Juan Antonio González Fuentes
Ha llovido en Madrid casi todo el breve fin de semana. Llegué el viernes pasadas las 10 de la noche y tras un demencial viaje desde Santander de casi seis horas de duración en autobús. Santander debe ser la única capital de provincia española que aún no está comunicada por autovía con la capital del reino, y también la única que, de momento, queda fuera de los planes de comunicarse por medio de la alta velocidad ferroviaria. Cuando viajas de Santander a Madrid por medios terrestres lo único que realmente echas en falta es el winchester 73 para defenderte de los lobos y los posibles apaches emboscados en las lomas de las montañas que pueblan los paisajes que recorres con lentitud exasperante durante horas y horas. El pasado lunes salimos de Madrid Ella y yo casi a al misma hora. Ella vía aéra camino de Colonia, Alemania, yo en autobús directo a Santander. No había llegado yo aún a Burgos cuando Ella me llamó al móvil tumbada en la cama de su hotel alemán.
El caso es que ha llovido en Madrid durante mi estancia. No lo ha hecho copiosamente, pero sí con la intensidad suficiente, sobre todo el sábado, como para refrescar mucho el ambiente y dejar miles de charcos naúfragos en el asfalto capitalino. La verdad es que el frescor primaveral invitaba al paseo, y las calles casi desiertas del barrio de Salamanca se disfrazaron el domingo con acierto de tranquilas vías burguesas de un barrio encantador parisino. Ha sido un placer dar tumbos por aquellas calles salpicadas de pequeños restaurantes acogedores, ver los escaparates de las tiendas exclusivas de los diseñadores hispanos, y dejarse impregnar por un ambiente de placidez dominical y desahogo que invitaba a la charla con las manos entrelazadas y a ver pasar la vida sin molestos y ordinarios sobresaltos. Claro que este clima relajante se veía bruscamente roto, de vez en cuando, por los berridos de unos mozalbetes que, vestidos con una extraña camisa blanca con un número negro a la espalda, clamaban al cielo nuboso algo así como ¡Madrid!, ¡Madrid! ¡Madrid, campeón!
Evelyn Waugh:
Una educación incompleta (Libros del Asteroide, 2007)
Sentados a comer en un restaurante de la zona, comentamos los cuadros del último
Van Gogh que se exponen ahora en el
Museo Thyssen y que acabábamos de ver, e indiscretos, prestamos también especial atención a la conversación de una pareja de mejicanos maduros que se quejaban entre suspiros de los altos precios de todo en España. El restaurante estaba lleno, y para subrayar quizá su adjetivo, Barroco, música de
Gluck volaba de mesa en mesa logrando el milagro de que las conversaciones fueran muchas y animadas pero todas en voz baja y sosegada.
Tras comer fuimos caminando hasta un no muy alejado café de nombre parecido al de una revista norteamericana dedicada a la naturaleza,
National Geographic. Allí, atendidos por camareras orientales, leímos a gusto la prensa durante un buen rato, e intercambiamos opiniones sobre las elecciones francesas,
Gianfranco Ferre, los
José Tomás y los toros en Barcelona, etc…
El tiempo pasa volando, sobre todo cuando uno lo está pasando bien y cree que la vida, por fin, le sonríe de veras. Así que la hora de partir y dar el fin de semana por finiquitado estaba aproximándose a pasos agigantados. Pero antes de coger el coche y partir hacia la estación de autobuses, hicimos un alto en el camino en la
Casa del Libro cercana a Goya, o en Goya, lo que nos da completamente igual.
Había muy pocos parroquianos en la librería, que parecía así más amplia y espaciosa que en anteriores ocasiones. Es de agradecer poder visitar una librería grande y surtida y hacerlo a tus anchas, sin esperas ni atascos. Encontré varios libros de esos que no encuentro directamente en Santander y que me hubiera llevado gustosamente a casa, si no fuera por el dinero que cuestan y porque sin remisión debería colocarlos en el voluminoso montón de libros nuevos que en casa esperan su turno para ser leídos. Mencionaré sólo la biografía de
Coco Chanel editada por
Circe, el especial que dedicaron a
Lubitsch la
Filmoteca Española y el Festival Internacional de San Sebastián, y un libro de versos de
Paul Morand editado por
Renacimiento. La primera es un personaje que me apasiona sin saber muy bien los motivos, y la lectura del libro que le dedicó el propio Paul Morand echó más leña al fuego de mi sed de saber sobre ella. Paul Morand siempre ha llamado mi atención por ser un escritor
bon vivant, decadente y borracho de
spleen parisino y "baudelairiano". La obra americana del director de cine alemán me entusiasma, y no tendría ningún problema en encerrarme en un cine para ver seis o siete de sus películas, maratón cinematográfica al que ya me he sometido en más de una especial ocasión, aunque con variedad de cintas en el menú.
Ninguna de estas publicaciones cayó en el saco roto de mis apetencias. Sin embargo, ante la inmediatez de la partida hacia Santander y la casi urgencia de encontrar lectura adecuada para tan largo viaje, un libro llamó a gritos mi atención desde la estantería en el que esperaba cliente adecuado. Cuando lo tuve en mis manos no dudé un instante. ¡Este me lo llevo conmigo!, grité de júbilo, y el final de conmigo, migo, migo, migo, migo…, fue abriéndose paso como eco por los pasillos desiertos.
Una educación incompleta, de
Evelyn Waugh (
Libros del Asteroide, 2007), este es el libro en cuestión.
El escritor británico convertido al catolicismo Evelyn Waugh (1903-1966), alcanzó en nuestro país fama y prestigio cuando la entonces única televisión española emitió por capítulos la serie televisiva
Retorno a Brideshead, basada en su novela del mismo título, y protagonizada, entre otros, por el entonces joven y casi desconocido
Jeremy Irons.
Retorno a Brideshead (1945) es desde luego su novela más celebrada, y yo me recuerdo a mí mismo corriéndome alguna de las clases de Historia Moderna del profesor
Fortea para avanzar lo más posible en la novela conocer el desenlace en las vidas de sus protagonistas. No hace muchos meses volví a ver la serie entera en dvd de forma casi seguida, y no sólo no decayó mi recordado entusiasmo, sino que se incrementó varios enteros. De ahí que a nadie extrañe nada el que corriese como un poseso a hacerme con esta autobiografía, de Evelyn Waugh, título con mucha buena fama dentro del género, género que cada vez conquista más y más espacio en el terreno de mis intereses lectores.
“Sólo cuando se ha perdido toda curiosidad hacia el futuro se ha alcanzado la edad de escribir una autobiografía”. Así da comienzo este primer y único volumen de la autobiografía de Waugh, quien murió sólo dos años después de publicarlo (1964) sin haber podido ponerle punto y final a su continuación. Por las poco más de 300 páginas del libro deambulan los antepasados del escritor, su familia más inmediata, sus años escolares y su vida como estudiante de Historia Moderna en la Universidad de Oxford, etapa que le inspiró algunas de las mejores y más inspiradas páginas de su
Retorno a Brideshead. Escrita con humor, mirada sarcástica y poco autocomplaciente, y una autoironía de muy buena ley, esta autobiografía incompleta promete convertirse en una de las lecturas de la temporada. Desde luego las más de cien páginas que cayeron en las seis horas de viaje así lo proclaman.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.