sábado, 21 de junio de 2008
Diario de un empresario: las sesenta y cinco horas de trabajo semanal como conquista
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
Sociedad en Blog personal por Sociedad
Un empresario europeo descubre al fin los males que atenazan a nuestra vieja Europa. Sin tapujos ni paños calientes, este empresario, ¿amigo? del blogger, expone la visión de lo que ha de ser Europa a raíz de las sesenta y cinco horas laborales

José Membrive

José Membrive

Por fin una noticia alentadora: Europa recapacita y da dos pasos en la buena dirección: el aumento a sesenta y cinco horas semanales y, sobre todo, una conquista de la que no se ha hablado, pero es aún más importante, el opting out, que implica la posibilidad de contratos libres e individuales entre un empresario y un trabajador sin la sombra dictatorial del sindicato.

En cuanto a las sesenta y cinco horas, debe entenderse como un comienzo para avanzar hacia las noventa y seis horas laborales a la semana (dieciséis al día dejando los domingos para el cultivo de la religiosidad), que es la jornada que ya se aplica, individualmente por supuesto, en zonas como Taiwang, Hong Kong y en algunos países africanos, avanzados en la nueva ola económica.

En realidad esta nueva etapa redondea las conquistas de los trabajadores: ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para instruirse o pasárselo bien. En este caso las ocho horas de trabajo y las ocho de instrucción se suman porque ¿dónde puede uno instruirse mejor que en la propia empresa? ¿hay algo más alegre que saber que trabajando las 96 horas en familia podrás pagar el alimento y la hipoteca? Porque esta es otra: la imposición de la escuela obligatoria ha de ser el próximo muro a derribar. ¿qué puede salir de un niño o niña que a los tres años lo sientas en un pupitre y no lo levantas hasta los dieciséis? ¿qué se puede esperar de él? Holgazanería, ociosidad y vicio. Si a andar se aprende andando, a cantar cantando, a trabajar se aprende trabajando. Y un trabajador ha de ir forjando su carácter a partir de los cinco o, siendo muy generosos, seis años. Mantener los niños al margen de la dinámica económica del país es destruirlos, porque luego al tratar de incorporarlos al trabajo no están acostumbrados y fracasan. Mientras los niños europeos permanecen sumidos en la inopia y, lo que es peor, como un lastre para la economía familiar y social, en algunas zonas de África los niños de seis o siete años ya se ganan la vida en el ejército. Por no hablar de punteros países en Asia y Oceanía en donde los niños y las niñas son la fuente generadora de un floreciente turismo capaz de ingresar en los respectivos países millones de dólares en divisas. 

Pero, como decía, no es la leve ampliación de la jornada laboral lo que siembra la esperanza entre los pocos emprendedores que aún quedamos en Europa, sino algo de lo que no se ha ponderado en su justa medida: la derrota que significa para la dictadura sindical implantada en Europa, la posibilidad de que un empresario y un trabajador firmen contratos libres de todo tipo de ataduras. El trabajador se libra, con esta conquista, de un siglo de tutelaje social que ha conducido a Europa a la catástrofe, como se está viendo y se verá cuando la última de sus industrias se haya instalado en el altiplano de Bolivia.

Los sindicatos, junto a sus partidos satélites, último reducto del cáncer Marxista que ha recorrido Europa durante el último siglo, han ido imponiendo al estado una serie de cargas económicas que han acabado cargándoselo. ¿Cuándo y dónde se ha visto que los trabajadores, a través de su gobierno, hayan de pagar con su sudor y su sangre la seguridad social a un vicioso del tabaquismo? ¿Por qué hay que destinar un solo euro del salario de los trabajadores para pagar la holgazanería de los parados? ¿Y la jubilación? ¿Qué sentido tiene marginar a los mayores de la dinámica productiva para amargar sus últimos años encerrándolos en un asilo y encima pagar por ello?



Sólo Inglaterra, que se dio el gozo de dar a luz nuestro sistema económico, inmortalizado por Dickens, ha comprendido la gran corrupción en que dicho sistema había caído durante el último siglo. Gracias a Margarte Thatcher y a su aventajado alumno Toni Blair, que tanto ha hecho por llevar al mundo islámico los aires de libertad occidental, Europa está recobrando el juicio y su vanguardia más dinámica, los empresarios, hemos comenzado a tirar del carro.

Y no me refiero sólo a los grandes genios de las finanzas como Botín, Berlusconi o De la Rosa (reconocido empresario ejemplar hasta por un president de la Generalitat y ahora obstaculizado por la burocracia de la justicia, que de eso podremos hablar otro día), sino también a los pequeños empresarios como yo. Un hombre hecho a sí mismo y que a los siete años ya había pagado a mi padre hasta el último céntimo que le costó mi alimentación. Mi suerte es no haber sido mariconeado en escuela alguna. He subarrendado a una empresa de telecomunicaciones el Servicio al Cliente de tres grandes empresas de telefónica móvil. Mi misión consiste en filtrar las injustas quejas de los clientes para que no lleguen a interferir la dinámica empresarial y, al mismo tiempo, disuadan al cliente de emprender acciones legales contra la empresa y, si es posible, que al acabar la consulta el sujeto o sujeta se muestren satisfechos sin haber sido tomados en consideración. Algo cuyo coeficiente de logros mantengo por encima del 90 %. Todo lo he resuelto con un entramado de respuestas automáticas: diez opciones entre las que escoger con diez sub-opciones. El 68,68% resuelven sus dudas o se cansan de marcar números y de oír respuestas maquinales. El resto requiere una voz femenina, si es hombre y masculina si es mujer, para resolver sus dudas. Mi misión ha sido encontrar seis ventrílocuos (dos por empresa) que puedan expresarse, indistintamente con voz masculina o femenina y con distintos acentos (el cubano y el porteño son los que más aplacan al personal).

Mi pequeña empresa tiene tres sedes: una en Guinea Ecuatorial, otra en el altiplano de Bolivia y una tercera en Filipinas. En cada una de ellas mis dos ventrílocuos cubren las veinticuatro horas (trabajan sólo doce y no dieciséis diarias que es el ideal para su máxima rentabilidad, pero a cambio laboran el domingo también). ¿Cuánto dirán que cobran? No lo voy a decir porque estamos en periodo de declaración de renta. Naturalmente les pago con dinero de la caja B, pero puedo asegurar que un local de mala muerte en cualquier punto de Europa me saldría mucho más caro que todo lo que pago a los seis trabajadores. Luego, además del local, suma el salario de los emigrantes que contrates y el peligro de ser denunciado por “explotación” es decir, por darles de comer.

Mi hermano, que está en el paro me recrimina el que yo vaya en Mercedes. Pertenece a la vieja Europa. Si no existiéramos personas con elevados ingresos ¿qué sería de la vida de los trabajadores que se alimentan de las fábricas de productos de gama alta?

Y es que tanta escuela, tantas leyes y tantos derechos sólo sirvieron, cuando los había, para hundir a Europa. Entre tanta ignorancia no es extraño que los emprendedores padezcamos la incomprensión del parque jurásico al que los “líderes” sociales condujeron a Europa.

NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.