Felipe Alcaraz: <i>Tiempo de ruido y soledad. Crónica novelada de los días de la Gran Crisis</i> (Almuzara, 2012)

Felipe Alcaraz: Tiempo de ruido y soledad. Crónica novelada de los días de la Gran Crisis (Almuzara, 2012)

    TÍTULO
Tiempo de ruido y soledad. Crónica novelada de los días de la Gran Crisis

    AUTOR
Felipe Alcaraz

    EDITORIAL
Almuzara

    OTROS DATOS
ISBN: 978-84-15338-48-2. Córdoba, 2012. 304 páginas. 17,95 €



Felipe Alcaraz

Felipe Alcaraz


Reseñas de libros/Ficción
Felipe Alcaraz: Tiempo de ruido y soledad. Crónica novelada de los días de la Gran Crisis (Almuzara, 2012)
Por Pedro L. Angosto, jueves, 7 de junio de 2012
A través de poco más de trescientas páginas, el ciudadano, político, profesor y escritor Felipe Alcaraz nos muestra en Tiempo de ruido y soledad un impresionante fresco de la vida política de un país que en poco más de un suspiro ha pasado de la opulencia cazurra a una crisis sin precedentes desde el final de la dictadura. La política pequeña se cruza con las personas que todo lo han dado y lo siguen dando por el bienestar de los demás en medio de un mundo en el que el concepto de democracia ha sido volado por los aires por las políticas neoconservadoras. Un libro apasionante para conocer nuestra realidad, y nuestro porvenir.

Uno de los aspectos más notables de la novela de Felipe Alcaraz es el riesgo que asume el político, el profesor y el escritor al enfrentarse a pecho descubierto a un periodo de nuestra vida que quizá todavía no se pueda llamar histórico por su proximidad; otro, hacerlo en forma de crónica novelada, lo que, sin duda, otorga al texto un dinamismo que de otro modo carecería, pero que podría acarrearle críticas metodológicas por parte quienes no son partidarios de mezclar narrativa, periodismo e historiografía, hecho este que, a nuestro entender, no tiene la menor importancia.

Desde hace muchos años -comenzaron a hablar de ello Lucien Febvre y sus compañeros de la Escuela de Annales- los historiadores debaten sobre el tiempo que debe transcurrir para poder analizar con cierto criterio de veracidad un determinado periodo histórico. Si Manuel Tuñón de Lara, a quien sigo considerando como uno de los grandes maestros, aseguraba que era menester que pasase, como mínimo, una generación, muchos historiadores actuales predican que la historiografía puede entrar en el pasado desde el mismo día en que comenzó a ser ayer, afirmación que no comparto en ningún caso, porque, en mi opinión, la buena praxis historiográfica necesita de tiempo, reposo y distancia, en absoluto de silencio: Cuando no es tiempo de la historiografía, sí lo es del testimonio, de la crónica, de la opinión, de la narrativa, del periodismo. Y es la carencia de todo eso, por razones tan obvias que no es preciso explicar, lo que ha planteado problemas gravísimos cuando muchos hemos intentado bucear en las entrañas de la terrible dictadura que asoló España durante más de cuarenta años y lo que ha permitido –aireados por los medios y editoriales más conservadoras, que son casi todos- el nacimiento de la seudohistoriografía neofranquista.

Felipe Alcaraz ha sido durante muchos años uno de los dirigentes más activos del Partido Comunista de España y de Izquierda Unida, un personaje de primera fila de la política española de las últimas décadas que no ocultó nunca su oposición a la querencia a pactar con el Partido Socialista que dentro de su partido encabezaba Gaspar Llamazares, porque para él suponía una claudicación ante las nuevas (viejas, diría yo) corrientes que estaban llevando a la socialdemocracia española a lugares de difícil retorno ideológico y causando un daño irreparable a los trabajadores, y la ciudadanía en general, al consentir, en pos de una salida de la crisis nunca visible, el aminoramiento de derechos y la sustitución de los valores democráticos por los mercantiles. En ese sentido, la postura de Alcaraz no tiene fisuras, como no las tiene tampoco su vocación literaria, su voluntad por recuperar a magníficos poetas “malditos”, como es el caso de Javier Egea, ni su ambición por dejar testimonio escrito del tiempo que le ha tocado vivir y ha vivido desde un lugar tan privilegiado como complicado. Pero, además, Felipe Alcaraz, es un profesor de literatura que sabe perfectamente cuál es el género y cuál la forma a elegir para cada uno de sus proyectos. No hay por tanto improvisación alguna al haber escogido para Tiempo de ruido y soledad la crónica novelada, sí buen criterio y conocimiento del terreno que pisa: Si exceptuamos el negrísimo periodo franquista –dónde todo estaba impregnado de un gris monocorde y nauseabundo tal como señalaba Vázquez Montalbán-, los primeros cuarenta años del siglo XX español están preñados de crónicas narrativas en las que políticos, escritores e intelectuales de todos los ramos del saber intentaban dejar constancia de su experiencia vital personal y social.

Muchos de aquellos libros desaparecieron o continúan ocultos en los anaqueles de viejas bibliotecas o archivos dónde todavía no han llegado las miradas de los pacientes y abnegados  buscadores de “tesoros” perdidos, pero otros han salido a la luz, incluso han sido reeditados y gozan del halago casi generalizado de la crítica. Es el caso de Manuel Chaves Nogales, a quién todo el mundo saluda hoy como un maestro por “oportunismo histórico coyuntural” y por méritos propios, un magnífico periodista y un gran escritor, pero ni mucho menos de la talla de otros como Carlos Esplá, Pepín Díaz Fernández, Eugenio Xammar, Isaac Abeytúa, Braulio Solsona, Fabián Vidal y tantos otros criados en la escuela periodística más excelsa de las habidas en España, aquella en la que oficiaron como sumos sacerdotes Roberto Castrovido, Alfredo Vicenti y, por qué no, Vicente Blasco Ibáñez. Sea como fuere, la obra literaria y periodística de todos ellos es hoy fundamental, imprescindible para enfrentarnos al conocimiento de ese pasado tan oscuro todavía como triste y desabrido. En este sentido, Tiempo de ruido y soledad, subtitulada como Crónica novelada de los días de la Gran Crisis, alcanza uno de sus grandes méritos, recuperar, enlazar con aquellos escritores, políticos y periodistas de antes de la guerra que contaban, para el presente y para el futuro, los aconteceres de su tiempo según su particular mirada, sin esperar a que los hechos se enfriasen, otorgándoles de ese modo el calor de lo fresco, de lo vivo, ese aroma que desprende el pan recién salido del horno.  Felipe Alcaraz ha escrito una crónica novelada de nuestros últimos años, no ha escrito historia, pero desde luego la lectura de Tiempo de ruido y soledad es obligada para quienes quieran conocer los entresijos de nuestra política reciente y absolutamente necesaria para quienes, mañana, quieran escribir la historia de estos días.

Decía Le Goff en su Saint Louis que los hombres somos hijos de nuestro tiempo, pero también de nuestros padres. Conforme me adentraba en la lectura de Tiempo de ruido y soledad me fue invadiendo una inquietante sensación que sólo disipaba el sentido del humor –a veces “malafollá granaína”- con que Felipe Alcaraz describe a muchos de los políticos y políticas de estos años descorazonadores. A saber, si nuestros padres y nuestro tiempo fueron una misma cosa, es decir, si la dictadura franquista y su secuela la transición formaron una clase política con un sentido de la ética muy por debajo del mínimo exigible para encargarse de la cosa pública, pero no sólo una clase política –a la que Alcaraz describe magistralmente- sino también un pueblo anodino, adormecido, callado y propenso a cualquier corrupción y a transigir incluso con aquellas decisiones más dañinas para el interés general y con quienes las perpetran amparándose en el sufragio universal. Y me vino esto porque la cantidad de pequeñeces, de intereses mezquinos y de afanes ajenos al bien común que se desprenden de la actitud de muchos de los protagonistas de la novela no pueden surgir de un pueblo educado, de un pueblo civilizado y cultivado en democracia, sino de otro que nunca supo –se la robaron a fuerza de paredones- de verdad en que consistía no sólo la política, sino el mero hecho de ser ciudadano. Todos, unos más que otros por su oficio o proximidad, hemos visto como medradores y logreros han sido unos de los grandes protagonistas de estos treinta y cinco años de democracia. No creo que a nadie sorprenda que tal o cual persona dedicada a la cosa pública haya hecho de ella un medio de vida, lo que en sí mismo corrompe esencialmente el concepto de democracia, pero lo que sí aturde, asombra, desconcierta, pasma, es la naturalidad con que ciertas personas de la izquierda –en los otros no sorprende nada- antepusieron, y anteponen, su interés personal, sus ansias por seguir en las alturas del poder o en sus inmediaciones, al interés general que debe conducir la acción de cualquier persona que desde la izquierda se dedique a la política. Da la sensación como si muchos de los personajes que van brotando de las páginas del libro vivieran en un mundo paralelo al que vive la inmensa mayoría de la ciudadanía, mucho más preocupados por situarse bien de cara al futuro que de trabajar por mejorar la vida de los integrantes del Tercer Estado. En ese sentido, la conversación que mantienen Griñán y Rosa Aguilar no tiene desperdicio.

Entre el mosaico de personajes que se entrecruzan o pasan de largo por la novela de Felipe Alcaraz, construyen dos debates principales: El primero, la crisis de la izquierda y la búsqueda de  una ubicación adecuada de las dos principales formaciones de esa ideología; el segundo, la crisis de la democracia. Según las tesis sostenidas por el profesor Alcaraz, la corriente liderada por Gaspar Llamazares habría conducido en breve plazo a Izquierda Unida a su desaparición o a convertirse en un apéndice del Partido Socialista Obrero Español. Las conversaciones que reproduce entre los seguidores de Llamazares y entre los que no lo son –casi todas sórdidas, entre bastidores- muestran un malestar que se hace más patente en el núcleo central de la coalición, es decir en el Partido Comunista de España, desde dónde sale un quejío ante lo que parece la crónica de una muerte anunciada que no se resignan a aceptar; por otro lado también es palpable que la intención de Llamazares no es integrar a su partido en el PSOE sino la de crear una mayoría progresista en la que Izquierda Unida tenga voz y voto. Difícil encrucijada, la estrategia defendida por Llamazares estuvo a punto de sacar por primera vez al partido del Parlamento, pero tampoco hasta hace bien poco, y no sé si ahora mismo, la defendida por Anguita y sus seguidores habría conseguido algo más. Entre medias hay otra postura, otro camino a recorrer, que es el que parte de las raíces del Partido Comunista, asume su historia y se acerca a otros movimientos como el ecologista, el anticonsumista o el 15M, movimientos en los que nace una nueva manera de entender la política que pudiera ser el verdadero lugar para Izquierda Unida o su equivalente refundado. En cualquier caso, hay una crisis de identidad muy bien descrita por Alcaraz, personas que se reúnen en privado y se juran secreto, que hablan de las masas cuando saben que las masas no existen o si existen es para ir al fútbol, soledad tras las cortinas, soledad en las sedes y en las redes, soledad en el pensamiento que se ve huérfano de su principal alimento: El aliento de un pueblo que no se identifica con sus clases directoras, que se ha aburguesado, que huye de la realidad esperando –ilusioriamente- escapar de ella. Ruido de –como decía Azaña- los cántaros que se estrellan contra los cántaros, y en medio de todo, gente honrada, gente tenaz, desprendida, generosa, capaz y luchadora que todavía cree que hay un lugar para la esperanza, un lugar que no puede salir de otra fuente distinta a la del pensamiento emancipador, liberador del género humano en su conjunto.

Genara Sampedro, quizá el único personaje imprescindible de la novela, representa la dignidad, la integridad y la esperanza y a través de ella vemos que es posible otra manera de hacer política, de recuperar la radicalidad del término y de ponerlo de nuevo al servicio del progreso y la libertad de los hombres. Sin embargo, tanto Genara como los personajes con los que comparte vivencias y sueños, se enfrentan a una democracia falseada, a una democracia que ha sido vaciada con la misma habilidad que los taxidermistas vacían el cuerpo de un animal muerto para que siga pareciendo que está vivo y se pueda colocar sin riesgo alguno –pese a su aparente fiereza- encima del aparador de la sala de estar. La democracia española nació de un pacto que tal vez fue necesario en aquel momento, pero que debió ser roto tras el golpe de Estado de 1981, al no hacerlo así, continuó su andadura atada de pies y manos y lo que se hizo de bueno –que fue mucho- costó enormes sacrificios y quedó inconcluso, amenazado siempre por las fuerza de un pasado que todavía sigue abierto como una herida que amenaza con gangrenar todo el cuerpo social porque trae al presente modos, hábitos y comportamientos pre-democráticos. Si a esa herencia maldita añadimos que a partir de 1979, con la llegada al poder de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, se impone una concepción ultraconservadora de la política y la economía en la que los ciudadanos pasan a ser considerados súbditos y las grandes corporaciones financieras dictan leyes globales de obligado cumplimiento para quienes detentan el poder bajo amenaza de anatema caso de ignorarlas, llegamos a nuestros días, a un tiempo en el que casi lo único que persiste de los grandes logros democráticos es la rutina de los comicios para elegir a unos gobernantes que ya tienen la cartilla escrita y han mostrado sus buena disposición a recitarla de pe a pa sin digresión alguna.

No todo es lo mismo, ni da igual. Así al menos me parece deducir de la lectura Tiempo de ruido y soledad, pero la asunción por una parte de la izquierda –la que más posibilidades tiene de llegar al poder- de políticas neoconservadoras ante la deriva cada vez más intransigente y brutal de la derecha mundial globalizada, deja un enorme espacio a la desesperanza y a los populismos que tanto daño hicieron al mundo durante el siglo pasado. Está claro que la socialdemocracia en el poder, en tiempos buenos, intenta ampliar los derechos sociales, pero no es capaz de articular una respuesta alternativa a la de la derecha en tiempos de crisis. Por su parte quienes están más a la izquierda parecen no haber superado todavía la desaparición de la URSS –con cuya existencia Europa era mucho más democrática que ahora bajo el yugo exclusivo de Alemania y Estados Unidos-, algo que, personalmente, creo no debería haber afectado a los partidos comunistas europeos más que lo justo, pues las distancias eran ya muy grandes, infinitas. Entre la postura defendida por Llamazares y la de quienes siguen a Anguita, había para muchos de quienes aparecen en las páginas de este libro, otra vía que habría logrado, de nuevo, conectar a la izquierda sin complejos de ningún tipo con un pueblo que se alejó de la política al calor del enriquecimiento fácil y la poca instrucción, o que tal vez, nunca estuvo interesada por ella al venir de un periodo ominoso en el que lo mejor era “ser apolítico”.

En defnitiva, Tiempo de ruido y soledad, es un libro magníficamente escrito y urdido, tanto como necesario para explicarnos este tiempo de quietud y resignación por parte de los más, y de actividad frenética en los reservados de una minoría que no ha sabido o no ha podido estar a la altura de las ideas que decían defender en un momento en que todas las fuerzas reaccionarias del planeta actúan al unísono para deshacer lo que se construyó a través de siglos de luchas y sufrimientos. Si a eso añadimos el valor histórico de los hechos que Felipe Alcaraz nos narra, tenemos, en consecuencia, un libro de imprescindible lectura.