Alfred Hitchcock podría ser el más conocido de los directores surrealistas si no fuera por su imperdonable pecado de haber trabajado en Estados Unidos tratando de no aburrir nunca a su público. En un viejo documental sobre
Luis Buñuel, que de vez en cuando veo para ser peor persona, citan la devoción que el director británico sentía por algunas de las películas del aragonés: cintas para la legión cultural-armada de Cannes, pero que también pueden ser vistas en un cine de barrio como fieros divertimentos que no hay que tomarse demasiado en serio. Su hijo,
Juan Luis Buñuel, ya lo dice en el metraje encogiéndose de hombros: “no le den muchas vueltas, es la ginebra”.
Al igual que en los filmes del de Calanda, en las películas de Hitchcock todo parece a un tiempo irreal y maravilloso. Una trama alucinada como la de
Con la muerte en los talones, que ya desde sus proteicos títulos de crédito invita a ser devorada por millonésima vez, hubiera encajado perfectamente en la carrera del autor de
El ángel exterminador y
El discreto encanto de la burguesía. Hay incluso similitudes: apariencias de la realidad, personas que realizan actos ilógicos, explicaciones marcianas a problemas sencillos. En un caso son los burgueses que no pueden salir de una sala o, por mucho que lo intentan, no pueden sentarse para cenar. En el otro, la disparatada conspiración en torno a un hombre al que agencias de espionaje agitan como un pelele para sus fines. Unas y otras parecen “sueños diurnos”, la acertada definición que el director francés
François Truffaut usó para definir el cine hitchcockiano.
Horst Köhler (fuente: wikipedia)
Dejando al margen que ambos trabajaran con
Salvador Dalí: uno en
Un perro andaluz y otro en
Recuerda, sus películas enlazan al desvelar lo que hay oculto bajo la anodina realidad. Si en
La ventana indiscreta un hombre lisiado cree tener bajo sus narices un caso criminal, en
Viridiana, Buñuel deja al descubierto la inanidad de los votos de castidad y el desorden de todo sistema social al sumirlo en el caos. Incluso sectores progresistas le achacaron la orgia de comida y promiscuidad en la que los vagabundos se sumergen tras el abandono de los señores de la mansión. “Los pobres nunca harán eso en libertad”, dijeron los que, evidentemente, jamás han visto a los desposeídos saciar sus instintos. Debajo de la verdad revelada aletea siempre la mentira.
Horst Köhler no es director de cine ni, que se sepa, artista, pero también ha ayudado estos días a mostrar lo que se esconde bajo las alfombras de lo establecido. Presidente federal de Alemania hasta hace unos días, el representativo jefe del Estado ha tenido que presentar su dimisión tras unas curiosas declaraciones a la radio pública Detschland Radio. Refiriéndose a la guerra de Afganistán, en la que su país participa, Köhler fue inusitadamente sincero al afirmar que “en casos extremos es necesaria la fuerza militar para asegurar nuestros intereses, por ejemplo la salvaguardia de nuestras rutas comerciales”. Nada que no se sepa desde los días del
big game que enfrentaba en tierras afganas a Reino Unido y Rusia por el botín, pero sorprendente en boca de un político que debía haberse ceñido al discurso de los derechos humanos y la democracia tan en boga.
En nombre de la causa surrealista internacional agradecemos al ya ex presidente federal el habernos ayudado a entender, una vez más, lo que se esconde detrás del escenario de la realidad. Su sinceridad ayuda a que sigamos descreyendo de los mensajes oficiales. Como los grandes artistas ha desmontado el lenguaje del poder para mostrar el esqueleto desnudo del monstruo. Su obra maestra.