Juan Antonio González Fuentes
Cuando me piden que recomiende un libro a alguien que no es una gran lector, es decir, que no lee ni mucho ni con asiduidad, se me vienen a la cabeza un buen número de títulos, y siempre entre ellos figura
La leyenda del Santo Bebedor (Anagrama) de
Joseph Roth.
Antes de proseguir quizá convenga aclarar que soy un entregado enamorado de la cultura de lo que se ha venido en denominar la Viena fin de siglo, y que de manera tal vez menos específica pero sí más certera es la que surgió en los territorios del antiguo Imperio Austrohúngaro a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y la etapa de entreguerras. Casi podría aseverarse que es la cultura surgida bajo el reinado del emperador
Francisco José, y que tuvo en Viena, Praga y Budapest sus tres principales núcleos creadores y difusores.
Literatura, poesía, música, pintura, artes decorativas, arquitectura, teatro, psiquiatría, medicina, filosofía, historia..., todos los campos de la creatividad humana encontraron en aquel periodo y en aquel territorio tan heterogéneo y convulso situado en el mismo centro de Europa un caldo de cultivo extraordinario para su desarrollo y crecimiento. Y no sólo se llegó entonces a alcanzar la cima de las que venían siendo las formas clásicas de expresión, es que también nacieron allí y entonces muchas de las vanguardias artísticas y de pensamiento que se desarrollarían más tarde cambiando por completo el arte y el pensamiento de todo el siglo XX.
Joseph Roth
En aquella marea ingente de creatividad hay que situar a Joseph Roth (1894-1939) y su obra. Periodista y narrador, a él le debemos algunas de las mejores novelas de aquel contexto, destacando para mi gusto personal
La marcha Radetzky y su continuación,
La cripta de los Capuchinos, dos obras maestras sobre la desaparición de un mundo y un tipo de seres humamos que entroncan de manera directa aunque no exacta con trabajos de algunos de sus contemporáneos y casi convecinos,
Robert Musil o
Hermann Broch entre otros.
La leyenda del Santo Bebedor no es a mi juicio el mejor libro de Roth, pero sí es ideal para adentrarse en su mundo por vez primera, y sí lo es para alguien, además, a los que los libros de muchas páginas les den exceso respeto. Publicado en 1939 póstumamente, las escasas páginas de este relato casi perfecto concentran una parábola precisa y contundente que resume lo mejor de la escritura de Roth.
El relato cuenta la historia de
Andreas Kartak, una especie de
clochard o vagabundo pobre parisino que pasa buena parte de su tiempo bajo los puentes del Sena. Bajo uno de los puentes se encuentra con un desconocido que le ofrece doscientos francos de forma generosa, pero Andreas, movido por un estricto sentido del honor y a la vez sospechando alguna treta, no quiere aceptarlos.
El enigmático personaje le propone que ofrezca los francos a la imagen de una santa en la iglesia de Sainte Marie des Batignolles, a lo que Andreas accede. Pero desde ese instante Andreas va a vivir la angustia de ir acercándose a su destino procurando a la vez perderse, alejándose y aproximándose a la iglesia, metáfora del sinsentido de su existencia personal, pero también la de toda Europa, en un momento clave de la historia, con el fascismo en pleno auge y la figura de Hitler ya al frente de Alemania.
Estamos ante una lectura siempre oportuna, brillante, concisa y muy estimulante. Una historia redonda de un escritor de primera línea, de un bebedor con muy poco de santo y un mucho de legendario.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.