lunes, 1 de marzo de 2010
Si volviera a nacer: nuestra identidad está en nuestra memoria. Memoria histórica y memoria afectiva
Autor: José Membrive - Lecturas[{0}] Comentarios[{1}]
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La huella que ha dejado en mí su lectura, de “Si volviera a nacer” de Pablo Peña (Ediciones Carena), además de algunas horas con un nudo sentimental en la garganta, es la reivindicación de la propia memoria como capital del que no podemos desprendernos y de la insensatez del vitalismo vertiginoso y desentimentalizado que se nos predica para hacer de nosotros consumidores desmemoriados. La memoria es la vida. Recuerdo, luego existiré

José Membrive

José Membrive

En su ensayo La emigración negroafricana: tragedia y esperanza el escritor camerunés Inongo vi Makomé afirma que los africanos viven mirando hacia atrás sin prestar gran atención al futuro y los occidentales viven mirando hacia adelante desprendiéndose del pasado. Los primeros miran a la tierra cuando de dioses o antepasados se trata, los segundos elevan la mirada al perdido infinito.

Últimamente, el acoso tanto a la memoria individual como colectiva en occidente está adquiriendo un auge que raya la amnesia total. Comenzó por la descalificación del sistema “memorístico” escolar y sigue por el acoso al juez Garzón por querer dar sepultura a los muertos que aún yacen por las cunetas, después de 70 años.

Se me ocurren algunas explicaciones a este acoso. La tendencia legítima, como seres duales que somos a guardar en el trastero los negros frutos de nuestra peor cosecha. En este sentido, creo que la presencia de las guerras mundiales que ensangrentaron tierras y conciencias, son una razón poderosa para este telón que constantemente hacemos caer sobre el pasado más reciente.

Por otra parte, la sociedad capitalista nos obliga a ir con prisa por la vida, los europeos tenemos que consumir en un día como cincuenta o sesenta africanos, además de trabajar un montón de horas.

Por otro lado estamos en una partitocracia en la que las circunstancias obligan a los líderes a defender ideas totalmente contradictorias el mismo día con sólo que cambien de territorio o de público y eso, si no hay un buen partido de fútbol cada noche, es difícil de explicar

Curiosamente quienes condenan al juez Garzón, por ejemplo, por “remover las heridas del pasado”, por investigar el lugar en donde se abandonaron los cadáveres de nuestros antepasados, son los mismos que están beatificando y elevando a los altares y a la memoria colectiva a los que murieron en la misma contienda pero son de su bando y que, casualmente, están bien enterrados. Los mismos que dictaminan que nuestra vida está lastrada por el peaje pecaminoso del bocado que Eva propinó a la manzana, allá en los albores de la humanidad, son los que dicen que no hemos de remover un pasado de hace cuatro días.

Pero hay otra memoria íntima, no politizada, que también sale dañada de todo este lío: es la memoria afectiva, esa sucesión de hechos que hemos protagonizado y que viven en alguna alacena de nuestra memoria alimentando el presente. Y eso es grave porque al talarla, talamos nuestra propia identidad.

Pablo Peña Almagro: Si volviera a nacer (Ediciones Carena, 2009)

Pablo Peña Almagro: Si volviera a nacer (Ediciones Carena, 2009)

Catalina, la protagonista principal de Si volviera a nacer de Pablo Peña (Ediciones Carena) ha de abandonar su casa a temprana edad y, cuando su vida va culminando, nNecesita firmar la paz y la reconciliación consigo misma. Pero el pasado está compuesto, más que de recuerdos, de fragmentos de vida que hemos construido colectivamente y con el que no podemos reconciliarnos sin ajustar cuentas al mismo tiempo con quienes lo compartimos.

Así que la protagonista emprende un viaje de regreso al Jaén que la vio nacer para descubrir que su salida del infierno tuvo consecuencias nefastas para quienes la rodeaban. Y este es otro tema no menor: el enorme daño que una persona puede causar en los que ama, sin mala intención, simplemente tratando de salvarse de su propio naufragio.

A quienes gusten de novelas auténticas, plenamente sentimentales pero terriblemente humanas, capaces de conmover las convicciones y plantear difíciles dilemas, tienen aquí una gran novela.

El argumento es de lo más sencillo: una adolescente, en plena posguerra, tiene que huir del infierno en que se ha convertido su vida cotidiana, aplastada por una moral inhumana. Con los años, el intento de reencontrarse con los suyos le desvela que su huida produjo consecuencias inimaginables.

Pablo Peña, desde Jaén, tierra de raíces que tanto sabe de desarraigos, ha erigido un canto a los sentimientos, al cultivo de afectos y valores como un bálsamo vital de una sociedad que tanta prisa se da en huir de sí misma.

Se trata de una novela transversal, de época, pero con algunos personajes como José, el padre de la protagonista, que parecen extraídos de la tragedia griega al tener que debatirse entre el mandato del los dioses de la moral dominante y los afectos. Un tipo aparentemente tan duro como el Abraham que se dispuso a acuchillar a su unigénito Isaac por un capricho de Yavé.

La huella que ha dejado en mí su lectura, además de algunas horas con un nudo sentimental en la garganta, es la reivindicación de la propia memoria como capital del que no podemos desprendernos y de la insensatez del vitalismo vertiginoso y desentimentalizado que se nos predica para hacer de nosotros consumidores desmemoriados. La memoria es la vida. Recuerdo, luego existiré.


NOTA: En el blog titulado Besos.com se pueden leer los anteriores artículos de José Membrive, clasificados tanto por temas (vivencias, creación, sociedad, labor editorial, autores) como cronológicamente.