En el comienzo de su libro
Historias de Londres, el periodista
Enric González señala que para entablar relación con un británico lo más adecuado es
tener un animal, a ser posible
un perro o un gato. Hay estudios que señalan que uno de los más eficaces síntomas para conocer el
nivel de civilización de una
sociedad es su
relación con los animales domésticos. De ser esto verdad, Gran Bretaña sería sin duda una de las geografías más civilizadas de la tierra. No es extraño, por tanto, que hayan sido los
escritores anglosajones los más y mejor han escrito sobre su relación con los animales, lo de que de ellos han aprendido y los lazos de afecto y comprensión que a ellos les han unido. Un ejemplo maravilloso de lo dicho es el libro de
J. R. Ackerley (1896-1967) que acaba de publicar en español la editorial Anagrama. Me refiero a
Mi perra Tulip.
J. R. Ackerley: Mi perra Tulip (Anagrama, 2011)
Entre nosotros, los aficionados españoles, Ackerley es conocido por ser el autor del muy conocido
Mi padre y yo, una especie de libro de memorias en el que relata sus relaciones con el padre, desde la perspectiva de un homosexual y sus conflictos. En
Mi perra Tulip Ackerley narra de nuevo una historia propia. Cuando era ya un hombre maduro y nunca había sentido nada especial por los animales, llegó a su vida un pastor alemán hembra, Tulip. Baste decir que Tulip acabó convirtiéndose sorpresivamente en el amor de su vida. El libro cuenta los dieciséis años que duró la historia de amor, dieciséis años que en las poco más de 180 páginas que ocupan el libro le sirven a su autor para reflexionar con una agridulce hondura sobre todo aquello que se sitúa en la raíz de la
verdadera amistad, aunque sea entre un hombre y un perro.