La
compañía perdurable en W. S. Merwin
Me alivia pensar
que los Grandes Hombres
son provechosa
compañía.
Thomas
Carlyle
William
Stanley Merwin (1927) posee una voz oracular, la visión que encierra toda
paradoja. Aunque parece oponerse al sentir común, cada uno de sus versos lleva
el peso de lo verdadero. Merwin sorprende por su profundísima y pausada
interrogación. Como ola desplegándose incesante en la arena, su voz es un largo
inacabado deseo, una blanca estela que el lector quisiera recorrer a su lado. El
recuerdo no es nostalgia, sino deseo de que las cosas permanezcan tal y como el
poeta las vio, y ahora las tiene
ante sí como una compañía siempre presente.
En este
volumen la antigua casa, el cerco o la mesa abren la razón de ser de su poesía,
nutrida aquí de otras poéticas, sea Eliot, Pound o Berryman, pero siempre con
esa mirada que se vuelve hacia el pasado para resignificar el sentido. El poeta
es hijo de su sed. En William Merwin, un fresno, la lengua, el alma, los dientes
son objeto de su estética, una belleza que se acusa clara como la blancura en
William Carlos Williams, reposada, antigua, acaecida mucho antes del suceso
inicial de la creación. Merwin piensa que la poesía siempre se relaciona con el
origen del lenguaje.
Traductor
desde joven, hizo suyas las voces de García Lorca, François Villon y Dante, de
quien tradujo el Purgatorio y al que suele evocar cuando habla de un
regreso a la simplicidad del lenguaje, que el mismo Dante aprendió de los
trovadores. El Purgatorio es el privilegio que Merwin patentiza en poemas
como «A la constelación de Canis Maior», donde los astros cobran una
altura dantesca en lo más alto de las esferas: «uscimmo a riveder le stelle»:
sigue creyendo en las estrellas como lo opuesto a las tinieblas, evocando aquí
al más resplandeciente Milosz. También tradujo La Chanson de Roland y,
como Pound, se interesó por las formas de la poética china, japonesa, quechua,
así como en las voces de Ajmátova y Mandelstam.
Pound
aconsejó al entonces adolescente Merwin:
Si vas a ser
poeta, tienes que trabajar en ello todos los días y escribir al menos setenta y
cinco versos cada día. Pero cuando eres joven no tienes nada que decir. Crees
que sí lo tienes, pero no es así. Ponte a traducir. La verdadera fuente es el
provenzal. Ahí es en donde los poetas están más cerca de la música. La escuchan.
A ella le escriben. Trata de aprender todo lo que puedas del provenzal e
interésate por otras lenguas como el castellano. Lee el Romancero hasta que logres
desentrañar el original, así harás mejor uso de tu inglés.
La traducción
es una de las pocas actividades del ser humano donde lo imposible se vuelve
posible en su justa continuidad.
El inicio de
la carrera de Merwin está marcado por Robert Graves y por la mitología inca.
Entendió la íntima relación entre hombre y Naturaleza como un solo cuerpo en la
palabra. ¿Cómo asume el recuerdo del paisaje haciéndose más pequeño mientras
crece y lo ve desaparecer? El niño Merwin ve desvanecerse los días y las cosas
que ahora el poeta recupera para expresar su vida, su soledad, su falta. En su
palabra, la pregunta sin réplica combate contra los vientos de marzo buscando
recobrar presencias idas.
¿A qué
universos merwinianos descender para llegar al fondo de su voz, a la extrañeza
que ocultan sus olvidos? La generación de Merwin, más unida por el momento
histórico que por una absurda clasificación de ismos, parecería originarse en
Ralph Waldo Emerson, restaurándose por la Naturaleza. No podemos sin embargo
soslayar la influencia de la savia romántica de Thomas Carlyle. Sabido es que
entre ambos pensadores existe una profunda relación epistolar que deja entrever
su inquietud por preocupaciones afines: quiénes hacen la historia, el sitio que
ocupan los mitos, el peso de la religión en la sociedad. En 1834 Emerson escribe una carta a Carlyle en la que le
dice: «Ningún poeta llega al mundo antes de
su tiempo». En estos escritos sobre su
visita a Londres, Emerson expresa su interés por la obra y el pensamiento de
tres poetas, entre ellos Carlyle. Wordsworth, Shelley, Keats y Byron habían
dicho lo suyo. La nueva generación estaba aún por expresarse. Carlyle y Emerson
no compartían una misma visión del mundo, tampoco sus tradiciones se parecían,
pero compartían una misma sinceridad y una misma verdad espiritual. Esta
espiritualidad desemboca en poetas como W. S. Merwin, en quien la
honestidad se expresa como la más alta forma de sinceridad humana, idea expuesta
más tarde por Roberto Juarroz y Antonio Porchia. Somos habla y el mundo
escritura su legado en la palabra.
Carlyle
encuentra en Las confesiones de Rousseau un aliciente, pero simpatiza más
con la idea de Montaigne: poner el oído muy cerca del corazón y escucharse. Esta
es la premisa de Merwin: abrirse al corazón de las cosas para hacerlas
renacer.
Este
poemario invita a recobrar la mitología escandinava, cuyo origen se explica a
través del Árbol Igradsil, Fresno de la Existencia, cuyas raíces se extienden
hacia el reino de Hela y las ramas se abren al Universo entero. A sus pies, en
el Reino de la Muerte, se posan tres Parcas: Pasado, Presente y Porvenir. Las
raíces se nutren del Pozo Sagrado, mientras que sus ramas son los aconteceres:
aventuras, catástrofes, sufrimientos: lo humano hecho presencia y, en Merwin,
tema de su escrituración. Cada hoja del árbol es un folio en el libro de la vida
y a su través habla no solo el poeta, sino todos los hombres y mujeres con sus
experiencias, de modo que cada poema es la breve historia de los múltiples
sucesos de su existencia, por la cual se busca perdurar.
El
poema no solo requiere de un lector, sino también de alguien que lo recree para
alguien más que seguramente ya lo leyó.
La
poesía de Merwin es un árbol donde se lee la voz de toda la humanidad. Leerlo es
ir al fondo del ojo: lo mirado emerge y refulge por la otra memoria haciendo
renacer la propia. En la lectura de sus poemas no se descifra la experiencia de
quien escribe sino la nuestra. El poeta es un espejo agujereado: no refleja sino
que abre y expande la visión, inventa otros mundos, otros tiempos. Visión. Los
poetas son almas de visión y contradicción, disocian, nos rescatan de la
catástrofe. A este rango pertenecen Denise Levertov, Robert Bly, Robert Lowell,
William Merwin... ramas en la desnuda raíz del agua que fueron y por la cual
siguen siendo presencia necesaria. Todos ellos comulgaron con la idea de la voz
como fronda en un paisaje real, imaginado, vislumbrado. ¿Es este el prototipo
del héroe espiritual?
Toda pregunta
encierra una antigua certeza y esta la necesaria angustia de escribir. Nos vemos
como somos o somos como nos vemos, según el reflejo. Lo que Merwin recoge a
través del espejo sucede en el espacio desde un presente acompañado, no por el
tiempo, sino por todo lo que este arrastra: la memoria como pasto dorado que
vibra con el viento.
El
poema que abre el presente volumen, «To This May» («A este mayo»), puede
traducirse como el mes del año, el espino o la posibilidad, aunque también
debemos recordar que uno de los libros de Merwin lleva por título The Mays of
Ventadorn, homenaje al trovador provenzal que mayor influencia ejerciera en
él y cuya obra no fue justamente valorada hasta ser rescatada por el
romanticismo.
La polisemia
empieza a actuar en nuestro cuerpo como si cada incisión del tronco formase
parte de nuestra piel y dentro sellara su palabra. En todo gran poeta nada hay
escrito que no sea fruto de lo vivido. Leer es intuir el relámpago de una voz
que, si la hacemos nuestra, se adhiere como la cal a la corteza. Estos poemas
condensan situaciones, escenas de la historia individual, ráfagas en contra del
olvido porque nada teme la voz salvo ignorar aquel dolor que da sentido al
jardín, al aula, al río, lago, edén que colma el espacio interior de
presente:
[...]
tiempo después de
desaparecer el vano
y de desplomarse la
valla
todas las estacas
cuadradas
y las sombras
intercaladas
dibujaban verdes sobre
el marrón
en las tardes de
estío
[...]
solo tu sonido al
abrirte
perdura
Este fragmento evoca a
Eliot y Graves en un intento de resignificar la historia por el mito y la
creación de un nuevo humanismo: inicio del dilema moderno. Aquí introduce el
sonido de la puerta y entra en un tú que, como en Paul Celan, es la casa que lo
contiene todo. Merwin vacía su pasado y hace de la raíz el recipiente que nombra
la cercanía:
A este
mayo
Se sabe hoy tanto más
del corazón nos dicen
pero el mundo
parece llegar uno a la
vez
un día un año una
estación y aquí
de nuevo la primavera
con sus pájaros
anidando en los huecos
de los muros
su mañana encuentra por
primera vez
su luz en apariencia
inmóvil
siempre al partir
naciendo
A manera de letanía el
poeta vuelve a sus poemas anteriores, a la lírica sálmica: «Soy el hijo del amor
/ pero dónde está mi hogar» o «Soy el hijo de la partición pero los clavos los
alambres las aldabas los pernos los cerrojos las trampas la envoltura que me
sujeta forman parte de esta herencia». Este es el Merwin en quien nos
reconocemos, presencia próxima haciendo de su voz una puerta que nos sentimos
obligados a leer e interpretar como una historia –¿sagrada?–. Sí, en el sentido
de propiciar la belleza por el sacrificio. En William Merwin las imágenes
afloran ambiguas y polisémicas en poemas como «To the Ashes» («A las cenizas» ¿o
a los fresnos?), «To an Old Acacia» («A una vieja acacia», ¿será al Sol?), «To
My Teeth» («A mis dientes», ¿una guerra sin fin?). Este último encierra en su
contorno la imagen de una boca perdiendo uno a uno sus dientes como Ulises
pierde uno a uno sus hombres.
De Homero a Isaías y a
Marcial, poco cambia en el modo de mirar la vida, la muerte, el más allá. El
viaje es siempre interior pero el paisaje es el universo entero cuando el poeta
logra hacerse uno con el árbol, con la puerta, con la flor. Nombrar es poner la
mirada en aquello que más deseamos recobrar. Nuestro camino hacia la muerte se
manifiesta en el deseo de vida. De ahí que el deseo sea como un ciego tanteando
portones, vallas y cercos de los que nadie puede salir, no al menos los lectores
cercanos a Merwin porque se toparían necesariamente con sus remordimientos, con
las palabras, con el pasto del otoño.
Esta poesía está
escrita para quien desee descifrarla. Hay que abrazar la acacia como si fuera el
mismo Sol de Stevens o la luz solar de Bishop. Dejan de ser lo que son y abrazan
una religiosidad que adquiere la gracia de una alegoría, idea cabalística más
que órfica pues todos, consciente o inconscientemente, conformamos la historia
sagrada que hay en cada poema. El deseo abre puertas y revela significados no
antes vistos y se nutre de ellos como la raíz de su sombra. El espejo, deseo
naciente, nos permite caminar en la palabra como los días caminan sobre los
días:
[...]
fijos tus
ojos
en la visión
que aún no ves
no aún
ahí
mientras tú
seas solo tú
misma
con quien
nunca
como
recuerdas
fuiste
feliz
al sentirte
siempre abandonada
En un
reciente ensayo sobre Merwin, Charles Simic dice ver en él a uno de los poetas
norteamericanos con más amplia cultura. Pienso que no es solo su cultura lo que
hace de este autor el poeta que es. La precisión en la observación siempre
conlleva precisión en el pensamiento. Merwin abre mundos y los extiende ante
nosotros en cada una de las páginas de esta Perdurable
compañía.
Por
Jeannette Lozano Clariond
Breve antología de poemas del
libro de W. S. Merwin, Perdurable
compañía
A mis
dientes
Así los
compañeros
de Ulises
que
permanecían junto a
él
después de noches
cabalgando las rutas del mar
las otras islas los
amigos
perdidos uno a uno en
el dolor
y el regreso a casa un
día
vacío una edad
futura
que ya era
suya
pero ahora cargando
cicatrices
y ennegrecidos y
desgastados y algunos
rotos imposibles de
identificar
y aún
faltan
los arrancados de su
lado
los que crecieron con
ellos
y les sirvieron por
años sin titubeos
sin pedir
nada
sentados alrededor de
antiguos lugares
a través de los
huecos
diciéndose a sí
mismos
que eran los
afortunados
por estar en su
sitio
pero se quedaría él
ahí
***
A la
constelación de Canis
Maior
Pero solo existe una de
vosotras
dicen como si algo
supieran
e incluso pudiera ser
real
un momento a la
vez
a través del viaje de
la luz
sin embargo siguen
encontrándoos
cada vez brillando más
lejos
desde antes que
creyeran en vosotras
o incluso antes de
veros
arder antes y
después
de cualquier cosa
conocida
cada una la única
dirección
y no tienen nombres
para daros
aunque es difícil
avistaros
en días
transparentes
seguimos
buscándoos
en el relámpago de la
niñez
en la llamarada de la
juventud
en las luces que
conocíamos
os hemos seguido
buscando
como al padre y a la
madre
todas las caras
encontradas
los ojos por los cuales
vimos
nuestro aliento el
pulso de nuestra sangre
las plantas de nuestros
pies nuestros cabellos
siguen
buscándoos
***
Todos los árboles
verdes
te entregan sus
anillos
las
anchurosas
cortezas de los
años
tarde y pronto
proyectan
sobre ti sus
frondas
que inesperadas se
marchan
para no
aparecer
tal como son de
nuevo
Oh estación
tuya
desde la cual ha
partido
hacia el
fuego
lejos de las verdes
voces
y los días de
verano
lejos de los
nombres
pronunciados y las
palabras entre ellos
las noches entrelazadas
las manos
la esperanza las
caras
esas edades en círculos
que danzan
en llamas como ahora
las vemos
después
aquí ante
ti
Oh tú
sin
principio
imaginable
sin final
previsible
tú de quien una vez fuimos hechos
antes de conocernos a
nosotros mismos
en esta estación nuestra
Septiembre 19, 2001
***
A la bicicleta
de Zbigniew Herbert
Ya que en
realidad
nunca te
poseyó
aunque quizá lo
anhelase
en
secreto
y solo en sueños
conoció
cada superficie y
detalle tuyos
destellos de rayos y
cromo
olores de grasa y
hule
negros eslabones de la
cadena
día tras
día
estabas ahí sin que te
vieran
así que nunca tuvo
que
ocultarte o
guardarte
pues nadie podía
verte
y aunque él
nunca
aprendió a andar en
bicicleta
a balancear tu
redondo
peso
tambaleante
sobre los dos pequeños
dedos
de agua
deslizándose
por
debajo
y cuando se encontraba
lejos
manos en el manillar
pies sin tocar tierra
podías
llevarlo
a cualquier
parte
por fin como
lluvia
a través de la
lluvia
invisible como
eras
Septiembre 21,
2001
***
Al próximo
invierno
Poco después de las
once los fuegos artificiales
de la última fiesta del
otoño comienzan
a lanzar sobre el valle
sus primeras luces
aquí y allá trepando
lentos a través de la fina lluvia
hasta desaparecer en la
oscuridad
más allá del estrépito
de la feria y de los rostros
inmóviles iluminados
por la rueda de la fortuna
ese preciso momento en
que miran calmos y radiantes
qué celebran ahora
cuando los bellos días
han terminado y las
hojas viejas caen
y los campos se
desnudan este año al terminar
una estación y nos
quedamos contemplando
las breves llamaradas
en el silencio del cielo
sin saber qué nos
quieren decir
Septiembre 23,
2001
Nota de la Redacción:
agradecemos la generosidad de Vaso Roto
Ediciones por permitir la publicación del prólogo de
Jeannette Lozano Clariond y la selección de poemas de W. S. Merwin en
Ojos
de
Papel.