John Greenleaf Whittier (1807-1892) fue en su tiempo un importante poeta norteamericano: cuáquero y decidido abolicionista. Su poesía hoy resulta extremadamente aburrida y lo cierto es que no tiene muchos lectores. Sin embargo Whittier disfrutó de una vida larga y con algunas emociones, muchas derivadas de pasarse casi dos décadas editando periódicos antiesclavistas.
Al parecer, en un ocasión, una turbamulta proesclavista entró con no muy buenos modos en la sede del periódico de Whittier en Filadelfia. Nuestro poeta era el redactor jefe del periódico en ese momento, y logró escabullirse y ponerse a salvo. Pero ni corto ni perezoso, el bueno de Whittier se hizo con una peluca, se cambió de ropa y se sumó a la pandilla de saqueadores que estaban en las oficinas. La enfurecida masa consiguió irrumpir en el despacho de Whittier preguntando a voz en grito dónde estaba semejante canalla abolicinionista, con la probable intención de hacerle cambiar de ideas para siempre jamás. Whittier participó de los gritos y la violenta algarabía, penetró en su propia despacho acordándose del hijo de perra de sí mismo con grandes aspavientos y signos de violencia. Finalmente Whittier aportó su granito de arena en el saqueo de su propio despacho, logrando salvar así los papeles que consideró más importantes, antes de que sus “compañeros” prendiesen fuego al edificio.
John Greenleaf Whittier (1807-1892) (fuente de la foto: wikipedia)
No sé si la poesía la Whittier es aburrida, de lo que sí da fe la anécdota absolutamente verídica es de que el que no debía ser nada aburrido era el personaje. Alzo mi copa en estos días de fiestas por el recuerdo de John Greenleaf Whittier, quizá un mal poeta, pero un tipo con carácter.