Lector mal-herido es un blog literario de la posmodernidad, es decir, lo mismo te desmenuzan entre gracietas una novela que te ponen la foto de unos árabes pipa en mano, como si eso por sí sólo significara algo o diera una idea de sí mismos. Hace unos días les dio por meterse con una de las vacas sagradas literarias,
Roberto Bolaño, y me encanta. Aunque a mí sí me gusta el novelista chileno desaparecido, me interesa leer otras opiniones distintas, ver en qué discrepa mi manera de entender a un autor y la que tienen otros, ávidos lectores supongo. Pero como quiera que soy seguidor del finado, y que además he escrito una crítica muy elogiosa de su obra póstuma,
El Tercer Reich, voy a usar de la misma libertad que ellos tienen para ironizar con el de Blanes para hacer un tanto yo con ellos
Dicen el o los reseñadores –van de rollo anónimo, otra nueva hazaña posmoderna- que la obra de Bolaño se beneficia de una feliz boda con el público. Aquí su comentario empieza mal, atufa a envidia de bancada de colegio, a desprecio acomplejado por el aplicado de la clase. En realidad no sé a qué boda con el público se refieren, pero esta tendría pocos invitados. Invito a cualquiera de ellos a que hagan un viaje en transporte –público, valga la redundancia- y que cuenten cuántos Bolaños ven entre las manos del pueblo valiente y justiciero. Como el metro es el auténtico sondeo de lectura que reconozco, les desanimo de entrada. No he visto nunca a nadie leer a Bolaño en el suburbano, y sólo una vez, en la cola de matriculación de una escuela de idiomas –terreno iroqués, abonado por tanto para los kraken culturales-, vi a un tipo leyendo
2666. Eso es todo. En realidad Bolaño es un best-seller sí, pero de élites. Se me podrá discutir si de la élite cultureta o de esa élite que se reúne en un bar oscuro entre nubes de porros y vasos de cerveza malteada. Da igual. El asunto es que ni en los autobuses ni en las listas de ventas verán nunca a Bolañito y sus detectives salvajes. Y si no me creen que bajen de la limusina literaria y dejen de rodearse ya de la mafia intelectual mamporrera.
Roberto BolañoEl asunto sigue y abordan la extensión de
2666. Dicen, no sin cierta gracia, que la novela está escrita pensando en “voy a escribir una novela de 1.000 páginas” y llena de cosas intrascendentes, cotidianas. Ignoro de qué tremendos y homéricos asuntos llenarían estos sujetos sus novelas, pero también pasan muchas cosas en las novelas de
Robin Cook, de
Paulo Coelho y de
Tom Clancy y, seguro, no les tienen tanto aprecio. Parece que les ofende la descripción de la normalidad, de la vida anodina de una persona. Me sorprende esa afirmación conociendo sólo parte de la literatura del siglo XX, en la que escritores igual de peñazos o geniales que el chileno nos enseñaron a seguir con cierta pasión el día cotidiano de un hombre en Dublín, las divagaciones intelectuales de los pacientes de un sanatorio en Suiza o cómo lo tremendo se puede agazapar en el alma de unos sureños de Estados Unidos estafados por la historia y su propia brutalidad. Pero claro, igual ellos prefieren las aventuras de
Harry Potter donde, está garantizado, pasan un montón de cosas interesantes por página cuadrada y, cuando menos te lo esperas, las escobas vuelan, los hechizos triunfan y los malos pierden. Fascinante.
Por último, como posmodernamente se aburren –y con esta palabra acaba su crítica, por cierto- resumen rápidamente que lo de Bolaño es escribir por escribir y que no tenía otro plan que tirar hacia delante llenando cuartillas. Aquí es donde el lector avezado de la obra del chileno, no el bolañista de secta sino el voluntarioso seguidor, se echa a reír y llega a compadecer a los mal-heridos de marras. Porque pensar que una novela como
Los detectives salvajes, con su cuidada planificación estructural en forma de un diario interrumpido, con su cuerpo formado por piezas narrativas que se ensamblan en un complicado puzzle, es fruto de una improvisación, del delirio de un autor megalómano que sólo escribía por escribir como otros mean, delata falta de lecturas, más ganas de provocar que de quemarse las pestañas en un sofá pasando páginas.
Mal de nuestro tiempo este de hacer juicios a priori porque el caletre no te da para terminar una novela tan torrencial como imperfecta como es
2666 que, si supieran un poco, si hubieran leído, el escritor afincado en Cataluña no tuvo tiempo de revisar, ni casi concluir, y fue entregada a las planchas con la genialidad y deficiencias que cualquier lector medianamente atento podrá identificar. Pero nada, si los lectores mal-heridos se aburren, y se aburren mucho al parecer, tengo una lista de libros que igual les divierten, que son muy populares y que, seguro, les levantarán el espíritu. Por lo que parece la saga C
repúsculo es de lo más amena, la chavala que aparece en la película está muy buena por lo menos, y seguro que ahí no tendrán descripciones cotidianas, ni nada que en realidad suene más o menos posible, veraz o que, directamente, no de vergüenza ajena. También las novelas de zombies se están vendiendo muy bien y, bueno, frente al tostón de
Sentido y sensibilidad, donde hay más parrafadas en torno a meriendas con té y pastitas que las que ellos podrían aguantar, tenemos ahora una versión con muertos vivientes al más puro estilo
George A. Romero que vaya usted a comparar. Canela en rama. Oiga.