Juan Antonio González Fuentes
“Había sido un ferviente votante durante toda mi vida, y jamás, en ningún tipo de elecciones, había contribuido a situar a un republicano en ningún cargo. Cuando estudiaba en la universidad hice campaña por Stevenson, y vi desmanteladas mis juveniles expectativas cuando Eisenhower le derrotó de forma aplastante, primero en 1952 y luego en 1956; y no podía dar crédito a mis ojos cuando un ser tan enraizado en su implacable patología, tan nítidamente fraudulento y malintencionado como Nixon, derrotó a Humphrey en 1968, y cuando, en los años ochenta, un cabeza de chorlito seguro de sí mismo, cuya insuperable vacuidad, sentimientos trillados y ceguera absoluta ante toda complejidad histórica se convirtió en objeto de culto nacional y, apreciado como un 'gran comunicador', nada menos, obtuvo sus dos mandatos en sendas victorias arrolladoras. ¿Y alguna vez unas elecciones como las que enfrentaron a Gore y Bush se resolvieron de una manera más traidora, tan perfectamente calculada para aplastar el último y vergonzoso vestigio de la ingenuidad del ciudadano respetuoso de la ley? Nunca había logrado aislarme de los antagonismos de la política partidista, pero ahora, tras haber vivido fascinado por mi país durante casi tres cuartos de siglo, había decidido no permitir que cada cuatro años se apoderasen de mí las emociones de un niño... las emociones de un niño y el dolor de un adulto. Por lo menos no lo permitiría mientras estuviera encerrado en mi cabaña, donde podía seguir en Estados Unidos sin que Estados Unidos jamás volviera a absorberse en mí. Aparte de escribir libros y leer de nuevo a fondo, para hacer un último recorrido por sus obras, a los primeros grandes escritores que leí, casi todo lo que en otro tiempo me importó ya no me importaba en absoluto, y había disipado la mitad, si no más, de las lealtades e intereses de toda una vida. Después del 11 de septiembre, cerré la caja de las contradicciones. De lo contrario, me dije, te convertirás en el loco ejemplar que escribe cartas al director, el cascarrabias de pueblo, manifestando el síndrome en toda su furiosa ridiculez: despotricando y desvariando mientras lees el periódico, y por la noche, al hablar por teléfono con los amigos, clamando indignado sobre la perniciosa rentabilidad por la que el patriotismo auténtico de una nación herida estaba a punto de ser explotado por un rey imbécil, y en una república, un rey en un país libre con todos los eslóganes de libertad con que se educa a los niños estadounidenses. El desprecio sin remisión que supone ser un ciudadano consciente en el reinado de George W. Bush no era apropiado para un hombre que había desarrollado un profundo interés por sobrevivir con una razonable serenidad, y así empecé por aniquilar el pertinaz deseo de 'averiguar'. Cancelé mis suscripciones a revistas, dejé de leer el Times, incluso dejé de comprar el ocasional ejemplar del Boston Globe cuando iba a la tienda del pueblo que vendía de todo. La única publicación que leía con regularidad era el Berkshire Eagle, un semanario local. La televisión sólo me servía para ver el baloncesto, la radio para escuchar música, y eso era todo.
De manera sorprendente, bastaron unas semanas para romper el hábito prosaico que mantenía informado a gran parte de mi pensamiento no profesional y para que me sintiera totalmente a mis anchas sin saber nada de lo que sucedía. Había proscrito a mi país, desterrado yo mismo del contacto erótico con las mujeres y, extenuado por el combate, al margen del mundo del amor. Había declarado mi sentencia admonitoria. Me había zafado del lastre de mi vida y de mi época. O tal vez sólo me había quedado con la parte esencial. Mi cabaña lo mismo podría haber navegado a la deriva por alta mar que encontrarse a cuatrocientos metros de altura junto a una carretera rural de Massachusetts, a menos de tres horas de viaje en dirección este de la ciudad de Boston, y aproximadamente a la misma distancia en dirección sur de Nueva York”.
Phillip Roth: Sale el espectro (Mondadori, 2008)
Esta larga reflexión no está entresacada de ninguna entrevista a ningún ciudadano estadounidense que, por las referencias históricas incluidas, debe rondar aproximadamente los setenta años de edad y haber tenido a los EE.UU, de alguna manera, como objeto de estudio y de trabajo. Es sí, una toma de pulso, un breve pero muy significativo resumen de más de medio siglo de política interna y externa USA. Es también el relato de la reacción a tal política, y en este sentido una historia de aislamiento, de autismo social y político que, pensado fríamente, es el que apetece mantener a mucha gente, a mí mismo hablando con abierta franqueza, y que sin embargo, creo a la vez que es peligroso para la colectividad, aunque quizá no lo sea para el individuo. La salvación del individuo puede perder a la colectividad, esa es mi reflexión personal ante la lectura de los párrafos hasta aquí traídos.
Quien ha reflexionado en tales términos es un personaje de ficción, uno sin duda de los personajes de ficción más importantes de la narrativa mundial de las últimas cinco décadas. Me refiero a Nathan Zuckerman, el protagonista de muchas novelas del norteamericano Philip Roth y su alter ego personal, quien vuelve a ser el personaje central del último trabajo de Roth publicado en español, Sale el espectro (Mondadori, Barcelona, 2008). Pero en definitiva, quien de verdad ha hablado en la ficción de una novela por medio de su personaje es sin duda Roth, un hombre de setenta y tantos años, judío, blanco y escritor, probablemente el escritor más consagrado de la literatura norteamericana actual, y quien refleja en las páginas 69 y 70 de su última novela con Zuckerman, su propia experiencia política, su biografía personal y política, su actual postura ante la política llevada a cabo por los dirigentes de su país a lo largo de los últimos tiempo.
Llevo varios días hablando de lo que en nuestro país significa simbólicamente el famoso caso “Chiklicuatre”, metáfora espléndida de una realidad, o al menos de una parte significativa de la realidad. La lectura de los párrafos de Roth confirma que la globalización de lo inane es un hecho iniciado hace varias décadas, y que la imagen o “ser una gran comunicador” es esencial en la política occidental de nuestro tiempo. Pero lo párrafos de Roth también me han abierto los ojos con respecto al peligro de la tentación de aislarse, de encerrarse en una casa como si fuera una isla flotante y romper amarras con el mundo y la sociedad que nos rodea. “La tentación” del individualismo en la sociedad contemporánea en contraposición de la creciente e imparable “dictadura” de las masas y lo “masivo” es, probablemente, uno de los temas más interesantes y candentes para la reflexión en esta época nuestra.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.