Pero por qué el zombi
triunfa por encima de otros engendros? ¿Por qué nos resulta más atrayente que
los vampiros, dandis del mundo de las tinieblas? ¿Por qué no podemos apartar la
vista de su mandíbula desencajada, de su piel desgarrada, de sus pasos
inseguros?
En su trabajo, profundo
y lleno de matices, Martínez Lucena ofrece algunas claves para responder a la
pregunta. Por ejemplo: el zombi es pura metáfora. Con más fuerza que ningún otro
monstruo creado por el hombre, el zombi es un espejo delante del hombre, en el
que podemos ver en qué nos hemos convertido hoy día, tal y como se lee en las
dos citas que abren el libro: la parte contrahumana, el vaciamiento del ser, la
codicia insaciable, un ahora eterno sin pasado ni futuro, en el que solo podemos
saciar este mismo instante.
Pero la atribución de
rasgos zombis a los seres humanos no es nueva, y otros trabajos ya han redundado
en el monstruo como representante de la masa social alienada, por ejemplo, o
como resorte para “pensar nuestra propia muerte y sus consecuencias, a la vez
que las condiciones de posibilidad de nuestra libertad en general y de nuestra
libertad de expresión de la propia diferencia en particular” (pág. 31). Martínez
Lucena aprovecha y va más allá para hacer disgresiones filosóficas en torno, por
ejemplo, a la metáfora. Dicho pasaje aborda al lector ya en las primeras páginas
y resulta interesantísimo: “la metáfora es un logro, una insólita ganancia
epistémica, pues dice lo posible a través de lo posible […] Cómo lo imposible se
constituye, aporéticamente, en ujier
de lo posible” (pág. 27). Al lector que espere un trato más directo de la propia
figura del zombi también le interesará Ensayo Z, ya que el autor realiza, por
ejemplo, un análisis histórico del caminante comparándolo con sus primos
hermanos ficcionales.
De este modo Martínez
Lucena analiza históricamente la encarnación del mito a partir de las figuras de
Frankenstein, Jeckyll y Mr. Hyde, Dorian Gray, el vampiro y el zombi, para
destacar la tremenda actualidad de este último porque representa a la masa
consumista que busca “deglutir a todos aquellos cuya persona todavía no ha sido
consumida, homogeneizada, apaisada, apagada, asimilada, rizomáticamente” (pág.
41). Además, da respuesta al
posible origen o fuente del fenómeno zombi, que sitúa o bien en la magia o el
vudú o en la imaginación de ciertos guionistas y novelistas, y ofrece casos
concretos de las dos posibilidades, siendo los primeros especialmente
soprendentes. En el repaso cinematográfico, Martínez Lucena despliega una
notable erudición e indica, por ejemplo, que durante algunos años los zombis de
la gran pantalla eran resultado de experimentos científicos, militares, de
invasiones extraterrestres o de extrañas y mortíferas bacterias. Fue en el film
de 1959, Invasores invisibles,
cuando el zombi fue representado por primera vez tal y como lo imaginamos en la
actualidad, a saber: ropa rasgada, brazos adelante, paso inseguro y lento, “es
el momento histórico de la aparición del zombi en toda su complejidad de muerto
viviente masivo que supone una amenaza de contagio de su condición para los
humanos supervivientes”. Aunque fue diez años después, con La noche de los muertos
vivientes, de George A. Romero, cuando quedó instaurado
el paradigma cinematográfico del subgénero zombi, crítica social incluida. Como
punto destacable cabe señalar el amplio espectro de fuentes que Martínez Lucena
utiliza, entre ellas películas –el libro viene acompañado de un pormenorizado
listado de películas de temática zombi-, series de televisión y
también cómics. Aunque se echa de menos referencias algo más gamberras, como la
genial e inimitable serie de animación Ugly Americans (donde los
zombis son orgullosos de serlo, algo que ya había pasado con el fenómeno del
vampiro), el autor nos brinda los nombres clave para entender la producción
ficcional moderna del zombi, como el de Max Brooks y su Guerra Mundial Z.
Martínez Lucena dedica
un breve pero intenso capítulo al movimiento indignado, puesto que considera al
zombi como el “contraparte del indignado, su simbiótico catalizador, porque pone
delante de nuestros ojos un grito similar al que se oyó en los arrabales de
París, en las plazas de España…”, y tras citar un pasaje del ¡Indignaos! de Hessel, critica el
“economicismo como criterio último sobre lo real”, que conforma un ciudadano
alelado y que no se preocupa por nada, ni siquiera por los actos de ultraje que
se le propinan. Además, los espectadores, los supervivientes, poco a poco, van
sucumbiendo a las lógicas de dicho sistema, aunque según Martínez Lucena tal vez
finalmente podríamos ser conmovidos o obligados a reaccionar y así escapar de la
horda caníbal.
Se trata en definitiva
de un trabajo diverso, con múltiples puntos de interés. Cada capítulo es una
constelación de conceptos, en la que el autor va relacionando ideas y arrojando
luz en nuevos rincones del fenómeno zombi. Incluso hay espacio para hablar de la
melancolía de los zombis, de la obsesión y la depresión, del derrocamiento de
las fronteras entre ser humano y animal, la culpabilidad del superviviente y el
suicidio y la eutanasia, siempre con sentido del humor, con la diana puesta en
esa cosa que reduce al ser humano a bolo digestivo y con la eterna pregunta como
telón de fondo: ¿qué sucedería en un mundo que nos llevase al límite, en el que
se pusiesen a prueba las verdades convicciones de los hombres y se abandonasen
los meros discursos morales sin justificación fenomenológica?
Ensayo Z nos permite entender mejor al zombi como nuestra cara oculta, como
una “concepción inconsciente de lo humano”, como “una perversión de lo que
somos, una cerrazón de lo que podríamos ser y un peligro que nos inquieta desde
dentro de nosotros mismos”.