Álvaro Petit Zarzalejos: <I> Once noches y nueve besos</I> (Carena, 2012)

Álvaro Petit Zarzalejos: Once noches y nueve besos (Carena, 2012)

    AUTOR
Álvaro Petit Zarzalejos

    LUGAR DE NACIMIENTO
Bilbao (España)

    BREVE CURRICULUM
Escritor joven, residente en Madrid, donde desarrolló sus estudios, su obra sorprende por su madurez literaria, llena de sensibilidad y unas formas armónicas. Su vocación por la cultura, con el basamento de sus estudios en Historia y una profunda dedicación a la lectura, se ha plasmado también en numerosos escritos, la mayoría de ellos difundidos a través del periódico cultural RitmosXXI.com, que dirige desde su creación



Álvaro Petit Zarzalejos

Álvaro Petit Zarzalejos


Creación/Creación
Álvaro Petit Zarzalejos: Once noches y nueve besos
Por Álvaro Petit Zarzalejos, lunes, 10 de diciembre de 2012
Quien se adentre en la lectura de Once noches y nueve besos entrará en un túnel que dará paso a un mundo interior construido con sentimientos, experiencias, luz, inspiración, tesoros, ríos, lágrimas, dolores en fermento…, habrá entrado en su mundo interior, en su propia alma, de la mano de un literato apasionado. Como afirma Álvaro Petit Zarzalejos al principio se trata de un vómito “sobre esos utilitarismos, sobre el practicismo exacerbado… que no nos deja respirar, ni amar…” Es el mundo asfixiante de la mediocridad, de la mirada miope que confunde lo material con lo real. Es el mundo que sobrevuela sin aparecer, que empuja a la inmersión, al viaje interior. Una suerte de vena mística que reza “a la deidad que quiera escucharme” subyace en cada fragmento del libro. Una mística en la que caben todas las deidades, humana, laico-creyente, con la diosa amor inoculada en cada uno de sus átomos. Pero no es la luz, sino el túnel, el protagonista; es el camino oscuro que, sin salir de uno mismo sondea por “Allá, en los albores de la eternidad”. Inserta en la colección de poesía, Once noches y nueve besos es, sin embargo, una obra en prosa que indaga en los caminos poéticos.

Primera Noche

 

Hay una silla vacía en el salón. Ya nadie se sienta en ella. Su florida tela está impoluta. Sola, en medio de un inmenso cuarto. Nadie se sienta en ella.

 

La luz del exterior se posa sobre ella con delicadeza, dejando claroscuros; una imagen tenebrista. El aire parece descomprimirse en su rededor, parece que está suspendida o sujeta por unos finísimos hilos de cobre ajustados al techo. A su izquierda, sobre una mesa coja, una foto en blanco y negro. Los rostros se suceden en ella, todos parecen felices, contentos, parecen pasarlo bien. Avanzar con la mirada por la foto lleva irremediablemente a los dos últimos rostros, el primero ha girado su mirada a la persona que tiene a su derecha; no tiene rostro, se ha perdido su mirada, su expresión ha desaparecido.

 

Sobre la misma mesa coja, un cigarro se consume sin miedo, haciendo bailotear el humo que de él se desprende. Un baile un tanto satírico, un baile de guerra y DE paz, de amor y de odio, que mueve el ambiente. Un cigarro que se prende y se apaga a cada momento, que aun apagado sigue consumiéndose.

 

Un pequeño rincón en soledad. Un hombre sentado junto a la solitaria silla, que enciende el cigarro cuando se apaga, que acaricia con la yema de los dedos el desaparecido rostro de la fotografía. Un hombre joven, pero herido. De su pecho inerme brotan gotas de agua tibia teñidas de carmesí. En sus manos una estilográfica que abre y cierra sin mirar. La mirada la tiene fija en la silla, la mirada teñida de sangre no se despega de ella. Mira esperando a su acompañante, a la persona que ha de ocupar ese sitio. No hay más muebles, solo dos asientos y una mesa

 

Se abre y se cierra la puerta de la habitación. Un Secreto entra en ella, etéreo y corpóreo a una vez, susurra palabras inaudibles, su sola  visión provoca la mueca del joven. Su pecho ha cesado la sangría. Lo mira, con ojos eternos, inabarcables, ¡continentales!, lo mira y se sonríe. Le ofrece el cigarro y el asiento. El Secreto se sienta y juguetea con el cigarro entre sus manos. El joven sonríe, continua mirándolo con ojos enamorados. La luz entra ahora en la sala con todo su potencial y la silla ha dejado de levitar. Ambos se cogen la mano, se dicen te quiero. No te vayas.

 

El Secreto se desvaneció. El joven cogió el cigarro caído sobre la silla y volvió a posarlo en el cenicero. Limpió la silla y miró la fotografía. El rostro desaparecido estaba allí. Alegre y vivo, mirando a los ojos sangrantes de quien tenía a su izquierda. Miradas cruzadas en las que el infinito parecía tangible...

 

El cigarro se encendía y se apagaba, seguía consumiéndose. La puerta continuaba con su vaivén y la silla se quedó otra vez en soledad. El joven volvió a deshacerse en su pecho, volvió a abrir y cerrar su pluma, seguía acariciando la fotografía, de nuevo con el rostro desaparecido. No había promesas de por medio, él prometió, prometió fidelidad sin saber si iba a recibir lo mismo. No le importaba.... Un momento valía la vida entera... que el Secreto entrara y se sentara un segundo en aquella silla ya merecía la pena, ya convertía la vida en Vida.

 

Lloró, se contenía por el dolor, pero lloró todo lo que el sufrimiento le dejó. Mirando fijamente la silla, que seguía pareciendo como suspendida en el aire. La luz, aun más tenebrista

 

Minutos, horas, días, semanas, años. Le daba igual el tiempo que tuviera que esperar sentado frente a la silla vacía. No existía el tiempo, todo era presente, un presente enamorado que anhelaba el siguiente instante, que devoraba los momentos junto al Secreto.

 

Se abrió la puerta.

 

¿puedo sentarme...?

 

Segunda Noche

 

Madrid está helado. El frío atraviesa la carne y congela el tuétano de los huesos. La respiración se hace torpe y los labios no pueden abrirse mucho; las llagas que los pueblan se abrirían y comenzarían a sangrar.

 

Como con miedo, los músculos tiemblan desposeídos de su ser, ya no responden a los imperativos de la voluntad, simplemente tiemblan. La sensibilidad de la piel - ¡qué tanto te añora! -, desaparece por momentos.

 

La ventana que hay junto a la mesa en la que escamoteo los papeles, comenzó a vibrar y la sangre brotó de entre las grietas del cristal.

 

En un jardín viejo que respira muerte por cada una de sus hierbas, una joven de larga cabellera castaña se debate entre el pino y el sauce. Sus enrojecidos pómulos son las únicas facciones que dotan de expresión a su cara. Ojos vacíos, piel blanquecina y labios muertos. Nada más. Un ligero vestido de cama blanco cubre su cuerpo, un cuerpo que aún pareciendo ligero y delicado, tiembla de una forma bruta y pesada. El pelo iba y venía según quería el viento.

 

Los brazos caídos encontraban su fin en unas manos exentas de todo. El único objeto que portaba era una fotografía, que la joven asía con su mano derecha. En ella, las imágenes se iban y se venían. El pasado, el futuro y el presente se iban y se venían. Entre el marco de madera, tan pronto aparecía un recién nacido sonriente, como una anciana desdentada y curva.

 

Las largas ramas del sauce jugaban con su pelo, se enredaban y desenredaban mientras el pino, egoísta y caprichoso, acercaba su olor a la joven que miraba dubitativa a uno y otro árbol sin saber en cuál cobijarse.

 

La hierba estaba fría por el viento que congelaba, además, las gotas de humedad que quedan en ella después de haber sido cortada. Los pies de la joven, desnudos y azulados, estaban indecisos.

 

El sauce, llorón como todos, sería buen cobijo para mis lágrimas, pensó la chica. El pino, sin embargo, me llenaría con su aroma y mis lágrimas perderían su razón.

 

Los bajos del vestido bailaban al son de la sinfonía de la tormenta que acababa de sobrevenir. El cielo rompió a llorar lágrimas rojas, espesas como las cremas y a la misma temperatura que la sangre. El vestido se tiñó de manchas rojas que se resbalaban por él lentamente. Pronto, un charco de líquido rojo se formó a sus pies.

 

Un trueno resonó en lo alto y un dolor intenso, puntiagudo, le traspasó las manos. Otro trueno, y sus pies creyeron ser aguijoneados con una espada. Se derrumbó al suelo y las lágrimas brotaron. Se retorcía del dolor, como poseída por unas fuerzas desconocidas que quisieran romperle los músculos. Las horas pasaban y aún sin fuerzas ni para respirar, esas potestades malignas la movían de aquí para allá y exponían su cuerpo al caer de gotas rojas. Un grito ahogado enmudeció el ambiente. Las gotas de líquido rojo dejaron de ser tal, y unas lenguas de fuego empezaron a caer desprovistas de cualquier sentido. El orden que rige la naturaleza parecía haber huido ante tal demoníaco espectáculo.

 

Las horas se sucedieron, y el crepúsculo comenzada a invadirlo todo. Unas pequeñas barras de luz se colaban entre las hojas del pino, y por ellas se deslizada el intenso calor del sol. Algunas de esas barras, de esos rayos de luz cayeron sobre la piel de la joven. Una convulsión respondió a la cortesía del sol que pugnaba con los vientos por bañar aquel cuerpo mortecino y que tanto había sufrido.

 

La luz se retiró un instante. Desapareció y todo se quedó en penumbra. Segundos de silencio. El cuerpo de la joven no se movía. Los árboles habían dejado de bailar su mortífera danza, su aquelarre.

 

De pronto, la luz del sol volvió a aparecer en el horizonte. Lo boca, los ojos, la nariz, el cuerpo entero de la chica quedaron transidos por él y en una fuerte convulsión, quedó sin conocimiento.

 

Pasaron las horas, y el sol no se movió del lado de la joven. Horas....

 

Abrió los ojos, ahora con pupilas y color, y la vida volvió a entrar en sus órganos.

 

Primer beso

 

Querida parte de mí que vive en H:

 

¡A menudo corazón has ido a parar! De lo mejor que hay, así que no te quejes ni le des problemas porque ha tenido la amabilidad de acogerte y darte las posibilidades que yo no podía ofrecerte. Aprovéchalas, no seas terca, querida parte de mi que vive en H. Sé que de vez en cuando te gustaría volver junto a mí, pero aguanta tus envites y quédate en el corazón que quiso acogerte.

 

Aprovecho para decirte algo que quizás, debí haberte dicho hace mucho. Nunca he sido mucho, ni muy importante ni muy listo, ni muy guapo. He sido normalito, muchas veces oscilando la mediocridad. Quizás tus sentimientos hacia mí no te permitan ver esto muy claro, pero es así. Y por ello somos tan afortunados, por eso deberíamos estar infinitamente agradecidos por haber encontrado un corazón tan digno - ¡el mejor que yo he conocido! – dispuesto a acogerte.

 

No estoy dividido. Nunca he estado más unido.

 

Gracias a la esperanza, tú vas a poder ser mucho mejor que yo. Puedes hacerlo porque tienes capacidad de sobra y tienes, además, las posibilidades que tan digno corazón en el que moras te ofrece. ¡Por favor, aprovéchalas!

 

Si algún día oyeras que tu morada llora o se lamenta, estate presto a saltar y al punto, comiencen a brotar las primeras lágrimas, hazte presente y abrázala todo lo que puedas y más. ¡Desángrate haciéndolo!. Aunque yo no sea mucho y no haya podido mostrarte toda la belleza que hay en el mundo, hay algo que sí sabes y eso es abrazar. No serán tus abrazos los mejores, ni los que más arropen, pero sé que son sinceros y son vitales; se te va la vida en ellos. Así que recuerda, siempre que tu morada sufra, abrázala.

 

No puedo decirte mucho más todavía. Te echo de menos. Si los astros – o al Astro – quiere o tiene a bien, el corazón en el que habitas y el mío se unan en una sola piel…

 

Segundo Beso

 

En los encuentros entre tu vida y el mundo, cuando sólo el crepúsculo atiende a tu andar, el cielo se estremece por las lágrimas que un día brotaron de tus ojos y de las sonrisas que siempre reina en tu cara.

 

En ese día, el Cielo, tan cerrado como parece por los avatares de los hombres, se abre de par en par para gritar al mundo entero su presencia y empañar su dolor por tantos ultrajes cometidos contra él y secar sus lágrimas en los bajos de tu falda y volverá a gritar por el amor que en ellos encontró y volverá a los brazos de los hombres sólo porque encontró en ti la fe suficiente para luchar un poco más.

 

El vuelo de tu falda es así. Lleno de parsimonia, como un baile constante entre las nubes, entre las vidas ajenas que un día soñaron contigo, de las vidas conocidas que cada día sueñan contigo.

 

El viento frío del norte o caliente del sur la mece de un lado a otro y se une a ella en un baile sin cese ni pies, y la tela roza tus tobillos, y se impregna de gloria y de luz, y glorifica y alumbra  y el viento, unido a ella, participa en aquel baile que cada mañana se repite como si se tratara de un ritual de esperanza, en el que los hombres encuentran la paz y el sosiego necesarios para dar otra bocanada de aire y seguir respirando.

 

Enseña a amar el vuelo de tu falda. A mirar con ojos enamorados, porque son los únicos ojos que pueden apreciar aquel baile, aquella tela, aquel viento... Un mirar obligado y, aunque pueda parecer contradictorio, libertario, en el que las cadenas que atan nuestros ojos se rompen como presionadas por una fuerza mayor, y liberan las pupilas que comienzan a asombrase por todo lo que ven.



Nota de la Redacción: agradecemos al director de Ediciones Carena, José Membrive, su generosidad por autorizar la publicación de los fragmentos del libro de Álvaro Petit Zarzalejos, Once noches y nueve besos (Carena, 2012), en Ojos de Papel.