miércoles, 2 de julio de 2008
Una foto inédita de Franz Kafka
Autor: Juan Antonio González Fuentes - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Libros y autores en Blog personal por Autores
Todos nosotros hemos sido registrados alguna vez en las estrechas dimensiones de una foto ajena. ¿Por qué no les iba a suceder lo mismo a muchos de los hombres y mujeres que a lo largo del último siglo conforman páginas importantes de nuestra historia común de humanos y habitantes de este planeta? Por ejemplo Kafka

Juan Antonio González Fuentes 

Juan Antonio González Fuentes

El otro día caminaba con paso tranquilo a coger el tren que sale a las dos de la tarde desde las estación de Santander rumbo a Chamartín, en Madrid. Bajé las escaleras situadas junto a la iglesia de los Jesuitas, dejando a mi izquierda la iglesia neogótica y a mi derecha la visión del amplio ventanal del café Tornasol y el más modesto en dimensiones de la librería Merienda en el tejado.

Proseguí el camino sosteniendo con los dedos las asas de mi pequeña maleta de cuero y atravesé algunos arcos de medio punto de la Plaza Porticada, la misma en la que Ataulfo Argenta dirigió las Nueve Sinfonías del genio de Bonn a la Orquesta Nacional de España, la misma en la que vi decir adiós a Rostropovich con su violonchelo entre las piernas, la misma, en fin, en la que oía a Benny Carter sacarle filo a las notas de su viejo saxofón. Doblé la esquina correspondiente y me asomé a la gran avenida del Paseo de Pereda. Dejé tras de mi el edificio de la Delegación de Hacienda y aquel en el que trabaja el Delegado del Gobierno. Me detuve un instante en el semáforo que da paso a la acera en la que se ubican el edificio de Correos, el parking subterráneo que ya hace años destrozó la ETA, el noble edificio también del Banco de España y la mole del nuevo Hotel Bahía.

Cuando pasaba justo por delante de la zona ajardinada situada frente a la entrada principal del edificio de Correos, contemplé cómo una pareja entrada en años le hacía una fotografía al que supuse debía ser su nieto, chaval menudo que estaba colocado al dado del busto del rey Alfonso XIII (obra del escultor Mariano Benlliure) que allí adorna la pequeña plaza urbana y espera la sentencia irascible de las palomas y el tiempo nubarroso santanderino.

Al avanzar casi distraído me situé sin pretenderlo en la atmósfera física que era objeto de la fotografía, y debí quedar inmortalizado en el álbum familiar de unos completos desconocidos actuando como figurante de un niño indiferente y de un busto que ejercía de referencia cultural e histórica en un “marco incomparable”.

La situación me hizo pensar, y las cavilaciones me condujeron a la extravagancia de intentar contabilizar de forma imposible el número ignoto de álbumes fotográficos familiares en los que a lo largo de mis existencia he acabado sin querer formando parte del paisaje. Tal excentricidad contable, me condujo casi de manera inmediata a pensar que, en buena lógica, esa figuración fotográfica involuntaria también le ha tenido que acontecer a figuras hoy eminentes del arte, las letras y las ciencias, factibles de haber sido fotografiadas, alguna vez, paseando atareados y con rumbo fijo junto a monumentos y demás iconos urbanos de las ciudades que habitaron.

Kafka en Praga

Kafka en Praga

Y pensé en algunos nombres muy concretos, por ejemplo, Kafka, Pessoa o Robert Walser, los tres considerados en nuestros días como gigantes de la literatura del siglo XX, aunque ninguno de los tres tuvo la más mínima relevancia en vida, siendo ignorados completamente por sus contemporáneos, por sus vecinos, por sus conciudadanos, para los que eran sólo tres tipos grises, sin talento, embarcados como tantos otros en vidas grises y sin ninguna importancia.

No lo había pensado nunca, pero es probable que en algún desván, en algún armario de alguna casa cualquiera exista un álbum de fotos familiar en el que junto a la instantánea de un monumento o de algún miembro de la familia poseedora del álbum, se visualice a los ojos de alguien atento la figura en dos dimensiones del que hoy todo el planeta considera un genio. ¿Por qué no?

Por ejemplo, cuántas fotos se hicieron en la ciudad de Praga entre 1903 y 1924, es decir, entre los veinte años de edad y los treinta y uno que vivió Kafka. ¿Cuántas fotos se habrán hecho durante ese periodo en las callejuelas del castillo de la ciudad, o en su puente de San Carlos, o en la Malá Strana, o a las orillas praguenses del río Moldava, o en la plaza Staromestske...? ¿No es probable que en las miles de fotos que seguro se hicieron no fuese fotografiado en alguna Kafka como un paseante más completamente ignorado por el autor de la imagen, un hito más del paisaje urbano que servía en ese instante de escenario al hijo, novia, mujer, abuelo, padre, madre, amigo, amiga..., que posaba para el autor de la fotografía? ¿Y en esa imagen no buscada del genio no es posible quizá haya un detalle que hoy pueda resultar fascinante? Pienso sin ir más lejos en una prenda de vestir, en una sonrisa, en un ademán pillado in fraganti, en una forma de llevar el sombrero, en un tipo de gafas, en una pipa o cigarrillo, en un tipo de mirada...

La idea me resulta fascinante. He puesto el ejemplo de Kafka o Pessoa porque, insisto, sabemos que fueron en vida perfectos desconocidos para sus conciudadanos, algo menos probable en autores como Hemingway o Faulkner, pongamos por caso, que sí fueron considerados artistas consagrados por sus contemporáneos, y por tanto, su imagen era más difícil que pasara completamente desapercibida ante los demás, ante el público que los contemplaba. Pero a los casos de Kafka o Pessoa podríamos sumarles muchísimos más: Proust, nuestro Machado..., y tantos y tantos otros. Repito, fascinante.

Todos nosotros, ustedes y yo, seguro que hemos sido registrados alguna vez en nuestra vida en las estrechas dimensiones de una foto ajena. ¿Por qué no les iba a suceder lo mismo a muchos de los hombres y mujeres que a lo largo del último siglo y medio conforman páginas importantes de nuestra historia común de humanos y habitantes de este planeta?

Kafka dando un paso mientras lleva bajo el brazo un periódico praguense y contempla aterrado a un pobre medigo callejero que en ese preciso instante le inspira la historia que llevó al papel en La metamorfosis, y que sólo figura como desconocido extra en una foto en blanco y negro protagonizada por un niño vestido de marinerito que sonríe a la cámara de su padre con un globo en la mano. Fotografía pegada junto a cientos de fotos más en un estropeado álbum que, guardado en un cajón bajo toneladas de manteles y servilletas, ya nadie contempla en la vieja e incómoda casa de una calle de Praga en la que a punto de dejar este mundo aún respira el niño que sostenía el globo delante de un Kafka al que le acaba de asaltar la chispa de la creación.


NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.