Juan Antonio González Fuentes
Parte de la tarde del pasado sábado, ya lo he contado en estas mismas páginas, la pasamos en casa del escritor Jesús Pardo y de su mujer Paloma. Pardo tiene 81 años y acaba de entregarle corregidas a la editorial RBA las galeradas de su tercer volumen de memorias, un volumen previsto para comienzos del año que viene y que como lector espero con controlada ansiedad.
Pasamos la velada hablando de una y mil cosas, y entre las muchas que se plantearon surgió la victoria del demócrata Barack Obama en las recientes elecciones presidenciales norteamericanas. Comenté que acabo de terminar las memorias de Obama Los sueños de mi padre (Almed Ediciones, Granada, 2008), páginas en las que no sin preocupación he descubierto a un Obama realmente monotemático, casi obsesionado diría yo, por su negritud, por los problemas de su raza (cuando la mitad de su familia es blanca), etc... Y al final hilé el comentario con otro que se está haciendo con mucha frecuencia en los medios de comunicación de todo el mundo: por primera vez en la historia, el líder de la primera potencia del mundo occidental es de piel oscura y orígenes africanos.
Nada más pronunciar esta frase, Jesús Pardo estuvo a un tris de saltarme al cuello y morderme con ademanes vampíricos en la yugular. Casi saliéndole espuma por la boca empezó a proferir gritos calificándome de ignorante e iletrado. “¡No sabéis nada de nada! ¡No sé para qué demonios has estudiado historia en la universidad mequetrefe! ¡El primer africano al frente de la mayor potencia de occidente fue Septimio Severo, emperador de Roma!”. Y entonces, avergonzado, arrebolado, recordé la frase que mi profesor de latín en bachillerato, el veterano Segismundo, pronunció un día clase traduciendo de un aserto latino: “No hay nada nuevo bajo el sol”. Y en efecto, no lo hay.
Ya en Santander he buscado en Google y he encontrado bastante información no contradictoria sobre el mencionado personaje, aunque en ninguna de las escritas en español se menciona la posibilidad de que el susodicho fuera de raza negra. Sin embargo, he descubierto una página en inglés en la que Septimio Severo es considerado como uno de los cien negros británicos más importantes de la historia, lo que realmente tiene su gracia, e indica que eso de que el nacionalismo siempre barre para casa es de una realidad embrutecedora.
Pues sí, Lucio Septimio Severo Pértinax nació cerca de la actual ciudad de Homs en Libia en abril del 146 d. C., y murió cerca de la actual ciudad inglesa de York en febrero de 211 d. C. Emperador romano desde el 193 al 211 d.C., fue el fundador de la dinastía de los Severos (que reinó desde el 193 hasta el 234, abarcando los gobiernos de Caracalla, Geta, Heliogábalo y Severo Alejandro) y acentuó el carácter militar y despótico del poder imperial. Tras estudiar leyes en Roma, desempeñó diversos cargos militares y políticos. Por ejemplo, en el 172 fue cuestor militar en la provincia de la Bética (en la actual España), y en torno al 190 fue gobernador de Panonia, una provincia romana en Europa central.
Más o menos en el año 175 se casó con Paccia Marciana, que al parecer también era de origen africano, durando el matrimonio una década, hasta la muerte de ésta. En el año 187 se casó con Julia Domna, que provenía de una importante familia de la ciudad de Emesa. Fruto de esta unión nacieron Basiano (el emperador Caracalla) en el 188, y Geta en el año 189.
Busto de Septimio Severo (Museo Capitolino, Roma)
En el año 192 fue asesinado el emperador Cómodo, al que sucedió el cónsul romano Pértinax. A la muerte de Pértinax al año siguiente, y con Didio Juliano como emperador después de haber comprado el trono a la Guardia Pretoriana, Septimio Severo fue proclamado emperador por las legiones en Carnuntum, y se dirigió rápidamente a Roma nombrándose así mismo vengador de la muerte de Pértinax.
En Roma, el Senado declaró a Severo como enemigo público número uno, y Didio Juliano envió en vano amenazas y asesinos. Tullio Crispino, prefecto pretoriano, trató de detener a Severo, pero fue derrotado. Entonces el Senado, a petición de Didio Juliano, nombró a Septimio Severo emperador, estableciendo un gobierno de dos emperadores simultáneamente, pero Severo no aceptó el nombramiento. Al final, el Senado romano nombró a Severo como emperador y sentenció a muerte a Juliano, sentencia que se cumplió el 1 de junio del 193.
El nuevo emperador, Septimio Severo, confirmó en el cargo a Clodio Albino, gobernador de Britania, atrayéndole a su causa. Confirmó también a Flavio Juvenal, prefecto del pretorio nombrado por Didio Juliano, y viendo como sus hijos aún eran demasiado pequeños, pensó en Clodio Albino o en Pescenio Níger, como sucesores suyos. Pero Níger fue proclamado emperador por el ejercito de Siria, momento en el cual Severo pensó seriamente en abdicar en favor de Clodio Albino.
A la entrada triunfal en Roma de Severo junto con sus soldados fue recibido por los pretorianos desarmados. Hizo divinizar a Pértinax y celebró el mismo el funeral, se presentó al Senado y se proclamó vengador del emperador asesinado, legalizó su poder, y se emparentó con Marco Aurelio, proclamándose como su hijo. Concedió el título de "castrum del mater" a Julia Domna. Castigó a los asesinos de Pértinax, disolvió las cohortes pretorianas y las reconstruyó con elementos de las provincias. Para atraerse a los miembros del Senado prometió no proceder contra ninguno de sus miembros sin un procedimiento legal.
A los 30 días de su entrada y tras el levantamiento de Níger, Severo abandonó Roma, enviando legiones a África para que Níger no pudiera cortar el aprovisionamiento de trigo a la capital. Cayo Pescenio Níger le ofreció la posibilidad de gobernar conjuntamente, oferta que Septimio Severo rechazó. Níger fue vencido en las proximidades de Zícico y ejecutado en el año 194. Poco después Severo, condenó a muerte a la esposa e hijos del usurpador. Como emperador, Septimio Severo acrecentó el poder de los funcionarios imperiales. Apoyándose en ellos, favoreció al ejército, subiendo el sueldo de los soldados y dispensando a los veteranos del servicio público. Su reinado marcó un periodo de reformas judiciales y militares. Creó una nueva tesorería imperial y redujo el poder del Senado y la aristocracia. Convirtió a Italia en una provincia. También adoptó el título de "dominus".
Durante su regreso a Roma, Severo recibió noticias de que Clodio Albino había sido nombrado Augusto. La postura ambigua del Senado, el odio de Severo a la plebe y la ausencia de emperador en Roma durante 3 años, habían favorecido la causa de Clodio Albino, quien logró atraer a las legiones de la Galia y de Hispania, además de contar con el apoyo de varios senadores en Roma y de la plebe.
Septimio Severo marchó rápidamente con su ejército a Viminacio para salirle al paso a Albino. En febrero del 197 tuvo lugar la batalla entre los dos ejércitos. Las tropas de Albino forzaron la retirada de Severo en un principio, pero la llegada de la caballería de Severo logró derrotar al ejército de Clodio Albino, a quien se le obligó a suicidarse. Septimio Severo mandó la cabeza de Albino a Roma. Al igual que hizo con Níger, Severo castigó duramente a los partidarios de Albino, condenando a muchos galos y hispanos a muerte, ajusticiando además a 41 senadores.
Después de un brillante éxito contra los partos de Persia, que habían invadido Mesopotamia, Septimio Severo se dirigió a Britania para sofocar una sublevación en el 208. Allí, dirigió a sus ejércitos contra los Caledonios y restableció la muralla de Adriano como frontera norte del Imperio. Además, Septimio Severo embelleció Roma al igual que otras muchas ciudades del Imperio: después del año 200 erigió el arco Severo coronado con una cuadriga, restauró los templos de Vesta, Vespasiano, Júpiter Stator, de Juno Regina. el pórtico de Octavio, el Panteón el teatro de Pompeyo y la casa de las Vestales. También levantó las Termas del Trastévere, costeó edificios en Ostia y construyó hermosas edificaciones en su patria natal Leptis Magna, así como templos en numerosas ciudades a lo largo del Imperio.
En el año 210, durante la campaña de Britania, Septimio Severo cayó enfermo, dejando el mando de los ejércitos a su hijo Caracalla y muriendo en Eburacum a principios del 211. Tras su muerte, le sucedieron en el trono sus hijos Caracalla y Geta, quienes le acompañaban en la campaña británica.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.