Iván Alonso es historiador y periodista
Viajo en el metro leyendo la prensa, buscando inspiración para alguna de mis entradas en este blog. De más está decir que quiero impresionar a mi editor y a mis escasos lectores. Una referencia, un suelto en una página, un giro original de la actualidad, algo donde lucirme ante el tendido, que apabulle, que haga que suspiren por mí al leerlo. No sé quién dijo que escribía para que le quisieran. Puede que fuera mi paisano y compatriota Juan Bas, y es cierto. Algo habrá, pienso, que mantenga en pie mi leyenda, que me siga dando fama de persona culta y avisada. La rata del cesto de bolas de papel.
Mientras volteo las páginas y anoto mentalmente ideas provechosas, al lado un padre taciturno viaja con su hijo en una silla. Él parece un estafado de una tómbola. El chaval, sin embargo, está feliz. Tendrá como dos años y toda la pinta de venir de algún acto social, unas barracas promocionales, un viaje en aerostático, encuentro con cómicos, inauguración de una central térmica, en fin, alguna payasada de esas que organizan las autoridades para que todo el mundo vea lo majos que son y lo lejos que han quedado, en apariencia, de los burgomaestres malvados de los cuentos infantiles. Como premio, el pater patriae le ha regalado un gorro de papel que lleva encasquetado en su oronda cabeza de cebolla y un globo verde que trata de hinchar con poco éxito.
El globo es grande y los pulmones del chaval, aún tiernos, no tienen fuelle para expandirlo. El padre ahí debería tomar parte en las operaciones, darle un soplido, acabar con el drama, quedar de gran protomacho de la ancestral caverna. Pero hastiado de todo, y posiblemente pensando en dónde quedó una tipa llamada Ainara, la chica que le gustaba en el instituto, mira por la ventana hacia el oscuro túnel que le devuelve su imagen y su mirada. El horror. Su vástago, mientras, sigue a lo suyo, sopla que te sopla, intentado dar forma a lo que se le resiste, luchando con denuedo y un puntito de orgullo contra lo imposible.
Jasón regresa con el vellocino de oro en una crátera roja de Apulia, c. 340-330 a. C. (fuente: wikipedia)
Dejo los periódicos y me olvido de escribir sobre la posibilidad de que el David de Miguel Angel sea, en realidad, un fetiche homoerótico reprimido. Fijo que no me voy a comer una rosca con eso ni a hacer más amigos. Me quedo mirando la facha del niño dándole batucada al globo. Hay algo digno y valiente en esa aspiración a conseguir lo que no es posible. Recuerdo a los poetas que han hablado de ello, y a algunos cantautores. Ahí, delante de todo el mundo, entre chándals, iPods, sudokus y novelas de Larsson, se está reproduciendo la historia más antigua de la humanidad, esa que cuenta cómo unos tipos chulos hasta la armadura broncínea se decidieron a asediar una ciudad por despecho o cómo unos marineros pirados salieron en una barquita de cañas a buscar un vellocino de oro, una puta tela de los cojones en fin, aunque el viaje fuera una total demencia. Hay algo en nuestra naturaleza primitiva que aún no han conseguido eliminar las buenas costumbres que nos lleva como víboras sobre el desierto candente a buscar lo que nos rechaza: un amor, un paisaje, una persona, un libro, un viaje… Soplamos y soplamos y, como con la casa de ladrillo del cerdo listo y arquitecto, aunque sabemos que no se va a derrumbar jamás, aunque sabemos que perseguimos la sombra fugaz de una quimera, seguimos soplando porque nuestros sueños y nuestras vísceras nos llevan a ello.
Unos piensan en conquistar continentes y otros corazones. Unos ansían acabar una novela y otros, nada más, conseguir un trabajo fijo, tener una casa, paz y cerveza fría en la nevera los días de partido. Son todo aspiraciones nobles e irreales. El sueño del triunfo absoluto y los deseos saciados que, cómo sabía el detective salvaje de Blanes, nunca llegan o llegan tarde. El niño sopla el globo y me dan ganas de quitárselo para hinchárselo yo, pero acepto las reglas teológicas y renuncio a la intervención divina en los asuntos mundanos. Vivimos bajo la tragedia de saber que nunca un dios justo y misericordioso bajará su mano para castigar a los malvados y darnos el paraíso privado con barra libre. Es bueno, además, que lo vaya aprendiendo, que sepa que el globo no se va a hinchar nunca.
Me bajo en mi parada y desde el andén le echo una última mirada al niño y su globo verde. En silencio le doy ánimos. Coraje, pequeño. Coraje. Igual con el tiempo, algunos libros y las personas adecuadas aprendes que toda la dignidad del mundo se esconde en ese gesto. Si es cierto, como dijo Martí, que un grano de maíz guarda toda la grandeza del universo, no será menos cierto que intentar lo imposible esconde la pasta de ceniza de barro de la que estamos hechos.
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Últimas colaboraciones (Marzo 2010) de Iván Alonso en la revista electrónica Ojos de Papel:
LIBRO: Roberto Bolaño: El Tercer Reich (Anagrama, 2010)
LIBRO (febrero 2010): José María Mijangos: Soul Man (Lengua de Trapo, 2009)
NOTA: En el
Blog de Iván Alonso se podrán leer los textos clasificados tanto por temas (artes, autores, cine, música, sociedad y periodismo) como cronológicamente.