Juan Antonio González Fuentes
El profesor
Julio Neira prepara la habilitación para obtener una cátedra de literatura española en la Universidad, pero así todo encuentra un hueco para hacerme llegar desde el malagueño
Centro de la Generación del 27 que dirige, la última de las publicaciones editadas por la institución: buena parte de las cartas que
Vicente Aleixandre le escribió al poeta
Jaime Siles, páginas que ven la luz al cuidado de la argentina
Irma Emiliozzi.
A Jaime Siles (Valencia, 1951) lo conocí por primera vez en una soleada tarde madrileña, en la terraza del Café de Oriente. Acabábamos de salir del Palacio Real, donde le habían entregado el Premio de Poesía Reina Sofía a
Pere Gimferrer, y un grupo de poetas decidimos charlar un rato largo antes de que cada cual siguiera su camino. Luego hemos coincidido en otros lugares y situaciones, la última vez creo recordar en Santander, hace año y medio, donde él presidió el jurado del Premio Alegría del que yo también formaba parte.
Vicente Aleixandre
El libro lo integran 51 cartas escritas entre 1969 y 1984, además de una introducción, la consabida bibliografía y un apéndice fotográfico con algunas imágenes para mi impagables, como aquellas que muestran a poetas a los que he conocido personalmente bastantes más años después (
Guillermo Carnero, Luis Antonio de Villena, Javier Lostalé, o el propio Siles), siendo sólo unos jóvenes recién salidos de la adolescencia, con 18 ó 20 años de edad.
Hasta ahora he leído 32 cartas de las 51, y he de decir que el libro no alcanza a ofrecer ninguna aportación significativa a lo que ya sabíamos del poeta que recibiría en 1977 el Premio Nobel en representación de la Generación del 27, pero sí que vuelve a subrayar con trazo fuerte el papel esencial desempeñado por Aleixandre en el seguimiento y aliento de la poesía española que iba incorporándose al panorama a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX.
Lo cierto es que hoy es difícilmente entendible la enorme cantidad de tiempo que, como lo demuestra este libro, dedicaba Aleixandre a escribir cartas a unos y a otros (chavales entonces casi inéditos, en cuanto a su producción literaria se refiere), a recibirlos en su chalecito de la calle Velintonia en tertulias que duraban dos o tres horas, a alentar, ayudar, corregir, estimular..., la creación literaria de una verdadera legión de escritores y poetas principiantes que acudían a él como referente ético y literario en una España en la que el franquismo daba sus últimas bocanadas de vida.
De izquierda a derecha,
Vicente Aleixandre, José Luis Cano y
Gerardo Diego
Pero si a comienzos de los años 70 del siglo XX eran los jovencísimos Villena, Marías, Luis Alberto de Cuenca, Carnero, Lostalé, Siles, Jenaro Talens, Carvajal, Colinas, Savater, Molina Foix..., quienes acudían en tropel a visitar al maestro y conversar y aprender con él, años antes habían sido los integrantes de otras muchas generaciones quienes había hecho exactamente lo mismo, peregrinar hasta Velintonia para ser recibidos por un Aleixandre sutilmente enfermo a perpetuidad.
Se cumplen este año 3 décadas de la concesión del Premio Nobel al poeta sevillano. Hoy, lo intuimos todos, es Aleixandre un poeta poco frecuentado por los lectores. Sí, sé perfectamente que no es una novedad o una excepción dentro de los grandes del 27. Por ejemplo, ¿quién lee en nuestros días a
Gerardo Diego, Guillén o
Salinas? Seguro que no son miles, ni siquiera cientos las voces que se alzan para gritar yo!!!! Y
Lorca, Cernuda o
Alberti tampoco es que ganen la carrera por muchas, muchísimas cabezas. Casi podría asegurar, parafraseando al gran
George Steiner, que comparativamente, y por razones que sólo calibran en su justa medida quienes están en el mundo académico de los créditos y los méritos cuantificables, tienen más peso los trabajos que al cabo de un año se publican sobre la obra de estos poetas que las lecturas que de sus obras estos mismos autores han tenido.
Pero no le demos muchas más vueltas al caso, posiblemente sean los signos de los tiempos que corren a los que habría que reprochar tales abandonos lectores, dentro, eso sí, del abandono general experimentado por dicha actividad tan esencialmente humanista y humanizadora. Lo que puedo asegurar en estos instantes es que dentro de mí siento el pellizco dulcísimo de la añoranza por algo no vivido, por no haber podido visitar yo también a Aleixandre entre sus paredes de Velintonia y llevarle unos poemas con esa unción juvenil y tontorrona con la que antes se llevaban pastas a las viejas tías solteronas para que merendasen. Sí, me gustaría poder decir eso de “cuando visité al maestro en Velintonia...”. Por cierto, ¿qué ha sido del chalecito aleixandrino de la calle Velintonia? Ya lo redujeron a polvo las excavadoras gallardonistas, o esperan las autoridades a que polvo sobre polvo todo se derrumbe y el polvo aleixandrino suba a los azules cielos madrileños como polvo del polvo, aunque polvo, igual que el de
Quevedo, enamorado.
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NOTA: En el blog titulado
El Pulso de la Bruma se pueden leer los anteriores artículos de Juan Antonio González Fuentes, clasificados tanto por temas (cine, sociedad, autores, artes, música y libros) como cronológicamente .