Juan Antonio González Fuentes
De unos años a esta parte siento una curiosa predilección por los diarios cuyo origen no sabría situar muy bien sin perderme quizá en excesivas y lastradas explicaciones. Yo creo que le cogí el gusto a este género leyendo los “hercúleos” diarios de Andrés Trapiello, piezas extensísimas, de cientos y cientos de páginas en las que el escritor rescata pormenorizadamente su cotidianeidad, los sobresaltos circunstanciales, y la placidez monótona y melancólica de un día a día casi vaporoso.
Publicados originariamente en ediciones primorosas y carísimas por la editorial Pre-Textos, yo esperaba como esperan los niños la llegada a su vida de un juguete querido la edición barata y modesta que pasado el tiempo hacía Destino de los sucesivos títulos de la serie. Miro en la biblioteca y recuento los que poseo: seis, todos comprados en la extinta librería de la Universidad de Cantabria, todos, quizá, servidos por el que entonces trabajaba en la librería, mi amigo Nicanor Gómez Villegas, quien cuando llegaban los ejemplares me anunciaba alborozado la noticia.
El gato encerrado, el primer título de la serie concebida por Trapiello bajo el título general, hermoso y alusivo de El salón de los pasos perdidos, es uno de los libros por mí más recomendados y regalados a los lectores primerizos, pues pienso que en él encontrarán siempre una buena senda para iniciarse con amabilidad y algún calado en la compleja senda de los lectores verdaderos.
Henry David Thoreau
Ahora vuelve a ser la editorial Pre-Textos la que nos regala unos diarios de auténtica excepción, o para ser más exactos, una selección o antología de los mismos. Se trata de los que escribió entre 1837 y 1861 uno de los más grandes y más desconocidos entre nosotros escritores y pensadores norteamericanos del XIX, Henry David Thoreau (Concord, Massachussets, 1817-1862).
Curiosa personalidad que por sí sola despierta el interés de una biografía como la que le dedicó uno de los editores y traductores de esta antología (Antonio Casado da Rocha en la editorial Acuarela, 2005), Thoreau fue amigo de uno de los pensadores más influyentes en la configuración de cierta idiosincrasia norteamericana, Emerson, y entre otras cosas fue también un verdadero erudito en los autores clásicos (grecorromanos) y en los románticos europeos. Autor de libros de viajes y de trabajos de reflexión sobre la decisiva relación entre el hombre y la naturaleza que, para muchos, son una de las piedras básicas sobre la que se levanta el pensamiento en torno a la ecología en Occidente.
Los diarios de Thoreau no responden a lo que cualquiera pudiera pensar, dentro de lo que podríamos llamar tradición diarista, que deben ser unos diarios, es decir, la anotación más o menos pormenorizada y frecuente de los sucesos que al autor le acontecen en su vivir cotidiano. No, estos diarios, escritos desde que autor dejó la Universidad de Harvard hasta su muerte, responden más a lo que pudiéramos llamar “apuntes cotidianos”, reflexiones, frases, pensamientos…, que quedan recibidos en un cuaderno de uso cotidiano. En este sentido estos “trabajos” de Thoreau tienen algo en común con los aforismos, por ejemplo, de algunos ilustres aforistas franceses del XVIII, aunque en Thoreau ni la preocupación por el conocimiento de la psicología humana, ni el bucear en los acontecimientos sociales con mirada crítica son ni mucho menos rasgos definitorios.
No, estamos ante apuntes que desvelan una preocupación esencial: observar para reflexionar, y extraer de esa observación paciente, luminosa y minuciosa perlas de sentido universal e intemporal.
NOTA: En el blog titulado El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.