Miguel Veyrat: <i>Poniente</i> (Madrid, Bartleby, 2012)

Miguel Veyrat: Poniente (Madrid, Bartleby, 2012)

    TÍTULO
Poniente

    AUTOR
Miguel Veyrat

    EDITORIAL
Bartleby

    PRÓLOGO
Antonio Crespo Massieu

    OTROS DATOS
978-84-92799-46-6. Madrid, 2012. 144 páginas. 13 €




Reseñas de libros/Ficción
Poniente de Miguel Veyrat o el encuentro en el origen
Por Marta López Vilar, lunes, 9 de julio de 2012
Tras muchos años de lecturas y relecturas, hace algún tiempo que llegué a la conclusión de que la realidad que rodea, lo que llamamos lo objetivo, en realidad, es una presencia incompleta. Desde nuestro nacimiento nos enseñan a nombrar, nos nombran a nosotros mismos. Vivimos rodeados de nombres. Pero más allá del nombre queda un vacío profundo que tan sólo en ocasiones casi epifánicas puede averiguarse. De ahí nace este nuevo libro de Miguel Veyrat, poeta de verdad que mira como tan sólo un poeta puede hacerlo: reconociendo los contornos de la realidad en la poesía. Poco hay de ensoñación en estas afirmaciones, porque Poniente es un libro real que intuye un final, cuando, en realidad, es un principio.

Odiseo entró en el Hades durante el poniente del día, tal y como relata Homero en el Canto XI. La oscuridad indefinida que abre paso a la noche fue la que determinó el diálogo entre el héroe homérico y Tiresias. Sólo la noche nombra, pero una noche que va «más allá de la noche», recordando a Carles Riba. Tiresias desveló el camino de regreso a Odiseo y en este Poniente poco hay de fin y sí mucho de principio. Es un viaje al origen. El poema que abre el libro –titulado “Al vuelo”- perfila delicadamente, pero con una fuerza subterránea invisible y firme, el cuerpo abierto que es cada uno de los poemas que componen este poemario:


Un muro blanco bordea el camino de la cañada

del rosal, coronado por cascotes

de vidrio roto. Hieren con luz de mil colores en

mi paso hacia el cantil. Todos a la vez penetran

en la piel, azafrán que desangra

hacia poniente. Aún asciendo vivo en su reflejo.

 

No hay poema sin ese abrirse como una herida recién hecha, sin esa punzada fina, aguda, por la que entra una sangre que inocula de visión y canto. Y eso es lo que acontece en este libro, hecho por y para la voz. Y nació para la voz porque sólo a través de las cosas transparentes se halla el conocimiento del mundo que Veyrat propone. Pero conocer el mundo es mirar directamente a la escisión del lenguaje, a los abismos de la palabra. Esto ha sido una constante en la obra de Veyrat (1), que conoce muy bien las palabras no sólo por su labor poética, sino también por su labor crítica y de traductor. Quien haya tenido entre sus manos un libro de este autor o un libro traducido por él, habrá podido ver cómo siempre atiende al latido subterráneo de la palabra, cómo supera sus máscaras –Dionisos fue engañado por ellas- y se sumerge hacia el fondo de sí mismo.

 

Los versos de este Poniente nacen de algo que canta en otra parte, de la certeza de la distancia que, después de hacerse canto, se hace escritura. Por eso la poesía de Veyrat siempre va un poco más allá. Se reconoce en ella el lugar sólo habitable por el sonido. La phoné es en realidad la palabra intacta, aérea, que espera ser abierta por la escritura. No puedo dejar de recordar un verso del poeta portugués António Ramos Rosa: «Soy alguien que espera ser abierto por una palabra». Eso mismo exclama la phoné de la poesía de Veyrat en el poema “Perdura el canto”:

 

Máscaras constantes

surcan el dolor. Como derivan los cuerpos a

espumas al romper por la costa y las mareas.

Será mi aliento que canta. Inesperado y solo.

Del otro lado salta maquinal un verso al aire.

Pero ahora no soy yo.

 

El aliento cantando solo, esperando el verso. Sólo tras la llegada de ese verso se adivina el sentido limpio de las cosas, también su sentido silencioso, originario, como escribe en el poema “En la bóveda púrpura”: «Acaso un mundo sin palabras / anterior / a toda vida nos aguarde». Ese mundo anterior, intacto, se articula en la superficie nítida del poema donde el lenguaje actúa como una posesión reveladora. «Deja que el lenguaje te domine», dice en ese mismo poema. Dejarse dominar por el lenguaje es arrancar de la entraña del mundo el nombre verdadero. No aquel con el que nombramos las cosas, sino aquel que nos nombra y nos hace y nos hace desconocidos. En su poema “Tan fo clara ma prima lutz” escribe:

 

Un mito me pronuncia reluciente

en las fronteras del sueño,

dijiste al mirar la lejanía

anhelando esa música insurrecta

que te llevó hasta mi pecho.

 

El anhelo no es más que la nostalgia por regresar a un origen. Y lo que llega es la música que canta y nombra la existencia del poeta.

 

En ese momento de apertura a la palabra escrita,  a esa traición necesaria –sí, la escritura siempre es una traición a la voz- el poeta, diseminado, apenas puede entregarse a esa herida de sentido. Y esa entrega denota la generosidad que el poeta tiene y mantiene con la poesía. Esto ha caracterizado toda la trayectoria de Miguel Veyrat. Nada hay en ella de oportunismo literario, de giros estilísticos para agradar a la pequeña masa lectora de poesía. Su obra es sincera, tal y como confirma en el poema “Antes del amanecer”:

 

Él es aquel hombre

viejo –libre y señor

de su luz, que danza en el punto asomado

al farallón de Poniente. Él es

quien escucha el batir de oleajes

donde los muertos se abrazan

temblando entre nombres

sobre la ausencia desnuda. Quien refleja

un naciente compás de dormida

cantiga –Verais lums

et clardatz, ramas de albor y verdad

desde el leve vacío que cabalgó

el ocaso. Y en el aire apenas

sueña un poema verdadero. De pura nada hecho.

 

Este final del poema debería servir como definición exacta de aquello que no puede definirse en sí mismo: la poesía. Poesía hecha de pura nada, poesía aérea, como la voz, que convulsiona a cada instante en una kenosis reveladora y luminosa. En eso consiste este libro, en un continuo vaciamiento de luz que una y otra vez se hace a sí misma para iluminar y cegar el canto transparente de la palabra. Escribe el poeta en el poema “Un blanco miedo”:

 

He ido donde la belleza pareció ser toda nueva

para siempre, y en el último día hallé

el primero. Aquel que cae al fulvo ardor de luz

desnudo y leve, con su juvenil sonido

por el aire. Hermoso aunque se emboce

en la primera sombra derramada sobre la página

en blanco.

 

La palabra está hecha de luz y fuego. Esa luz es la que nace de ese caer de luz de la noche más allá de sí misma. Generar el vacío de la luz, la inmensidad inacabable de lo abierto que tanto recuerda a Rilke, para encontrar la esencia y conectarlo todo en una sola palabra. Sólo así se une la escisión originaria del hombre: sabiendo que cada una de las cosas que se nombran en la poesía forman parte del hombre. La luz es esencia, pero esa esencia transformante hace que todo sea luz. Un pájaro ilumina. Una piedra ilumina. Un corazón ilumina.

 

Pocos poetas han conseguido hacer lo que Miguel Veyrat hace en este libro. No desvela el misterio, porque desvelarlo es hacerlo desaparecer, romper su naturaleza. La belleza del misterio que no puede contarse. Eso nos presenta y de eso nos hace participar la poesía de Miguel Veyrat. Escribe bellamente en su poema “Aquella bala escrita para Jacob”:

 

¿Me oyes todavía?¡Era la sed! Tu propio aliento escupe el mito que tanto daño hizo –con su venda en cruz clavada ante el paredón inmundo y sin misterio, que nunca permite iluminar lo abandonado. Y quien pensó lo más hondo, ama lo más vivo.

 

El misticismo de este libro no parte de la muerte, ya lo dije. Nada aquí muere y sí que renace constantemente, como en una continua primavera. Y estas últimas palabras de este poema lo confirman: quien piensa lo más hondo, ama lo más vivo. Qué afirmación tan necesaria al abrir un libro o al abrir los ojos después del sueño. La iniciación hacia el conocimiento no parte de la desposesión, sino del inicio. La nada a la que nos referimos no es anuladora, sino una nueva concepción del pensamiento, una nueva manera de mirar, vaciada de sí misma desde su propia iluminación.

 

Poesía que ilumina lo abandonado, aquello que siempre falta y que a cada palabra se invoca para recuperarlo. Poesía que invoca la vida, aquella de la que el hombre fue separado. Poesía en las cosas. Qué mejor regalo que ése. Poniente es un libro que (nos) hace, poesía necesaria.

NOTA
(1) En libros como Babel bajo la luna, Instrucciones para amanecer o Razón del mirlo.