Juan Antonio González Fuentes
Imagínese sólo por un momento que usted es electricista, carpintero, fontanero, u otro de esos oficios cuyos servicios se requieren de vez en cuando en las casas de todos los mortales para solventar problemas de índole doméstico. Imagínese que entra cualquier día en un bar a tomar una cerveza o un refresco después del trabajo, y se encuentran a un tipo acodado en la barra echando pestes de unos fontaneros, electricistas, carpinteros..., que han estado en su desordenada casa arreglando unas cosas y que le han pisoteado telas, materiales y objetos diversos que estaban dejados en el suelo. El enfado del tipo acodado en la barra es de tal calibre, que está gritando que todos esos materiales pisoteados y estropeados van a ir directamente a la basura en cuanto regrese a su casa.
Usted se acerca al tipo y entabla conversación con él. Le dice que no tire a la basura todo ese material del que habla, que usted, si él quiere, puede ir a su casa, recogerlo todo y dejarle la aludida habitación más o menos limpia. El tipo le mira a usted con sorpresa y le espeta: “es todo tuyo, quédate con todo lo que quieras”. Usted va al estudio-domicilio del tipo, y llena tres bolsas con lo que allí recoge: fotos, cuadros, diarios, anotaciones..., y se los lleva a su casa.
Francis Bacon
Toda esta historia sería absurda, intrascendente, cómica, propia de un guión de
Azcona, sino fuera porque sucedió de verdad, hace treinta años en Londres, y porque el tipo acodado en la barra era nada más y nada menos que el pintor británico
Francis Bacon, uno de los artistas más estimados de las últimas décadas en todo el mundo.
Mac Robertson, el electricista inglés coprotagonista de esta historia, en efecto se llevó tres bolsas llenas de lo dicho, y ahora las ha subastado a través de una modesta firma,
Ewbank Fine Art Auctioneers & Valuers.
Los desperdicios, la basura que Bacon estaba dispuesto a tirar al contenedor y que Robertson se llevó consigo hace tres décadas, ha alcanzado ahora un valor nada despreciable en el mercado del arte: 1 millón y medio de euros, los que pagaron diversos coleccionistas privados que pujaron por los distintos lotes a través de internet o por teléfono.
El “desperdicio” de Bacon que mayor precio alcanzó en la subasta fue un retrato sin título, probablemente un retrato que preparaba del también pintor
Lucian Freud, que se adjudicó en setecientos mil euros. Otros cuatro retratos con los lienzos agujereados alcanzaron la cifra de casi ciento sesenta mil euros. La figura de un perro se vendió en casi cuatrocientos mil euros, y un diario personal de Bacon, con anotaciones diversas, se lo llevó un coleccionista a su domicilio barato, barato: sólo tres mil euros.
El que sin duda a pasado a mejor vida ha sido el electricista Robertson, no sólo ha engordado su cuenta bancaria en una cantidad respetable, sino que además ha sacado de sus habitaciones la “basura” recogida en casa de Bacon. Quizá a partir de hoy mismo, más de uno vaya revisando los cubos de la basura o los contenedores de algunos de los artistas más importantes o conocidos (la basura de
Luis Gordillo seguro que estará en alza desde que le concedieron el
premio Velázquez), pues nunca se sabe qué podrán darle a uno dentro de algunos años por los desperdicios y desechos encontrados.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente.