
Beethoven, extrajo una especie de “modus operandi” general beethoveniano, y manos a la obra terminó configurando así lo que él mismo llamó “boceto sinfónico” de aproximadamente unos 15 minutos de duración.
Con la partitura debajo del brazo, Cooper consultó los resultados con un amigo, el director de orquesta
Walter Weller, quien concluyó que el experimento era cuando menos interesante, y propuso a Cooper dar a conocer públicamente los resultados de sus desvelos archivísticos y “restauracionistas”. En el otoño de 1988, y en el marco del londinense Royal Festival Hall, la Real Orquesta Filarmónica de Liverpool, a las órdenes de Walter Weller, interpretó por vez primera el cuarto de hora de música de Barry Cooper/
Beethoven, es decir, un ensayo imaginativo y aproximativo de una supuesta Décima sinfonía de Beethoven. La crítica de la capital británica se tomó el caso como lo que era: una curiosidad simpática, un experimento interesante y atractivo. Encontraron en la partitura semejanzas con pasajes de las sinfonías Séptima y Octava, y calificaron el esfuerzo de Cooper como de éxito razonable.
Ludwig von Beethoven y Barry Cooper: Décima Sinfonía (vídeo colgado en YouTube por LeSPOCK)La partitura llegó a grabarse en disco compacto. La Sinfónica de Londres, dirigida por un desconocido
Wyn Morris, fue la encargada de hacer realidad el sueño. El disco lo editó la compañía MCA classics aprovechándose de la marea a favor y utilizando métodos publicitarios cuando menos inexactos y tendentes a confundir al comprador. Vendían el producto (no sé si siguen haciéndolo) como una primicia mundial: ¡¡¡la primera grabación de la Décima Sinfonía de
Beethoven!!! Luego, en letras más pequeña, aclaraban que era sólo un primer movimiento (Andante-Allegro-Andante), y más abajo, también en pequeño, dejaban caer la verdad: Realizado y completado por el Dr. Barry Cooper.
En otras palabras, la música del doctor Cooper la vendían como la Décima de Beethoven, es decir, el timo del tocomocho pero en versión erudita y con la Sinfónica de Londres por medio. Un curioso y saludable experimento musical quizá acabó en timo puro y duro siguiendo los sacrosantos mandamientos del interés comercial. Si Beethoven levantase la cabeza, probablemente echaría a patadas a los mercaderes del templo de la música. O quizá se riese a mandíbula batiente, ¡¡¡vayan ustedes a saber!!!