Juan Antonio González Fuentes
Matan a seis soldados españoles en el Líbano. Han muerto porque el gobierno español los ha enviado con una misión muy concreta a una guerra, a un territorio en guerra. Cuando unos soldados van a una guerra, saben perfectamente que pueden acabar dentro de un ataúd. Ese es su oficio, su trabajo, fruto tal vez de una vocación manifiesta o sólo de la necesidad, del algo hay que hacer para sobrevivir.
España es una de las potencias económicas e industriales de occidente, y como tal, mal que le pueda pesar a algunos, le toca necesariamente desempeñar un papel en el contexto político internacional que muchas veces no es grato y requiere un alto sacrificio, incluso en vidas humanas. Un país como España no puede desinhibirse de sus responsabilidades con el mundo, en ningún contexto, tema o circunstancia. Y no lo puede hacer ni por su peso económico, ni por el político, ni por el estratégico ni por el cultural. Asumir dicho papel sin disfraces ni ambages creo que es inevitable para cualquier gobierno español que desee tener una política exterior que no se fundamente en el esconder la cabeza bajo la tierra como hace el avestruz. La política del avestruz puede tener algunos beneficios ralos a corto plazo, pero a medio y largo plazo no conduce a nada, al menos a nada positivo desde cualquier punto de vista que se mire.
Asumir responsabilidades en el contexto internacional lleva consigo poder ejercer directamente, o contribuir a ejercer junto a otros lo que los romanos llamaban la ultima ratio, la última razón, es decir, la fuerza. Recurrir a la fuerza no sólo puede ser legítimo y no condenable desde un punto de vista moral y filosófico, es que en ocasiones es necesario, justo e imprescindible. No admitir esta realidad es de una gazmoñería peligrosísima y casi siempre indecente.
El gobierno español está obligado a contribuir en la medida de sus posibilidades a la defensa de su contexto político, económico, social, cultural y geoestratégico, y está obligado a hacerlo en las mejores condiciones posibles, por el bien de sus soldados y de las misiones y objetivos encomendados. Los soldados españoles destinados a desarrollar misiones en territorios hostiles, en territorios en guerra, no van a una excursión o a un desfile. Van a trabajar en un ambiente y en una geografía de guerra, de combate, van a ser objetivo de los combatientes, y en muchos casos van a ser considerados enemigos a los que atacar. Ejemplos, por desgracia, ya podríamos poner unos cuantos.
En este sentido, y teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, los soldados españoles trabajando en zonas de guerra y conflicto deberían hacerlo en las mejores condiciones posibles, teniendo en cuenta las posibilidades reales de nuestro país. Deberían hacerlo en los mejores vehículos posibles, con los mejores materiales de defensa y ataque, con la mejor sanidad, manejando los mejores sistemas de autoprotección, vistiendo los uniformes más adecuados, disponiendo de todo aquello que, dentro de lo posible, haga su esfuerzo más seguro y más eficaz.
No creo que la economía del país se resienta en exceso porque los pocos miles de miembros del ejército español destinados en distintas misiones por la faz de la tierra tengan los materiales mejores para desempeñar su misión. Un país en el que los diputados se suben el sueldo cada legislatura, en el que los coches oficiales de alta gama proliferan por doquier, en el que los políticos de cualquier pelo se aseguran pensiones lustrosas para la hora del retiro, en el que los equipos de fútbol invierten decenas de millones en fichajes, en el que cada verano las arcas municipales dilapidan millones y millones de euros en sardinadas y fuegos artificiales playeros, en los que los kilómetros de ave y autopista salen por un pico, en el que se construyen edificios multimillonarios de diseño para albergar auditorios, hospitales, universidades, estaciones, aeropuertos, museos de arte contemporáneo, puertos deportivos... En este país, insisto, no creo que sea un dispendio exagerado que nuestros soldados en territorio hostil dispongan de helicópteros adecuados, de buenos y blindados vehículos de transporte, de inhibidores de frecuencia, etc...
¿Que tener un ejército eficaz, competente y protegido fuera de nuestras fronteras es caro? Pues claro. Que es mucho mejor invertir el dinero en autopistas, carreteras, educación, sanidad, etc... Quién lo duda. Pero es que está claro que muy buena parte del desarrollo y bienestar europeo de las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se produjo gracias a que la defensa del continente, en gran medida, quedó bajo el manto y el presupuesto norteamericano, ese primo hermano al que sin embargo despreciamos y escupimos a la cara cada vez que podemos.
Hasta ahora las intervenciones de fuerza en el exterior para la defensa de nuestro sistema siempre las habían hecho los americanos. Ahora, sobre todo después del 11-S y la amenaza globalizadora del terrorismo mundial, la presencia de la fuerza nos la demandan a todos. Y ha llegado la hora de mojarse, y quizá, a partir de este mismo instante, haya que hacer un teatro de la ópera más modesto en nuestras capitales de provincia, o un aeropuerto más funcional y barato, o pagar menos viajes al extranjero a nuestros representantes políticos locales para que mejoren las relaciones de La Rioja, Cantabria, Madrid o Andalucía con las antípodas, o que nuestros políticos no se suban el sueldo unos cuantos miles de euros al mes cada nueva legislatura... Porque lo que es evidente es que nuestros soldados no pueden empezar a caer como moscas en el extranjero por falta de medios, por no disponer, por ejemplo, de unos inhibidores de frecuencia, o de un helicóptero apto contra los ataques en las zonas montañosas del desierto.
¿Por cierto, dónde están ahora los que protestaban contra la guerra y la presencia de tropas españolas en zonas de guerra? ¿Dónde están los que gritaban ¡No a la guerra!, y lo hacían con la misma enjundia intelectual que los que podrían gritar sí a la paz, sí a la buena comida, sí a la ausencia de enfermedades, sí a la belleza, sí a la justicia, no a la maldad, no a la envidia, no a la desaparición de los bosques, no a la contaminación, no a la pobreza, sí a los mares limpios y poblados, sí a los buenos sueldos, etc...?Nadie, que yo sepa, les ha visto manifestarse inmediatamente e indignados contra el actual
gobierno de Zapatero y su decisión de mantener soldados en zonas de guerra. A ver si va a ser cierto ese bulo que circula por ahí, y que asegura que la mayoría de los que gritaban ¡No a la guerra!, querían decir más bien ¡No al PP, manque gane!, y ¡Sí a los míos, aunque nos manden a invadir las Galápagos con tirachinas!
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.