Juan Antonio González Fuentes
No acaba de aparecer el sol veraniego en este mes de julio en Santander. El día, de nuevo, ha amanecido grisáceo y nublado, y la camisa de manga larga y los pantalones vaqueros no dan el calor que tenían que dar. Después de pagar los tributos hacendísticos trimestral en el banco, y de pagar una estupenda y fresca camisa blanca en
Tweed, la tienda de ropa masculina de mi amigo
Carlos Monje, me encamino a desayunar. Esta vez elijo un local de la calle del Martillo que cada vez me gusta más,
Tapas y Vinos. Está casi debajo del gran arco del
Banco de Santander, al lado de un estanco antiguo que siempre ofrece aromas a tabaco de pipa, y casi enfrente de la sala de exposiciones de la
Fundación Botín, donde ahora se exhiben las mejores obras de la colección del banco, con unos
Grecos realmente espectaculares.
Pero lo que me gusta de Tapas y Vinos son las tortillas de patatas. Las descubrí con Ella, durante los últimos viernes del pasado otoño después de las 21 horas. La parada en el local era obligada, y lo era también el pincho de tortilla con el rioja aromático. Me he aficionado tanto a las tortillas del local, que ahora muchas mañanas compito con los bancarios de turno por hacerme un hueco en la barra y comer uno o dos pinchos con una cerveza sin alcohol.
Esta mañana me sirvieron el pincho y la cerveza acostumbrada y desplegué el periódico para sentirme a mis anchas. No había muchos parroquianos en el local, los justos para no estar desangelado pero también para no crear aglomeraciones. Y de repente ocurrió. Leí en la última página que el diputado republicano del Parlamento de Florida, el caballero
Bob Allen, ha sido detenido por ofrecer sexo oral a un policía de paisano en los servicios públicos de un parque por veinte dólares. Me quedo estupefacto.
No, mi sorpresa no surge porque un señor diputado republicano de los EE.UU ofrece
sexo oral en retretes públicos. Visto lo visto, el argumento casi es de película de
Walt Disney. Tampoco nace la sorpresa del precio, 20 dólares, unos 14 euros, cantidad que para algunos será escasa, para otros suficiente y para otros un poco cara dado el servicio ofrecido. No, la sorpresa me asalta una vez más, y van miles, por la frase “sexo oral”.
Si el señor Bob Allen ofrecía “sexo oral” de retrete en retrete, debo entender que quería hablar de sexo. Es decir, que se dirigió a un policía camuflado de paisano ofreciéndole 20 dólares a cambio de hablar un rato de temas sexuales erótico festivos. ¿Y por eso lo detienen? ¿Por eso, por hablar de sexo, quería pagar 20 dólares? Pagar 20 euros a alguien a cambio de poder contarle las personales cuitas sexuales no me parece muy caro, teniendo en cuenta que hay psiquiatras que, por los mismos servicios, creo que te piden muchísimo más dinero, y además te exigen que vuelvas. Al menos eso cuenta
Woody Allen en casi todas sus películas.
Pero sigo leyendo la noticia y me entero un poco mejor del asunto. Al señor diputado lo han detenido por ofrecerse a hacer una felación a cambio de 20 euros. ¡Ah!, ahora entiendo un poco mejor el asunto. Pero entonces no lo han detenido por ofrecerse a hacer sexo oral, sino por hacerlo bucal, que es cosa si no muy distinta, sí, desde luego, llena de matices digamos que diferentes.
La cuestión que planteo, y se la leí por vez primera al escritor español
Javier Marías, es que confundimos todos sexo oral con sexo bucal. O mejor dicho, no lo confundimos, sencillamente es que al hablar y al escribir utilizamos mal la palabra oral usada junto a la palabra sexo. Lo oral es todo aquello expresado con palabras, o también aquello que tenga que ver con “por la boca”. Mientras que bucal es lo relativo a la boca. Sí, es probable que alguien pueda decirme que “por la boca” sí encaja con la expresión “sexo oral”, pero, sin ser un lingüista, ni mucho menos, y sin ánimo de meterme (nunca mejor dicho) en escabrosidades, parece que cuando nos referimos a “sexo oral” lo hacemos a practicar sexo “con” la boca, y no “por” la boca. “Por” la boca –sí, esto es escabroso- podrán pasar los resultados del sexo hecho “con” la boca, pero hacer sexo por la boca suena a tortura china, y no a prácticas de delectación.
No sé, quizá me he metido en aguas en exceso profundas para mi pobre entendimiento, y la riquísima tortilla del Tapas y Vinos ya casi no me pasa por la boca del conflicto creado. Pero aquí queda plateada la duda: ¿sexo oral o bucal? Esa es al cuestión. Yo apuesto por el segundo, aunque también es verdad que nunca le he hecho ascos a nada en cuestión de boca y sexo.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.