No puede ser casual que el actual declive del grupo editorial Prisa y sus empresas satélites coincida en el tiempo con el retiro y muerte de sus dos principales impulsores, los santanderinos
Jesús de Polanco y
Francisco Pérez González, Pancho. Del primero, a quien no conocí,
ya dejé escritas aquí mismo unas líneas con motivo de su desaparición, ahora quiero hacerlo en la hora de la muerte de Pancho, a quien sí conocí personalmente y del que guardo recuerdo.
En Santander Pancho vivía en el último edificio del muelle, una construcción decimonónica y señorial, coronada por un tejado de pizarra negra en el que aparecen dibujadas unas hermosas ventanas que subrayan confort y seguridad. El piso de Pancho está en el mismo inmueble en el que nació el escritor
Álvaro Pombo, no sé si incluso es exactamente el mismo. En los largos días de verano no era infrecuente verlo salir del portal apoyándose en el brazo de su compañera, mientras mantenía una cordial conversación con algún amigo, seguido a cierta distancia el grupo por los guardaespaldas y el auto con chófer.
Pancho era asiduo del
Festival Internacional de Santander, donde acudía sobre todo a los grandes conciertos, ocupando además casi siempre las mismas butacas, y representando su renqueante figura la seguridad de que la función iba a comenzar.
Compartí con Pancho Pérez al menos dos o tres cenas y coincidí con él luego en más de media docena de acontecimientos, siempre de índole cultural. La impresión que de él obtuve no varió nunca ni un ápice. Era un señor, un caballero que no imponía su condición mediante parafernalias de hombre rico y poderoso, si no por el mejor saber estar, la experiencia vital, una evidente elegancia natural, y por la exquisita deferencia con la que trataba a todos sus interlocutores, fuesen estos quienes fuesen.
Recuerdo en especial una cena en el santanderino Club Marítimo en la que tuve la suerte no sólo de compartir mesa, eso ya he dicho que ocurrió más de una vez, sino de estar sentado a su lado. Su conversación no me pareció muy brillante desde un punto de vista literario o intelectual, pero sí rebosante de interés, aciertos y puntos de vista muy sensatos. Pancho Pérez era un caballero poseído por el sentido común, al que adornaban una finísima ironía (que asomaba radiante por la media sonrisa y unos ojos de mirar un tanto malicioso) y un sentido del humor sólo posible en personas muy inteligentes.
En agosto de 2005 Pancho contó conmigo para conmemorar en el Ateneo de Santander el cincuenta aniversario de su editorial Taurus. Es tarde juraría que fue feliz, y de esa felicidad participamos los intervinientes:
Nicanor Gómez Villegas, Santos Juliá, José María Guelbenzu y yo mismo.
Algunos de mis amigo, pienso en
Antonio Tornel o
Enrique Bolado, fueron amigos y colaboradores suyos. Todos trabajaron juntos en la última gran empresa de Pancho, la puesta a punto y desarrollo de su fundación, la Fundación Barcenillas, con el sede en el pueblecito cántabro de dicho nombre, en el que Pancho poseía una casa espléndida. Allí nuestro hombre tenía su biblioteca de temas hispanoamericanos, una de las mejores de España sobre el asunto, y base sobre la que se construye la susodicha fundación.
La última vez que vi a Pancho fue este pasado mes de agosto. Asistió a la inauguración del
curso que sobre la vida y obra del poeta José Hierro se celebró en la UIMP (de la que era Doctor Honoris Causa), y en el que yo actúe como secretario. En la organización del curso participó la Asociación Cultural
Plaza Porticada, presidida por
Elena García Botín, en la que Pancho tenía un papel primordial. Las fauces de la enfermedad ya habían hecho presa en él con furia, y su aspecto lo denotaba. Yo estaba de pie junto a la mesa que acaba de abandonar el alcalde de Santander, Pancho se acercó con lentitud…, pensé que pasaría de largo para saludar a alguien significado entre los presentes, pero se dirigió a mi con la mano tendida, la sonrisa irónica y afectuosa y una mirada rebosante de sutil inteligencia. Le estreché la mano sin pronunciar palabra, pero intentando transmitirle con mi gesto y con mi mirada todo el respeto del mundo. Me incliné ante el caballero. Descanse en paz Francisco Pérez, Pancho, un señor con el peso todo de la palabra, un señor de los de antes.