Nuestro ordenador falla y el mundo se nos viene encima. En nuestra sociedad el poder no lo tiene una institución ni los cuerpos policiales, lo atesoran las computadoras, y estas no conocen a
Montesquieu. El apocalipsis descrito en tantas películas de ciencia-ficción está ya aquí. Las máquinas han tomado el poder. Salvo algunas excepciones, el humilde y fracasado poeta que malvive en una covacha y el ejecutivo de multinacional dependen los dos de que un ordenador se encienda y decida funcionar con normalidad, conectarnos a las fuentes del conocimiento y con otras personas, que al final es lo que todo el mundo busca.
La sabiduría popular, y los psicoanalistas, dicen que es beneficioso no sufrir por ello, dejarles reposar en su avería provisional y salir a dar una vuelta: comprar el periódico, sentarse en un banco, ver a los pájaros volar. Pero dejando aparte los pájaros, la sola idea de que el periódico ha sido diseñado en ordenadores al igual que el banco donde reposamos resulta inquietante. Si por algún motivo todos los sistemas de una redacción fallaran, al día siguiente no habría prensa en los quioscos; y si debido a una huelga de cerebros electrónicos los ingenieros y arquitectos perdieran sus archivos virtuales, tampoco existirían asientos en la calle desde donde alimentar a los pájaros. Al final va a resultar que hasta las aves del cielo, las hermanas palomas y los hermanos grajos, dependen de que un ordenador se levante de buen café.
Ordanador (fuente: wikipedia)Nos puede gustar más o menos. Podemos, en un arrebato lírico, hacer una apología de la sencilla vida campestre, pero invito a cualquiera acostumbrado a las dulzuras de la ciudad y la web 2.0 a pasar una semana en el campo: a los dos días estaría rabiando por una conexión ADSL y por saberlo todo acerca del último cotilleo sobre la sexualidad de
Ricky Martin. Es verdad que también existen en nuestro cuerpo social personas que mantienen una relación distante, compleja y casi edípica con los ordenadores. Trabajan con ellos, pero prefieren vivir dentro de sus meditaciones. Los ven como antiguas máquinas de escribir, objetos que sólo tienen una utilidad práctica y protegen tras espesas barreras su intimidad, su profunda e irreconocible soledad.
El tópico me debería obligar a trazar una elogiosa semblanza de ellos, casi una hagiografía, los últimos castos y puros. Pero como ya saben los que me leen, no me gustan los tópicos, ni las ideas manidas, y voy, por el contrario, a compadecerme un poco. Puesto que hemos demostrado que hasta los canarios y las cigüeñas dependen de que nos podamos conectar a Internet, querer estar en misa y repicando no puede ser lógico ni saludable. Al final nuestra vida privada es lo único que le importa a una nidada de polluelos en primavera.