En mi imaginación las aguas del Misisipi son negras. Tan negras como la triste y un poco cursi cabaña del tío Tom, o como el negro personaje de
Mark Twain, el
negro Jim, a quien el amigo de Tom Sawyer, el jovencísimo ácrata de nombre Huckleberry Finn, ayuda a escapar de la esclavitud navegando por el gran río norteamericano en una balsa de troncos y de sueños de libertad sureña y libertaria. El Misisipi tiene voz, y esa voz también es negra en mi imaginación. Es la voz del gigante
Paul Robeson cantando
Old Man River, ese inolvidable tema incluido en el musical
Show Boat (1927), escrito con belleza y
azúcar glass por dos judíos blancos neoyorquinos, quienes probablemente nunca se bañaron en un río, y menos en un río del Sur. Me refiero a
Jerome Kern y a
Oscar Hammerstein II, prolíficos creadores de estándar hechos célebres por tipos como
Sinatra o el almibarado
Bing Crosby, o por negruras inmensas como las de
Ella Fitzgerald o
Billie Holiday, dos mujeres capaces de construir una metafísica compleja con una pequeña inflexión de su voz.
Show Boat y el Misisipi entero fueron llevados al cine en 1951 en una película en technicolor de la Metro por el director
George Sydney y el genial productor
Arthur Freed. Lo único que recuerdo de la película es que en España se tituló
Magnolia, que
Ava Gadner usaba sombrilla para no herir a nadie
con su belleza, que el barco fluvial no dejaba de silbar cada vez que movía su rueda, y que el único momento de toda la historia de verdad memorable es cuando el negro de la cinta, Paul Robeson, canta con voz profundísima de bajo verdiano su
Old Man River entre pesados fardos de algodón, uno de los materiales más suaves sobre los que se asentó la esclavitud en los EE.UU.
Paul Robeson: "Old Man River" (vídeo colgado en YouTube por banjostead)
“Este es el río envolvente, éste es el padre/ de las aguas y él las sepulta./ En su rueda giran sin pausa/ el barro del principio y los desechos letales/ que acabarán con el mundo./ Pero tal vez no porque el Misisipi/ ha estado siempre y seguirá para siempre”. Estos versos son de
José Emilio Pacheco, y en ellos el poeta verbaliza la esencia del río, su más profundo aroma, su razón de ser.
En ese “seguir para siempre”, pero ante el abismo de acabar de una vez con el mundo en un girar perpetuo de barro y desechos, está localizado también el
quid del jazz, el pequeño motor que empuja al balanceo, al ir y venir cálido y afrodisíaco de la percusión, del chasquido vital de la trompeta. El jazz suda a orillas del Misisipi mientras improvisa. A principios del siglo XX, en uno de los pueblos más grandes junto al río (léase Nueva Orleáns), al jazz que ya soplaba más sólido y virtuosístico en Chicago o Nueva York le dio por llamarse Dixieland. Era un jazz de blancos que balbuceaba en la calle mientras aprovechaba para desfilar sin trascendencia alguna.
Dixieland One-Step, 1920 (vídeo colgado en YouTube por jahaj)
El balbuceo del jazz de los negros que vivían entonces en Nueva Orleáns se llamaba así,
Nueva Orleáns. En el Dixieland tres instrumentos llevan la voz cantante: la trompeta, el clarinete y el trombón. El ritmo (el del río Misisispi) y la base armónica descansan en la batería, el contrabajo, el bajo, el piano y el banjo, esa guitarra un tanto meliflua y quizá amanerada. Cuando el
Dixie sale a la calle los instrumentos más pesados se quedan en casa, y la tuba, los platillos y la caja los sustituyen con su grave ligereza. El jazz blanco del
Dixieland fue sepultado por las montañas y montañas de papel mojado en las que el crack de 1929 convirtió las acciones de miles y miles de compañías. El estilo
tailgate propio de los trombonistas del Dixieland no servía para cantar el desastre. El efervescente
jazz hot de la gran era del
jazz-swing, y luego el jazz más bronco de los más broncos negros arrinconó y envejeció el Dixieland a golpes certeros de
swing,
cool y
bebop como a un caduco pastel de chantilly se le estrella contra la pared.
Bud Powell, Dizzy Gillespie y
Charlie Parker, entre otros muchos
jazzmen, introdujeron cartuchos de dinamita en el trombón del Dixieland; y los cartuchos estallaron.
Dizzy Gillespie y Louis Armstrong: "Umbrella Man" (vídeo colgado en YouTube por mytoxx)