Juan Antonio González Fuentes
A todos los que tenemos o hemos tenido un perro y lo hemos querido (por no emplear la palabra mucho más “fuerte”, amado), la lectura del libro de memorias de la gran escritora nacida australiana Elizabeth von Arnim (1866-1941) debería resultarnos imprescindiblemente necesaria. El título del libro es de lo más significativo: Todos los perros de mi vida, y lo ha editado recientemente la editorial Lumen.
Llegué a la literatura de Elizabeth von Arnim por la sugerencia de un viejo amigo al que ya he mencionado aquí en no pocas ocasiones y siempre de forma agradecida. Me refiero a Enrique Bolado. Él me recomendó, hace quizá ya la friolera de unos quince años, la lectura del que consideraba un libro hermosísimo de nuestra autora, entonces para mí por completo desconocida, de título Elizabeth y su jardín alemán. No debía estar yo entonces preparado para tales sutilezas literarias, y recuerdo que el libro no me gustó ni mucho ni poco. Ahora Lumen lo ha vuelto a editar, y puedo recomendarlo con los ojos cerrados tras nueva lectura. Elizabeth y su jardín alemán (1898) fue la primera novela publicada por Mary Annette Beauchamp, escritora nacida en Sydney treinta y dos años antes de la fecha señalada más arriba, casada con un aristócrata alemán de apellido Von Arnim. Sorprendida y “alucinada” por el clamoroso éxito de su novela, Mary decidió llamarse como la protagonista de su obra, y añadirle, claro, el apellido de su señor esposo. Así nació para el mundo de los libros Elizabeth von Arnim, prima por cierto de otro nombre significativo de la literatura anglosajona, Katherine Mansfield.
En su primera novela ya mencionada, Elizabeth o Mary, como ustedes prefieran, relata su propia vida de casada sometida al aburrimiento y tiranía de un marido innombrable; vida de la que sólo encontraba consuelo perdiéndose y dejando volar su fantasía en el hermoso jardín de su nuevo y húmedo hogar alemán.
Elizabeth von Arnim: Todos los perros de mi vida (Lumen, 2008)
Viuda desde 1910 y con varios hijos a su cargo, Elizabeth dejó la mansión de su cónyuge y vivió por sus propios medios en Suiza, Inglaterra y la Riviera francesa, antes de emigrar definitivamente a los EE.UU cuando le vio las orejas al terrible y hambriento lobo del nazismo. Entre tanto traslado de vivienda y país, Elizabeth colección amigos, amantes, un nuevo marido que ni mucho menos mejoró al anterior (John Francis Stanley Russell, el hermano mayor del pensador y escritor Bertrand), y varios nuevos libros que por lo general también cosecharon aplausos entre la crítica y los lectores. Entre estos puedo mencionar tres que he leído en español y que me gustaron lo suficiente como para no haberlos olvidado: Vera (Ediciones del bronce), Amor (Alfaguara) y Un abril encantado (Suma de Letras), novela esta última que además alcanzó mucho renombre en su versión cinematográfica, dirigida por Mike Newell.
Recientemente la editorial Lumen ha iniciado una colección o biblioteca “Elizabeth von Arnim”, y ha lanzado los dos títulos ya mencionados. El libro de memorias, Todos los perros de mi vida, es una auténtica delicia. Publicadas en 1936, es decir, cuando la autora contaba con setenta años de edad, son ante todo un ejercicio sobresaliente de ironía para con los demás y para consigo misma. Decidida a contar toda su vida desde la infancia hasta su vejez, pero a hacerlo en muy pocas páginas, sin solemnidad, sin ceremonias, sin elevación, sin bendecida autocontemplación, sin aportar detalles ni dar nombres de protagonistas, Von Arnim logra su objetivo creando un hermosísimo y entretenido relato literario que es en sí mismo una pura y sencilla elipsis permanente, una larga y genial perífrasis. Elizabeth cuanta su vida contándonos las de los muchos perros que la acompañaron en el trayecto, logrando sin subrayados ni trazos gruesos una declaración de amor a sus animales, y una casi escandalosa declaración de irónico desdén a las personas de su vida, y muy especialmente a los hombres de su vida, personajes que en ningún momento estuvieron ni siquiera cerca de la altura alcanzada por sus perros.
Estas memorias son un dulce, chispeante, corrosivo y poco agrio tratado de misandria escrito por una mujer dotada de toneladas de sentido del humor y de una habilidad literaria portentosa. El privilegiado y literario veneno de su mala leche contra los hombres y su particular mundo (a los que también buscó y frecuentó desde la paradoja), para ser tragado mejor por los lectores aparece en estas páginas diluido en el cariño y devoción por la mayoría de los perros que la siguieron y la quisieron como sólo un perro sabe querer, hasta el último de sus ladridos, hasta la última oscilación alegre del rabo.
La presencia cariñosa y emotiva de los perros le sirve a nuestra fabulosa mujer escritora para despacharse a gusto contra los otros perros de su vida, los que caminaban sobre dos piernas y vestían pantalones.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.