Atreviéndonos con las analogías históricas, podemos
apuntar a la experiencia histórica de la Guerra de Secesión de los EEUU que
enfrentó a los Estados del Norte con los Estados del Sur, ambos grupos de
Estados entidades democráticas cuyo conflicto ideológico, económico y
estratégico se resolvió en la guerra civil. Haciendo un poco de historia-ficción
nos cabe preguntar cuál hubiera sido el destino de los EEUU (y del resto del
mundo), y las consecuencias estratégicas y geopolíticas en los siglos XIX y XX
si los Estados del Sur hubieran ganado la guerra o hubieran asentado su
independencia (quizás la guerra hispano-norteamericana y la derrota de 1898 no
hubiera tenido lugar). Hacia este
tipo de consecuencias estratégicas potenciales apunta esta
nota.
España, o más bien el Estado español, confronta
actualmente abrumada un conjunto de crisis complejas de raíces diferentes pero
que interaccionando entre ellas generan un entorno de alto riesgo para la
estabilidad y la seguridad del país y el bienestar y la prosperidad de los
«españoles» (incluyendo de manera neutra a todos los ciudadanos con pasaporte
español).
Las crisis son de origen externo e interno, de
naturaleza económica, política y cultural. Debilitan la capacidad de acción, y
se diría también de reflexión, de la clase política (extremadamente dividida y
sectaria) y de la población en su conjunto y generan profunda desconfianza, de
nuevo en la población, sobre la capacidad de las clases políticas para encontrar
soluciones.
La recientemente adoptada Estrategia de Seguridad Nacional
(ESN) tiene por ambición definir un “marco de referencia global y
omnicomprensivo en materia de seguridad” garante del “bienestar de los
ciudadanos y de la estabilidad del propio Estado”.
La ESN hace primero el inventario, que se pretende
exhaustivo, de los riesgos y amenazas que España debe afrontar (doce tipos),
esboza une estrategia de acción declinada en la identificación de entornos
estratégicos del país y la elección de líneas de acción estratégica (doce
líneas), y concluye con el esbozo
de un nuevo Sistema de Seguridad Nacional.
El punto de partida de la nueva ESN es la profunda y
rápida mutación que experimenta el sistema de relaciones internacionales en el
cual el momento unilateral americano deja paso a un sistema multipolar,
caracterizado por la emergencia de los BRIC, en particular de China, y otros
poderes menores, el desplazamiento del centro de gravedad del sistema hacia la
zona Asia-Pacifico, al mismo tiempo que la globalización ofrece un terreno
fértil y potencia a actores no gubernamentales (terrorismo, crimen organizado,
movimientos identitarios y fundamentalistas) y a lo que ciertos autores llaman
nacionalismo populista. Ambas tendencias generan a escala internacional niveles
crecientes de amenaza, inseguridad e inestabilidad (terrorismo, crimen
organizado, radicalismo identitario, proliferación de armas de destrucción
masiva, cambio climático, migraciones irregulares masivas, conflictos
regionales, Estados fallidos).
El cálculo estratégico más elemental nos lleva a
pensar que, en este entorno estratégico preñado de amenazas y riesgos, solo
aquellos actores que reúnen talla, coherencia política y capacidades, es decir
poder diplomático, económico y militar, serán capaces de asegurar la
estabilidad, la seguridad, y la prosperidad de sus ciudadanías. Al contrario, a
los actores que no alcancen la talla crítica no les queda más recurso que
unirse, aliarse, integrarse en entidades que sí alcancen esta dimensión. Los
fenómenos de regionalización en curso (UE, MERCOSUR, Unión Africana, UNASUR,
ASEAN, etc) constituyen el reflejo de esta necesidad estratégica de aunar
capacidades y hacer causa común. La integración europea, en sus objetivos de
fundación de una supranacionalidad nueva, superpuesta a los antiguos Estados
nacionales, es una respuesta de largo alcance a esta necesidad
estratégica.
Sin embargo, a este entorno internacional
crecientemente inestable y amenazante hay que añadir como factor de riesgo
adicional la profunda crisis institucional, decisional, y de adhesión de las
elites nacionales y de los pueblos (euroescepticismo en alza) de la Unión
Europea, hasta ahora considerada el escudo, con la OTAN, ante las crisis, choques y amenazas de la globalización.
Crisis de confianza y de adhesión agudizada, pero no producida, por la
incidencia de la crisis financiera internacional ante la cual los ciudadanos han
percibido una gran fragilidad del sistema de gobernanza europeo.
Paradójicamente, cuando y cuanto más falta hace una
acción concertada y ambiciosa de la UE, condición sine-qua-non de una
participación relevante de los europeos en el nuevo concierto internacional, más
los Estados Miembros, adoleciendo de una miopía histórica trágica, se inclinan
por una defensa estrecha de sus intereses y por un nacionalismo primario que los
conducirá irremediablemente a la irrelevancia internacional. España, socio pro-integración europea
desde su adhesión, no ha sido inmune a estas tendencias centrífugas, bien que la
ESN identifique con lucidez que el futuro de España, su seguridad, estabilidad y
prosperidad pasan por une Europa fuerte y más integrada.
A estas corrientes centrífugas a nivel europeo, vemos
añadirse la agudización de las tendencias secesionistas en algunos viejos países
europeos como el Reino Unido, Italia y España. El espectro de las recientes
guerras balcánicas parece resucitar con la crisis económica en el viejo
continente.
Lo que la ESN no menciona es que actualmente (y no en
un hipotético futuro) las amenazas y riesgos más graves a la “estabilidad y
seguridad del país” y al “bienestar y la prosperidad” de los españoles son de
origen interno. Y que esas amenazas de orden interno, fragilizando las
capacidades y la voluntad, potencian y vuelven más peligrosas las amenazas
externas. Es esta relación entre la seguridad interior o la estabilidad interior
y la seguridad exterior la que parece ser la gran olvidada en el debate en curso
sobre el “derecho a decidir”.
La crisis más grave, de orden existencial para la
integridad territorial y la soberanía del ente España, tiene su origen en la
agudización reciente del desafío secesionista en Cataluña y su inevitable
contagio hacia otras regiones. Desafío focalizado en el supuesto “derecho a
decidir” de los catalanes, es decir el derecho a decidir, de preferencia solo
para aquellos que están a favor, sobre la independencia de Cataluña. Desafío
ilustrado de forma espectacular por la cadena humana formada por los partidarios
de la independencia durante la Diada catalana.
Se supone, los secesionistas eso pretenden, que el
resto de ciudadanos españoles no tienen ningún derecho con respecto a una
decisión de tan enorme alcance y considerables consecuencias geopolíticas.
Decisión que desgajaría del cuerpo político español porcentajes importantes de
su base demográfica, económica, territorial, cultural.
La estrategia y la táctica secesionista, apoyadas en
una narrativa excluyente,
xenofóbica, agresiva y desleal con los intereses geopolíticos españoles (como se
ha visto en la última calentura gibraltareña o en el fracaso de la candidatura
de Madrid a los JJOO) persigue la polarización del conflicto con dos
objetivos. Por un lado, busca generar en la población española un sentimiento de
hostilidad hacia los catalanes. Por otro lado, apoyándose en esa supuesta
(buscada y construida) hostilidad española hacia Cataluña persigue minorizar
(culpabilizando) a los catalanes moderados y opuestos a la independencia que
todavía son demasiado numerosos (desde el punto de vista secesionista), así como
a aquellos no catalanes residentes en Cataluña cuya voz no se oye o no se quiere
oír (implícitamente que no tienen “derecho a decidir”).
El desafío secesionista se alimenta de otras crisis
que en paralelo se tejen y destejen. La crisis económica y financiara
internacional que ha golpeado duramente a la economía mundial, europea, ha
zarandeado fuertemente el sistema económico español que se encuentra actualmente
sometido a un doloroso proceso de reestructuración con enormes costos sociales.
Y con una gran pérdida de confianza del ciudadano medio en la capacidad de
gobernación del sistema.
Esta crisis mundial ha puesto también en evidencia el
declive económico y político de la Unión Europea en un momento de rápida
mutación en el sistema de relaciones internacionales caracterizada por la
emergencia de nuevos actores internacionales (los BRIC y otros emergentes), la
multipolaridad y el desplazamiento del centro de gravedad geopolítico mundial
hacia Asia.
Es este momento de crisis europea y española, ambas
fragilizadas, que los actores de inseguridad escogen naturalmente para lanzar
sus ofensivas (como en Mali AQMI escoge el momento de colapso del estado para
ocupar el norte del país apoyando y manipulando el secesionismo
tuareg).
Pero la independencia de Cataluña no es cosa que
incumba únicamente a los catalanes. Las consecuencias de la secesión en materia
de seguridad interna y externa para los españoles y los catalanes son
considerables. Aunque es difícil de imaginar el proceso y las razones por las
cuales el resto de España (y en particular bajo qué condiciones un referéndum en
España sobre la adhesión de Cataluña a la UE daría un resultado positivo), así
como los catalanes no secesionistas y los hispanoparlantes residentes estarían
de acuerdo con la independencia de Cataluña, es útil hacer el inventario de
algunas de estas consecuencias que serían particularmente
graves.
¿Cuál sería la relación entre España y
Cataluña post-secesión? ¿Serán dos Estados amigos, rivales o
enemigos?
Teniendo en cuenta la polarización y hostilidad
generada en el proceso, puesta ya de manifiesto actualmente por los partidarios
de la secesión, cabe prever una situación similar a la de la desintegración de
Yugoslavia. Relaciones tensas, violentas en las que las dos comunidades
enfrentadas continúan su enemistad, alimentando percepciones negativas mutuas y
estereotipos hirientes. El resultado es una situación de generación de dilema de seguridad que dominaría las
relaciones entre ambas entidades. La experiencia reciente nos muestra que casi
todo proceso secesionista lleva a una situación de hostilidad profunda y
duradera (la guerra de secesión americana, el desgajamiento de Eritrea de
Etiopia, el del Sur de Sudan del resto del país, la guerra civil en Costa de
Marfil, las guerras balcánicas, etc).
Las causas objetivas de una
relación hostil serían numerosas:
-el trazado de fronteras y el control de las zonas
marítimas y aéreas contiguas
-la presencia en el nuevo Estado de una
minoría, numerosa, hispanoparlante que sería amenazada de discriminación
cultural y lingüística y que buscaría la protección de España eligiendo mantener
la nacionalidad española (y europea) y su residencia en Cataluña
-la
desconfianza mutua entre servicios de seguridad generaría discontinuidad
geográfica e institucional en la gestión de las amenazas transfronterizas: lucha
contra la droga y blanqueo, migraciones ilegales, control de fronteras
-el
activismo de un nuevo poder fundado ideológicamente en una identidad excluyente
que inevitablemente apoyaría las tendencias y movimientos similares en otras
regiones españolas y extranjeras (catalanes franceses, país vasco español y
francés, países valencianos y baleares, independentistas de todos los colores,
gallegos, corsos, bretones, flamencos, padanos, etc.)
-la reacción
inevitable del Estado español (o de sus servicios de seguridad e inteligencia)
de apoyo abierto o encubierto a la minoría hispanoparlante empujada o
justificada hacia una acción de subversión del nuevo ente
estatal
¿Cuáles serían las consecuencias sobre España
de la secesión?
-en el concierto de las naciones, España sufriría una
pérdida considerable de peso específico y de poder relativo, diplomático,
económico y militar, convirtiéndose en una potencia secundaria o terciaria no
solamente internacional (pérdida más que probable de presencia en el G-20 y
otros foros de concierto internacionales), sino también dentro de la UE y
la OTAN
-la oposición de España en el terreno diplomático al no
reconocimiento de la soberanía del nuevo ente generaría costes político para
España que acentuarían su debilidad internacional
-esta disminución de poder
relativo, diplomático, económico y militar, facilitará o potenciará agresiones,
más o menos pacíficas o encubiertas, de actores externos a los intereses
territoriales y estratégicos de España (Gibraltar, Ceuta y Melilla, Canarias), y
mayores dificultades en la defensa de esos intereses
-pérdida de economías
de escala en la generación de capacidades militares y de seguridad que
empujarían al alza los costes de la defensa y la seguridad interior reduciendo
las capacidades en estas materias y disminuyendo en consecuencia el poder
militar del Estado
-alternativamente, el aumento en gasto militar de la
nueva entidad estatal contigua al territorio nacional, puede provocar un aumento
del gasto militar en una carrera armamentística en detrimento del gasto público
social o puramente económico.
¿Cuáles serían las consecuencias para una
Cataluña desgajada del tronco español?
-un Estado paria en el concierto de las naciones,
excluido de la UE y de la OTAN, con un estatuto próximo al de Kosovo, de
limitado poder diplomático, económico y militar
-un Estado débil
diplomáticamente, abierto, necesariamente y para romper su aislamiento
diplomático, a alianzas con actores internacionales rivales estratégicos de la
UE (Rusia, China, Irán, Cuba, Brasil, Venezuela, Ecuador, Países del Medio
Oriente, Serbia, Sudáfrica) -aquellos en situación similar de dilema de
seguridad (Eritrea, Sudan Sur, etc)
-un Estado con una fuerte fractura
interna política y social entre una mayoría bajo influencia identitaria y una
minoría substancial culturalmente hispana. Fractura generadora de inestabilidad
política y terreno fértil para procesos de limpieza étnica y cultural y, en
sentido inverso, de subversión del nuevo Estado
-un Estado débil con
capacidades limitadas para hacer frente a las amenazas y riesgos del entorno
internacional (terrorismo, crimen organizado, migraciones irregulares,
catástrofes naturales, proliferación de ADM, etc.)
-un Estado que buscará,
con toda probabilidad, generar poder militar y de seguridad interna que
alimentarán el dilema de seguridad entre ambos entes. El alto coste de estas
capacidades gravará el presupuesto del nuevo Estado, agravará su situación
financiera y disminuirá su capacidad de gasto social
-un Estado que buscará
explotar su situación al margen del sistema regulatorio internacional para
constituir santuarios financieros y económicos que atraerán capitales de origen
dudoso, lo que fomentará la desconfianza internacional y el aislamiento del
nuevo ente
El listado de estas causas objetivas y procesos de
(in)seguridad y mecanismos de escalada en la rivalidad y enemistad con
consecuencias negativas y perjuicios para ambas entidades hacen que el supuesto
“derecho a decidir” promovido por el secesionismo catalán, no puede limitarse a
aquellos que están a favor de la independencia sino que concierne al
conjunto de ciudadanos e instituciones del Estado español.
Para concluir, aunque hay razones objetivas para
rechazar la versión estrecha y reduccionista del “derecho a decidir” de los
secesionistas únicamente, hay abundantes razones para revisar y reformular el
diseño institucional del Estado español proponiendo a la ciudadanía y las
diferentes culturas (y no naciones) que componen el Estado español un nuevo
modelo. Así, el “derecho a decidir” de todos, y no de unos cuantos, tendría por
objeto varias opciones de modelo de Estado: centralizado, autonómico, federal o
confederal. Naturalmente, este proceso “quasi-constituyente”, en el que deben
participar todas las fuerzas políticas y sociales representativas, debería
acompañarse de un proceso, liderado por la sociedad civil, de reconciliación
entre las diferentes culturas políticas e identitarias que componen el paisaje
español. Ante el estadio del conflicto generado por la ideología secesionista
concomitante con la pasividad de los partidos políticos y los intelectuales de
ámbito español, la discusión política no es suficiente para reducir la
polarización y la hostilidad entre ciudadanos, condiciones necesarias para la
reapertura de espacio político en el que una discusión política fructífera
pudiera tener lugar. Hace falta un proceso, civil y ciudadano, de
pacificación entre españoles y de dialogo cultural que permita, tolere o aun
promueva la superposición de identidades y culturas (catalana, española,
europea) sin exclusión ni dominación de unas por otras, lo que constituye
el ideal europeo.