Este
deshilvanado e intrascendente relato viene a cuento porque mi súbita partida me
impidió conocer a Sergio Pitol en la Embajada. Tuvieron que pasar varios años
para que nos hiciéramos amigos en Xalapa gracias a la generosidad de la Princesa de Córdoba. Ahora que cumple 80
años, su regalo es la introducción al texto que escribí en el 2005 cuando
recibió el Cervantes. ¡Salud, Sergio!
“El próximo
23 de abril será domingo. Sueño con el futuro y me imagino a la antigua
Complutum iluminada por un sol de primavera tremolante en el viento de La
Mancha. Pienso en el rumor que recorrerá el Paraninfo de la Universidad cuando
la figura frágil de Sergio Pitol aparezca ante los académicos. ¿Qué irá a
testimoniar este tercer mexicano que recibe el lauro cervantino en Alcalá de
Henares? Me pregunto si al dar lectura a las cuartillas que sin duda llevará
preparadas y que temblarán ligeramente en su mano, el espíritu de Cisneros
pondrá oído atento a lo que tenga que decir este indiano llegado, ¡Dios mío!,
desde Veracruz.
“Quisiera
estar ahí ese día. Ahí donde vieron la primera luz el Arcipreste de Hita y
Miguel de Cervantes. Ahí donde cada 23 de abril, desde hace tres décadas, se
oficia la misa mayor del castellano en memoria del ungido del que naciera el
Caballero de la Triste Figura. Dicen que el Cervantes es el Nobel de la lengua
española. Difiero, pero hoy no tengo apetito para el debate. Yo, que del oficio
soy acólito y creo que todo escritor es escudero de la lengua, me anticipo a
saludarle: Salve, varón famoso, a quien Fortuna cuando en el trato escuderil
te puso, tan blanda y cuerdamente lo dispuso, que lo pasaste sin desgracia
alguna.
“¿Será que
Sergio -quien con Lara comparte la tenacidad por ser veracruzano- hable de
garzas en fuga, en viaje al país de un taumaturgo vienés? Mi visión del futuro
no da para tanto, pero anticipo el gozo de una locución de mi tierra que
saeteará los muros medievales en donde prédicas colosales han
reverberado.”
El árbol más
gallardo de México
Se
cumplieron 75 años de la expropiación. Esta memoria tiene un nombre. Lázaro
Cárdenas murió el 19 de octubre de 1970, 25 años exactos después del general
Calles. En esa fecha en Tzintzunzan nadie trabaja. En el Palacio Municipal hacen
un gran altar con flores y el retrato de Cárdenas. Los niños de la escuela
desfilan y luego el pueblo entero se traslada hasta el panteón con el retrato y
todo mundo reza por el eterno descanso de Tata
Lázaro.
Se cuenta
que, al morir Cárdenas, en varios pueblos tarascos se llevaron a cabo ritos
mágicos y ceremoniales de la antigua religión en un intento por hacer que
reviviera el llorado protector. De hecho, los tarascos ya han canonizado a
Cárdenas: en muchas de sus casas mantienen altares con fotos de él y veladoras
prendidas, para que los proteja desde el otro
mundo.
¿Qué hizo
Cárdenas para merecer la adoración de los tarascos? “Nos trajo unos maestros
alfareros de Tlaquepaque para que nos enseñaran a mejorar nuestros productos”,
dice una vendedora de objetos de barro. “Gracias a Tata Lázaro tenemos
electricidad y escuela”, dice Delfino Ventura Pérez, presidente de la Unión
Mutualista Tata Lázaro.
Kawabata
Y ya que
estamos en ánimo literario, en el torrente de noticias malas, tristes o
repugnantes que nos sirven a diario los medios, se cuela una brisa de viento
primaveral olorosa a flor de cerezo: en los archivos de un periódico de Fukuoka
se encontró un cuento hasta hoy desconocido de Yasunari Kawabata (La Jornada, 18 de febrero). El texto
data de abril o mayo de 1927 y se titula “Magnífico”. Es la historia de un
industrial que entierra a una joven en la tumba de su hijo discapacitado, bajo
el epitafio: “Un joven hermoso y una hermosa joven duermen
juntos”.
Quien haya
descubierto a Kawabata compartirá mi entusiasmo. En 1974 en una minúscula
librería de Saltillo, encontré al fondo de un anaquel y cubierto de polvo un
ejemplar de Lo bello y lo triste. En
mi vida había escuchado el nombre del autor. Hoy, 39 años después, aún puedo
escuchar el tañer de las campanas del templo en aquella noche de nostalgia del
personaje de Kawabata.
El cómico del año
No hay que
regatearle méritos al Maduro heredero político de Hugo Chávez y sucesor en línea
directa de Juan Orol. Con la gracia chabacana y simplona de un cantinflas
tetramundista se ha ganado a pulso un lugar en la carpa internacional; y si no
fuera la encarnación de un profundo drama, nos tendría a todos desternillados de
risa.
Los sermones
del entenado sobre las andanzas del comandante a la diestra del Señor, la
noticia de que intercedió para nombrar al Papa Francisco y la frustrada momicanonización para dejar el fiambre
en calidad de reliquia sacramental de aquí al Armagedón, hablan del estado
mental de don Nicolás… pero quizá también anuncien una nueva era: si en el
medievo se quemaba a los apóstatas y los remisos eran reformados en el potro,
tal vez pronto veamos una neo Inquisición en la tierra de Francisco de
Miranda.
Molcajete
Perdí una tarjeta de circulación. Se repone yendo al Ministerio
Público. ¿Para qué? Para que nadie pueda hacer mal uso del documento. No me
queda claro cómo un pedazo de papel con los datos de un vehículo sirva al mundo
criminal, pero ya se sabe que ante el supremo gobierno el papel del ciudadano es
callar y obedecer. Fui a la agencia del MP. “Aquí no. Formule su denuncia a
través del sitio web, que para eso hemos invertido millones”. Redacté mi acta.
Imprimí un acuse de recibo y dos anuncios de las bondades del sistema judicial
capitalino. Regresé al departamento vehicular. “Ahora tiene que ratificarla ante
el MP”. Otra vez la delegación. “Son como cinco horas de espera”. ¿Consejo?
Estar lo más temprano posible, con una copia del IFE y todos sus documentos. Falté al trabajo y
fui el primero en el MP. Uniformados, empistolados y un enjambre de vendedores
parloteaban bajo la mirada benévola de un sujeto con aires de jefe. Entregué mis
documentos. El legajo pasó a manos de otro uniformado. Éste lo examinó y lo
entregó a una mujer policía. Ella caminó 9.5 pasos a un cubículo y lo puso en el
escritorio de un tipo con mostacho, lentes y cara de desvelado. Me ordenaron
tomar asiento y estar atento. Tiempo después, el mostachón salió de su cubículo
y con voz apenas audible pronunció mi nombre. Tuve la fortuna de oírlo y acudí
solícito, preparadas las coartadas y meaculpas por mi reprobable conducta.
“Firme aquí, acá y allá. Es todo”. Nada de IFE o declaración. Dioses, dadme
paciencia, ¡pero ya!