Juan Antonio González FuentesQuienes sigan con alguna asiduidad estos escritos míos, estarán al tanto de que hace bien poco escribí sobre la última comida que compartí con el escritor
Jesús Pardo en San Vicente de la Barquera. En esas líneas, entre otras cosas, conté que Pardo quizá no hable mucho, pero que cuando lo hace siempre tienen gracia disparatada sus apuntes y comentarios.
El otro día, durante la comida, nos contó Jesús su encuentro en el madrileño
Café Gijón con el escritor norteamericano
Truman Capote, suceso que, después de oído, francamente, yo no me acabé de creer del todo, pero que ahora me lo encuentro relatado por el mismo Jesús en el libro que tengo entre manos y del que hablaré aquí mismo un poco por extenso, pero otro día:
Ronda del Gijón (Aguilar, 2007), del escritor
Marcos Ordóñez, a quien ya debo unas horas estupendas recreando la vida madrileña y española de
Ava Gardner en las páginas del libro
Berberse la vida (Aguilar, 2004).
Lo estoy pasando muy bien leyendo este curioso libro en el que Ordóñez transcribe, se supone, entrevistas con muchos destacados parroquianos de los buenos tiempo del Café Gijón, cuando en el local de Recoletos recalaban de una u otra forma, un día sí y otro también, escritores, poetas, actores, periodistas, etc..., de ese Madrid gris y tristón de los años 40, 50 y 60 del pasado siglo.
Truman CapoteEntre los entrevistados por Ordóñez está Jesús Pardo, quien, vuelvo a repetir, cuenta la anécdota con el escritor norteamericano autor de
A sangre fría; anécdota que, de ser cierta, traza una clarísima y patética línea divisoria entre el nivel de miseria de la bohemia española de la época y el que podía haber entre los “bohemios” norteamericanos. El relato es, más o menos, el siguiente:
Nos contó Jesús a los presentes durante la sobremesa, que aquella noche de los años 1950 él debía tener dos duros para cenar en el momento en el que llegó un joven Truman Capote al Café Gijón, se sentó y dió comienzo a hablar un poco en italiano, otro poco en inglés y el resto en francés. Jesús, políglota manifiesto y confeso, traducía las palabras del estadounidense, quien invitó a todos los presentes en el círculo de tertulianos en el que cayó, a tomar lo que quisieran. Éramos tan bobos los españoles, recalcó Jesús, que muy pocos se atrevieron a pedir un inalcanzable güisqui, y casi todos repitieron con el paupérrimo café con leche del local.
Cuenta Jesús que él cree que si hubieran pedido caviar y una puta para cada uno, Capote lo hubiera pagado todo sin rechistar, porque era ya un escritor afamado y con bastantes posibles. Con posibles americanos, se entiende, que al cambio eran unos posibles casi inagotables... Al poco, Capote se puso a discursear sobre la vida bohemia, mucho más habitual entre los creadores norteamericanos de lo que entonces pudiera creerse por estos pagos y cafés. Y aseguró que él lo había pasado muy mal en los momentos de mayor crisis y penuria económica bohemia. “Lo pasé tan mal –contaba Capote sentado en el Gijón viendo cómo todos degustaban rápido sus consumiciones esperando que cayesen otras-, que cogí la máquina de escribir (nadie entre los españoles presentes, salvo
Ignacio Aldecoa, tenía dicho artilugio para escribir sus cosas, recuerda Jesús), luego el coche (¡¡¡el coche!!!!, dice Jesús que todos abrieron la boca a la vez y la dejaron abierta durante un buen rato), lo llené de bocadillos y de botellas de whisky (¡¡¡bocadillos para elegir, botellas de güisqui...!!!!!!!), marché a mi pequeña casa de campo (¡Dios mío!, ¡casa de campo!), escribí de un tirón una obra de teatro que se estrenó en Broadway y así salí de la mala racha”.
Nos aseguró Jesús que muchos de los presentes en aquel momento de “confidencias y estrecheces americanas”, habían tenido que empeñar más de una vez su abrigo para poder comer una lata de sardinas con pan gris, que también más de uno literalmente había pedido por las calles, que alguno le echaba sal al café con leche porque le había asegurado que así alimentaba más, que los había que escribían sus cositas con auténticas plumas de gallina cortadas y dispuestas al efecto.
La “pobreza bohemia” de Capote era, sencillamente, el bienestar impensable y lujoso de la mayoría de los pobres escritores más o menos bohemios que vivían en la España del Gijón y tomaban café y charlaban en las mesas de mármol del establecimiento.
El abismo entre "uno" y "otros" era insalvable, y no estaba lleno de tinta de escribir o sólo de talento, lo estaba de hambre, necesidades básicas, frío, grisura y miseria al cuadrado. Es difícil dejar salir a flote el talento cuando a flote sólo tienes, y con algo de suerte, unos trozos de pan duro en la leche. La España del Gijón..., una España que esperamos haya quedado enterrada, para siempre, en los fangos más profundos de nuestra historia.
NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de
Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.