El Támesis. Río de 340 kms. de largo localizado en el sur de Inglaterra. Nace en el condado de Glocestershire. Sus fuentes están situadas cerca de la localidad de Kemble, y luego, a lo largo de su marcha, visita Oxford, Wallingford, Reading, Henley-on-Thames, Marlow, Maindenhead, Eton, Windsor y Londres, para poco después de Gravesend, expandirse en un ancho estuario que lo lleva a desembocar en el mar del Norte. Los islotes situados a lo largo del río son conocidos como
ait. El Támesis es el río más importante de Inglaterra y sin su caudal Londres pasaría mucha sed
“Un paseo por la ribera del Támesis” siempre abre el apetito e induce a tomar un té con pastas de jengibre y emparedados de queso y mermelada de arándanos y, por qué no, a tararear algo de música. La melodía que se impone cuando uno pasea tranquilamente junto al Támesis es la de un alemán del norte que acabó sus días nacionalizado inglés.
Good save the king! El alemán, nacido en Halle en 1685, se llamaba Haendel,
Georg Friedrich Haendel, y llegó a la verde Inglaterra en 1712, isla de la que no salió a partir de entonces casi nunca hasta el mismo día de su muerte en el año 1759, momento en el fue enterrado con gran pompa y circunstancia en la Abadía de Westminster, lugar en el que los británicos entierran los jirones de su civilización.
Diez años antes del triste suceso, el maestro estrenó
Música para los reales fuegos de artificio (
Music for the Royal Fireworks), pieza orquestal estructurada en cinco movimientos que fue un encargo del
rey Jorge II para acompañar el despliegue de fuegos artificiales que, con motivo de la firma del Tratado de Aquisgrán que ponía término a la guerra de Sucesión en Austria, pudieron disfrutarse el 27 de abril de 1749 en el londinense Green Park, muy cerca del Támesis. Aquel día los músicos fueron situados en un edificio especialmente construido para la ocasión, diseñado por el renombrado decorador y arquitecto florentino
Giovanni Niccolo Servandoni (1695-1766).
Georg Friedrich Haendel: Música para los reales fuegos de artificio (BBC Symphony Orchestra and la Band of her majesty's Royal Marines conducted by Sir Andrew Davis) (vídeo colgado en YouTube por RupertJones)
Cuentan las crónicas que los ansiados fuegos artificiales no fueron ni mucho menos tan brillantes como la música de Haendel, a lo que desde luego contribuyó el hecho de que por su causa se incendiase la gran construcción de madera diseñada por Servandoni. Menos mal que la música orquestal de Haendel se había estrenado antes con enorme éxito, el 21 de abril, en un ensayo general abierto al público en los jardines de Vauxhall, al que acudieron, aseguran las peores lenguas, más de doce mil personas, provocando uno de los primeros atascos de coches de la capital británica. Atasco que tuvo lugar sobre el casi recién reconstruido puente de Londres, el primero sobre el Támesis.
Lo dejaré confesado aquí, pero negaré haberlo dicho si alguien me lleva a juicio. A mí Haendel me aburre, y eso a pesar de que algunas de sus páginas vocales son de una belleza sobrecogedora. Y entre las piezas a él debidas que más me agotan está precisamente su música para los fuegos de artificio. La escuché ilusionado hace muchos años interpretada junto a la playa del Camello en Santander, en un programa al aire libre del
Festival Internacional. Recuerdo que también se lanzaron fuegos, y que al igual que sucedió en la noche londinense de 1749, provocaron un pequeño incendio. Esta vez fueron pasto de las llamas los arbustos que coronaban el alto peñasco de la playa. Tras la experiencia, ahora, cada vez que veo programada esta música del alemán inglés en algún lugar a mí cercano, busco con la mirada el extintor más cercano y en el móvil el teléfono de los bomberos. Más vale ser precavido, sobre todo cuando se juega con fuego.
Las riberas del Támesis son ricas en músicas de todas las épocas de la historia. En ellas resuenan todas las variantes del pop británico a partir de los años 60 del pasado siglo; las inspiradas melodías de
Raplh Vaughan Williams,
Peter Warlock,
Delius, Elgar o
Gerald Finzi; el
Réquiem de Guerra y las óperas de
Britten; las deliciosas operetas de
Arthur Sullivan; la música sacra de
Thomas Tallis…, o la música que para instrumentos renacentistas o barrocos hoy en completo desuso, como los cornetos o los sacabuches, que compusieron
Hugh Aston (c.1485-1558),
Jeronimo Bassano II (1559-1635),
Christopher Tye (c.1505-1572),
John Munday (c.1555-1630),
Robert Parsons (c.1530-1572),
Matthew Locke (1621-1677),
John Bull (1562/3-1628),
John Coprario (c.1570-80-d.1626),
William Byrd (1540-1623), o
John Dowland (1563-1626)…, músicos todos ellos que escribieron sin pensar en exceso en el futuro de los mencionados instrumentos, y en consecuencia, en el de su propia música. Pues bien, el tiempo no les ha tratado en exceso mal. Su mención aquí es una pequeña prueba de que la sombra del olvido completo no les ha alcanzado.