domingo, 20 de julio de 2008
Cary Grant, La biografía de Marc Eliot (Lumen)
Alfred Hitchcock fue el cineasta que mejor supo aprovechar el talento actoral de Cary Grant: esa mezcla genial de simpatía, aplomo y franqueza que, en las películas de Hitchcock, bien podía ser la encantadora pantalla de enigmas ocultos e incluso perversidades sin cuento
Juan Antonio González Fuentes
A muy altas horas de la madrugada una vez asistí a una fuerte discusión entre cinéfilos sobre un asunto tan baladí e imposible de resolver como quién ha sido el mejor actor de cine de todos los tiempos. Digamos que la disputa enfrentó entonces, probablemente hace ya más de veinte años, a un defensor de una postura “clásica” y a otro de una más innovadora. En resumidas cuentas, uno apostaba decididamente por Cary Grant y otro por Marlon Brando.
La tonta disputa llegó a su punto culminante y final cuando el defensor de Marlon Brando apuntó como razón determinante que avalaba su postura y opinión, la célebre escena de El último tango en París, película de Bertolucci, en la que el actor americano sodomiza a la coprotagonista lubricándole el ano con un poco de mantequilla, método sin duda que hoy contará con el aplauso culinario de conocidos cocineros tipo Ferrán Adriâ o Carlos Arguiñano. Nuestro seguidor de Brando adujo que Cary Grant hubiera sido incapaz de salir airoso de una escena así (subraye el lector el nivel que fue adquiriendo la discusión), a lo que el fan de Grant intentó oponer un buen número de matizaciones eruditas y notas a pie de conversación. Sin embargo, el asunto lo resolvió un tercer individuo que, borracho como una cuba y amigo de los dos disputantes, terció en el asunto con la siguiente frase: “Cary Grant nunca hubiera dado por el culo a una mujer. Cary Grant era una caballero. Punto y final”.
Marc Eliot: Cary Grant. La biografía (Lumen, 2007)
La discusión de la que fui testigo directo me parece un buen ejemplo de estupidez infinita de principio a fin. Creo ya haber escrito en numerosas ocasiones que eso de establecer qué o quién es el mejor o lo mejor en cualquier terreno es un empeño inabordable por el sinnúmero de matizaciones y adendas susceptibles de imponerse y suscribirse. Por cierto, opino que la sodomización y la caballerosidad no son en punto alguno incompatibles.
La anécdota aquí narrada, sin embargo, viene a corroborar una vez más la idea general que se tiene de Cary Grant, sin duda posible uno de los más grandes actores de la historia del cine: epítome, símbolo de la elegancia y sofisticación masculina de todo el siglo XX.
“Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Incluso yo quiero ser Cary Grant”. Así resumía irónicamente el propio Cary Grant la fascinación que la imagen pública de su personaje logró despertar en millones de espectadores en cualquier parte del globo. Una imagen que era producto obtenido directamente de la ciencia del glamour diseñada por la industria de Hollywood (artificio) y por unas cualidades innatas, una materia prima de primer orden que incluía un físico adecuado y un carisma arrollador que era captado por la cámara con facilidad natural y plena satisfacción.
Alfred Hitchcock: escena del aeroplano en Con la muerte en los talones, 1959 (vídeo colgado en You Tube por neverendingmovies)
Lo curioso es que este mito de prestancia aristocrática y sofisticación impactante vino al mundo en los barrios más pobres de Bristol, fruto de un matrimonio de condición más que humilde que lo llamó Archibald Alexander Leach. Desde la pobreza de Bristol hasta la carrera más cotizada de la época del Hollywood dorado, hay toda una existencia y unos trabajos que necesariamente tienen que interesar incluso al aficionado al cine menos curioso.
Marc Eliot ha escrito la que ahora pasa por ser la biografía canónica del mito, unas páginas publicadas en español por Lumen que, en la mejor tradición de los trabajos biográficos anglosajones, aúna rigor y amenidad a partes iguales. Las páginas de Eliot no dejan recovecos sin explorar, y se centran tanto en lo íntimo y personal (escándalos, divorcios, mujeres, homosexualidad…), como en lo profesional, ocupándose de forma especial la relación y trabajos del actor con tres de los más grandes directores de cine de todos los tiempos: Howard Hawks, George Cukor y Alfred Hitchcock, el cineasta que sin duda mejor supo aprovechar el talento actoral de Cary Grant: esa mezcla genial de simpatía, aplomo y franqueza que, en las películas de Hitchcock, bien podía ser la encantadora pantalla de enigmas ocultos e incluso peligrosas perversidades sin cuento.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.