Juan Antonio González Fuentes
Una de las películas de
Gonzalo Suárez que más me gusta es
Remando al viento (1987). No sé, hay algo irreal en ella, en su atmósfera de un romanticismo nada relamido, ni edulcorado, ni ciertamente empalagoso. Sí, Remando al viento es una de esas escasas películas que a mi entender logran el milagro de encerrar en sus fotogramas una atmósfera cuya presencia es física, sólida, perfectamente tangible. Cuando la rememoro apenas me llama la atención la presencia de
Hugh Grant encarnando a
Lord Byron; tampoco la belleza rotunda y espectacular de
Elizabeth Hurley asomaba entonces por los encuadres de la película, por lo que imagino que su presente belleza tenga algo de engorro trabajoso. Tal vez sólo el
Polidori desempeñado por
José Luis Gómez siga reclamando mi atención cuando pienso en las tres o cuatro veces que he visto la película en distintos momentos y circunstancias.
Sin embargo la atmósfera sí continúa ahí, haciéndose paisaje elocuente en mi entendimiento: las brumas, las olas sonoras de un mar de color borroso de insistencia gótica y fúnebre, los verdes húmedos de una geografía rezumante de horrores y pasión concentrada, la luz clara y blanca concentrada en los rostros con algo de leche metafísica desleída y alimenticia... Todo prosigue encarnado en paisaje soñado y latente en el requerido fondo de mis recuerdos.
También la historia de Remando al viento le toma el pulso a mi memoria. La historia de una joven, Mary Shelley, de cuya imaginación surgió una criatura aberrante y aterradora, una de las encarnaciones de lo funesto que puede surgir de la inteligencia humana: me refiero a la criatura del doctor Frankenstein, me refiero, cómo no, al propio doctor Frankenstein.
Mary Shelley nació en Londres en 1797 hija de la celebérrima “feminista” Mary Wollstonecraft y del filósofo liberal William Goldwin. La niña no vino precisamente con un “pan bajo el brazo”, y su madre falleció a los pocos días del alumbramiento. El padre de Mary se casó en segundas nupcias con Jane Clairmont, y la niña recibió una esmerada educación, sólo entorpecida, cómo no podía ser de otro modo en este cuento casi gótico, por su funesta madrastra. No aguantó mucho tiempo Mary a su madre postiza, pues con tan sólo 16 años huyó escandalosamente a la vecina Francia con Percy Bysshe Shelley, político y librepensador liberal como su padre, aunque ha pasado a la historia como poeta. La pareja viajó por Italia y Francia y en ese primer periodo de convivencia vivieron el dolor de ver morir a sus primeros hijos.
En 1816, Percy y una Mary de 19 años pasaron parte del verano en Ginebra junto a otro mito del Romanticismo europeo, lord Byron. La casa en la pasaron el estío estaba junto al lago Leman, y fue aquella una temporada de tormentas furiosas y lluvias a granel. De todos es conocido que durante aquellas noches tenebrosas y de ocio obligado, los jóvenes veraneantes, a los que se había unido un extraño tipo conocido como Dr. Polidori, emplearon el sobrante de tiempo que tenían en realizar un concurso para ver quién era capaz de escribir la mejor historia de fantasmas o de sucesos extraños. A Polidori se le ocurrió El vampiro, claro antecedente del Drácula de Bram Stoker, y otros entre los presentes resolvieron la cuestión sin mucha más pena ni gloria.
Gonzalo Suárez: Remando al viento (1987)
A la jovencísima Mary Shelley no se le ocurrió absolutamente nada, pero esa misma noche, soñó con un pálido y espectral estudiante que con malas artes había logrado crear una criatura de pesadilla. Entonces la muchacha escribió la historia que tiempo después vería la luz con el título de Frankenstein, logrando una posterioridad inconcebible en el momento.
El mismo año de la creación de Frankenstein los Shelley regresaron a Inglaterra, pero a partir de los acontecimientos del lago Leman, que también retrata Gonzalo Suárez, una maldición pareció perseguir a los presentes. Muertes y más muertes, desgracias y más desgracias se cebaron con los Shelley, a pesar de lo cual lograron casarse con el consentimiento del padre de Mary, y en la primavera de 1817 la joven, además puso el punto y final a la que sería su creación maestra.
Las frecuentes muertes de hijos e hijas, la vida entre Italia e Inglaterra, el nacimiento del único hijo que sobrevivió a la pareja, Percy Florence Shelley, y los vaivenes creativos y amorosos del poeta Shelley, circunscribieron el paso de los años hasta 1822.
En el verano de este último año, en julio, Percy murió ahogado a los treinta años de edad, destino de similares características que apenas dos años más tarde le aguardaba a su amigo y poeta Byron. Desde ese instante Mary dedicó su vida a la memoria y recuerdo de su marido, aunque escribió algunas páginas que, en modo alguno, alcanzaron la repercusión y fama de su Frankenstein: The Last Man, novela de ciencia ficción situada en un futuro apocalíptico, y Matilda, una novela corta que no se publicó hasta 1950, pues aborda el tema del incesto y su padre temió que los lectores vislumbrasen matices autobiográficos.
Quien vislumbró entre las brumas de su mente y las del lago Leman, la figura legendaria de la criatura despojada y construida de despojos por Víctor Frankenstein, murió con 53 años casi inválida y de un tumor cerebral en la ciudad en la que nació en 1851. Poco pudo entonces imaginar ella, “imaginadora” portentosa de maravillas, que su atormentado y terrible personaje, perdido entre los hielos de un mundo helado y solitario, se convertiría vivo o muerto en pesadilla e icono permanente para millones y millones de seres que en el mundo han sido, y a los que un escalofrío de desasosiego les ha recorrido la espalda sin imaginar que la sombra de su miedo nació en la cabeza de una jovencita romántica a la orilla de un lago ginebrino.
Nota de la Redacción: otros textos de Juan Antonio González Fuentes sobre vampiros, fantasmas y otros entes:
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de
Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.