Edward Thomas: <i>Poesía completa</i> (Ediciones Linteo, 2012)

Edward Thomas: Poesía completa (Ediciones Linteo, 2012)

    TÍTULO
Poesía completa

    AUTOR
Edward Thomas

    EDITORIAL
Ediciones Linteo

    TRADUCCCION
Ben Clark

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-96067-81-3. 2012, 1ª ed. 424 páginas. 25 €



Edward Thomas (1878-1917), en 1915 (fuente: http://net.lib.byu.edu)

Edward Thomas (1878-1917), en 1915 (fuente: http://net.lib.byu.edu)


Creación/Creación
Edward Thomas: Poesía completa
Por Edward Thomas, lunes, 9 de julio de 2012
Cuando su amiga Eleanor Farjeon le preguntó al recién alistado Edward Thomas por qué luchaba, se agachó y, agarrando un puñado de tierra, dijo severamente: «literalmente, por esto». Escrito en sólo dos años, previos a su muerte en combate, la obra poética de quien fue el mejor amigo de Robert Frost se erige hoy como un singular testimonio de una época y de un paisaje que, tras la Gran Guerra, nunca regresarían. La Poesía Completa de Thomas es una experiencia fascinante y misteriosa, obra de quien Philip Larkin definió como «el padre de todos nosotros».


JULIO

 

Nada se mueve salvo las nubes, y en el lago cristalino

sus dobles y la sombra de mi bote.

El mismo bote se agita solamente cuando rompo

este adormecimiento de calor y soledad a flote

para comprobar si lo que veo es pájaro o una mota,

o saber si ya los bosques de la orilla están despiertos.

 

Crecieron desde el amanecer las largas horas

   –desplegadas– , y pasaron por lo alto

y por lo más profundo; he observado los serenos

   juncos suspendidos

sobre imágenes aún más serenas en un cielo de imágenes:

nada había que mereciera la pena pensar tanto;

todo lo que las tórtolas dicen, por entre las lejanas hojas,

desborda mi mente de satisfacción, así tendido en calma.

 

 

CINCUENTA HACES

 

Allí están, sobre sus extremos, los cincuenta haces

que una vez fueron parte de jóvenes avellanos y fresnos

en el bosque de Jenny Pink. Ahora, junto al seto,

bien apilados, crean una barrera por la que solo

puede aventurarse el ratón y el carrizo. La primavera

que viene un mirlo o un petirrojo harán su nido allí,

acostumbrados a ellos, pensando que permanecerán

para siempre, sea lo que sea eso para un pájaro:

esta primavera ya es demasiado tarde, ha llegado

   el vencejo.

Era un día caluroso para portarlos:

nunca podrán calentarme mejor, aunque deberán

   encender

varias hogueras de invierno. Antes de que se acaben

habrá terminado la guerra, muchas otras cosas

habrán acabado, quizá, que ya no puedo prever

o controlar más de lo que pueden el petirrojo

   o el carrizo.

 

 

LA PALABRA

 

hay tantas cosas que he olvidado,

que una vez significaron mucho, o puede que no,

todas perdidas, como el hijo de una mujer sin hijos

y los hijos de este hijo que vagan en el inmaculado

abismo de lo que nunca podrá volver a ser.

He olvidado, también, los nombres de grandes hombres

que lucharon y que perdieron o vencieron en las viejas

   guerras,

de reyes y demonios y dioses, y de la mayoría

   de las estrellas.

Algunas cosas olvido que he olvidado.

Pero cosas más insignificantes hay, aún en mi memoria,

que todas las demás. Un nombre que no he olvidado

–a pesar de que se trata de un nombre vacío,

   sin concepto–

nunca puede morir porque primavera tras primavera

algunos tordos aprenden a decirlo mientras cantan.

Siempre hay uno a mediodía diciéndolo claro y

áspero –el nombre, sólo oigo el nombre–.

Mientras quizá esté pensando en el olor, más antiguo,

que es como comida, o mientras me contento

con el olor de la rosa salvaje que es como la memoria,

este nombre me es clamado, de repente,

desde algún lugar de los arbustos por un pájaro

una y otra vez, una pura palabra de tordo.

 

 

BAJO LOS ÁRBOLES

 

Cuando este viejo bosque era joven

los ancestros del tordo

cantaban con la misma dulzura,

como en los viejos tiempos.

 

No había aquí ningún jardín,

ni manzanas ni muérdago;

tampoco los niños, tan queridos,

corrían de un lado a otro.

 

Nuevo era entonces el techado,

pero el guarda era viejo,

y no tenía mucho

oro ni plomo.

 

Tan silenciosas las hayas y el tejo:

mientras él daba vueltas

por el bosque para vigilar,

pocas veces disparaba.

 

Pero ahora que él ha desaparecido

de la mayoría de los recuerdos

aún perdura

un armiño que era suyo,

 

nada más, arrugado y verde,

y sin ningún aroma,

y casi invisible

sobre la pared de esta caseta.

 

UN SUEÑO

 

Por conocidos campos con un viejo amigo caminaba

en sueños, cuando llegamos de pronto a un extraño

   riachuelo.

 

Sus oscuras aguas manaban brillantes

desde el corazón de la gran montaña hacia la luz.

Fluían un breve tramo bajo el sol, para luego

sumergirse otra vez en un foso, tan negras otra vez

como en su nacimiento; y me paré a pensar allí

en lo blancas que serían, si el día reluciera en ellas,

enroscándose y palpitando. Me cautivaron

tanto el rugido y el siseo y el poderoso vaivén del abismo

que me olvidé de mi amigo

y ni lo vi, ni lo busqué hasta el final,

cuando desperté de las aguas a los hombres

diciendo: «volveré aquí algún día».

 


 

Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Linteo la gentileza por permitir la publicación de estos poemas seleccionados del libro de Edward Thomas, Poesía completa (Linteo, 2012), en Ojos de Papel.