Ayer martes, a eso de la una y media de la tarde, me acerqué a casa del poeta nonagenario
Julio Maruri, localizada muy cerca de la plaza de Pombo en Santander. Julio me había llamado para pedirme más ejemplares de su libro de memorias
De un Santander perdido, editado por Ediciones La Bahía, libro del que le entregué algún nuevo paquete.
Julio Maruri me recibió en su confortable buhardilla lleno de vitalidad y ganas de hablar. Vestido, como casi siempre, con algún toque de atildamiento elegante (una especie de sofisticada mantilla sobre los hombros) y fumando unos delgadísimos cigarrillos franceses, estaba sentado en una silla colocada en un rincón de la estancia. La habitación es pequeña y presenta cubierta agaterada. La temperatura era agradable, sobre todo habiendo dejado fuera el intenso frío y la humedad propias de aquí a mediados de diciembre. Todo a la vista está lleno de discos, libros, videos, fotos, pinturas, trastos inverosímiles y dvds. Sobre una mesita de madera y aspecto frágil, descansa en portátil con el que Julio se comunica con sus amigos judíos residentes en la zona de Versalles. Su amigo versallesco
Max, en una muy reciente visita a Santander, le compró y acopló al ordenador dos bafles que ahora le permiten escuchar los documentos digitales sonoros que le envían desde Francia.
La conversación con
Julio Maruri es una locura luminosa, divertida y lúdica de fuegos de artificio. Sus palabras van de un sitio a otro y recorren un amplísimos espectro conceptual y temático, desde
Zapatero al canto de
María Callas, desde el libro sobre
Kafka que está leyendo en francés a el tipo de tomates que le gusta comprar en el mercado, desde los libros de
Max Jacobs que le ha regalado su amigo Max hasta los últimos pufos en el deporte español.
Gabriel Fauré: Romance sans Paroles Op 17, No 3 - Piano (vídeo colgado en YouTube por bulie21)
No sé por qué razón regresamos a su primera juventud, y al piano que a su hermana le compraron sus padres para que aprendiera a tocarlo. Cuenta Julio que estamos en el verano de 1944, regresado él de una interminable mili en Madrid. Ya se ha hecho amigo íntimo de dos poetas locales:
José Luis Hidalgo y un tal
José Hierro. Sí, ya me acuerdo, estamos hablando de otro poeta santanderino con fama de mal encarado y triste, un tal
don Gerardo, Diego, claro.
Julio me cuenta que una tarde de ese lejano verano santanderino del año 44 del siglo pasado, se recuerda a sí mismo en el pequeño salón de su casa junto a sus recién adquiridos amigos
José Hierro y
José Luis Hidalgo, todos veinteañeros de nueva hornada. Estaban reunidos en torno al piano de la hermana de Julio, elemento de cultura no muy abundante en la España provinciana de la posguerra, y por tanto atractivo y llamativo. No, no, los jóvenes no contemplaban embobados el reluciente instrumento, y por supuesto no anhelaban un hermoso recital de la hermana de Julio, estudiante de piano principiante que, ajena a la verdadera vocación, abandonó la afición que le duró poco más de un año, según confiesa
Julio. No, los tres poetas, los tres artistas (el trío además también le daba a lo pinceles) escuchaban en silencio el sonido del piano sí, pero no pulsado por la adolescente, sino por el que el trío consideraba uno de sus maestros en lo poético,
Gerardo Diego, el poeta, profesor, crítico y músico con vocación amateur de concertista. Don Gerardo, en relación con
Hierro e Hidalgo, pronto se enteró de la novedad: ¡un piano nuevo en casa de un joven poeta! Y sin dudarlo, acompañado por los poetas de la H, se encaminó cuesta arriba, arriba, arriba hasta la casa de Julio. Y allí, recuerda
Maruri, interpretó música de
Fauré. Y cuenta Julio que don Gerardo tenía tan buen oído, que mientras el poeta tocaba el piano, el poeta en ciernes acudió a la cocina de su casa para ver que líquido podía ofrecer al intérprete. Sólo había vino, y
Maruri le dijo apesadumbrado al oído de Hidalgo “sólo tengo vino”. Lo dijo lo más bajo posible para que nadie se enterara de la escasez y para no interferir en las notas de Fauré. Pero don Gerardo, sin volverse ni dejar de concentrarse en la teclas blancas y negras, dijo de forma muy audible: “vino está muy bien”.
No debía ser tan ogro don Gerardo cuando subió cuestas y más cuestas acompañado de dos mozalbetes para acudir a casa de otro mozalbete para darles en la intimidad un concierto de piano. Y no debía ser raro ni impertinente cuando aceptó de muy buena gana lo único que, como homenaje, se le podía ofrecer: un vaso de vino, no sabemos si bueno o malo.
Otros textos Juan Antonio González Fuentes sobre Julio Maruri:
-17 de abril de 2007:
Julio Maruri-17 de diciembre de 2007:
Un joven Julio Maruri lee una carta de J.R. Jiménez-06 de julio de 2009:
Correspondencia Beltrán de Heredia/Julio Maruri (Ediciones La Bahía, 2009) (I)-07 de julio de 2009:
Correspondencia Beltrán de Heredia/Maruri (Ediciones La Bahía, 2009) (y II)-07 de septiembre de 2009:
Adiós a Pablo Beltrán de Heredia (II)
-28 de octubre de 2009:
El poeta Julio Maruri se despide del pintor Ángel Medina-17 de febrero de 2010:
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Vicente Aleixandre y Julio Maruri, un encuentro en la posguerra. Otra memoria histórica
-10 de junio de 2010:
Conversación de tarde de primavera con el poeta Julio Maruri
-14 de junio de 2010.
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