Has ejercido el periodismo social y cultural y te has especializado
en literatura. ¿Por qué te decides a abordar una investigación con trasfondo
social? ¿Qué te llevó realmente a escribir este libro?
En el verano
de 2008, empezando a notar la crisis y con un problema de salud que me impedía
hacer ciertas cosas, me conecté al chat por el mismo motivo, supongo, por
el que entra una gran cantidad de internautas: matar el aburrimiento. Al mes, me
empezó a llamar la atención la cantidad de personas, fundamentalmente adultas,
que hacían lo mismo, hablaban con desconocidos, llenaban su tiempo entablando
conversaciones con personas que no parecían tener mucho interés en conocer y me
pregunté por qué lo hacían. Porque lo que realmente me interesó fue que las
personas con las que “hablé” en el mes de julio decían lo mismo, decían que
querían conocer gente nueva y, sin embargo, se quedaban “conociéndolas” a través
del ordenador, no daban el siguiente paso, es más, parecían temer dar ese paso,
como si estuvieran haciendo algo malo, como si hablar por el ordenador fuera un
“pecadillo” y, si pasaban a la siguiente fase, “pecaban” de lleno. Aunque
también detecté que, directamente, no les interesaba conocer a esas personas con
las que podían hablar horas, o de las que esperaban mensajes electrónicos y me
parecía una incongruencia.
Durante tres años de investigación habrás
tenido la oportunidad de encontrarte con todo tipo de individuos. ¿Existe un
retrato robot de persona que frecuenta este tipo de páginas en las que el
chat y la mensajería instantánea son las herramientas básicas de
comunicación?
Podríamos decir que hay dos perfiles que se derivan de
lo mismo: la soledad. Y se sienten así porque se han separado o divorciado y su
círculo de amistades se ha roto, porque viven en pareja pero su relación no
funciona o bien porque no tienen recursos económicos o ganas de salir y estar
con gente. Y a partir de ahí, hay dos clases de internautas: los que prefieren
refugiarse en el anonimato y a los que solo conoces si realmente hay un interés
por ambas partes, pero se sienten más “seguros” en el caso de que no quieran ir
más allá. Y sus lugares preferidos son el chat o alguna mensajería
instantánea porque la identidad sigue estando a salvo, pueden seguir escondidos,
y será casi imposible saber quiénes son realmente. Porque incluso en una
mensajería pueden parapetarse detrás de una fotografía que no es la suya y,
además, nunca conectan la cámara web y otros, que sintiéndose solos igualmente,
se muestran más participativos a través de páginas que agrupan a colectivos o de
redes sociales y que conocen personalmente a otros usuarios, pero vuelven una y
otra vez al espacio web para seguir manteniendo la relación virtual. Pero,
básicamente, la característica es la soledad y lo que se deriva de ella, la
voluntaria o la impuesta por las circunstancias.
En el libro narras
numerosos episodios -que podríamos tachar de “fuertes”-, vividos en primera
persona. Has respetado la intimidad y las intenciones de tus entrevistados sin
juzgarlos, pero ¿cómo has conseguido mantenerte detrás de la barrera? ¿Hasta qué
punto has salido indemne de la experiencia?
Cuando trabajas en un
tema en el que se mezclan las emociones o los sentimientos siempre te planteas
el mismo dilema: ¿dónde empieza el hecho noticioso y termina la intimidad de una
persona? Fue algo que pensé mucho y por eso decidí escribirlo en primera
persona, no quería que fuera un reportaje en el que contemplaba un hecho que
después describía y analizaba, aun con el riesgo que podía suponer escribirlo
como una especie de diario, siendo una autora desconocida.
Simplemente,
me pareció más honrado y coherente. Esto es algo que decido en 2010, hasta ese
momento yo sabía que era un tema periodístico, pero no sabía qué era, ni cómo
enfocarlo, solo sabía que tenía que seguir buscando y seguir conociendo gente,
bien a través del ordenador o en persona. En ese proceso, muchas veces no era la
periodista la que hablaba con alguien a través de la pantalla, personalmente
hubiera sido incapaz de encadenar una y otra entrevista durante dos años y
medio. Había ocasiones en las que me sentaba al ordenador con la intención de
averiguar tal cosa en concreto; en otras, simplemente chateaba, como
cualquier usuario, y he tenido conversaciones interesantes, divertidas y
también, frustrantes. No salí indemne, me provocó una adicción que nadie notó y
durante tres meses me descubrí como una adicta que no podía estar sin su ración
de conversación virtual diaria. Es muy fácil ocultarlo cuando estás en tu propia
casa y nadie te ve, incluso en una habitación diferente a la del resto de la
familia. Me ha costado mucho no estar todo el día pendiente del correo
electrónico. Ahora disfruto cuando estoy desconectada porque mi tiempo vuelve a
ser mío. Intento no encender el ordenador cuando llego a casa y, sobre todo,
intento no cuestionarme por qué tal persona no ha contestado ¡todavía! a mi
último mail. De hecho, no he tenido tarifa de datos en el teléfono móvil hasta
que no he terminado el libro, porque cuando dejaba el ordenador estaba offline,
ni podían localizarme ni, sobre todo, yo tenía ocasión de conectarme. Hoy por
hoy, no uso en su totalidad el smartphone, ni creo que llegue a hacerlo.
Me saturé.
Los expertos afirman que lo importante en la adicción no
es la actividad concreta que genera la dependencia, sino la relación que se
establece con ella, ¿llegaste a perder el control sobre el número de horas que
pasabas chateando?
Es muy sencillo sentarse al
ordenador y dejar de ser consciente del tiempo que hemos estado navegando. Si
además participas, interactúas -como dicen los expertos-, cuando te quieres dar
cuenta, han pasado ¿una hora, dos, tres...? Y en ese tiempo, el que se emplea
para cualquier cosa menos para trabajo, se consulta el correo, se mira una o
varias redes sociales, se abren adjuntos que nos llegan sobre una u otra cosa,
se leen noticias, se contestan mails... Y, además, le añado el estar hablando
con otros usuarios. En muchas ocasiones, sí que pensé que había estado menos
tiempo y no había sido así. En otras, me conectaba sabiendo que pasaría
bastantes horas frente a la pantalla. Pero, fundamentalmente, la época en la que
me hice adicta al chat, sí que lo perdí, definitivamente sí. Recuerdo
otra ocasión: me senté al ordenador para saber, por mí misma, cuántas horas
podría estar chateando y estuve 18, decidí hacerlo un fin de semana. Y lo
que a mí me pareció una barbaridad, cuando acabé no veía bien, me costaba pensar
y estaba tremendamente agotada. No sé, sinceramente, si lo es tanto en el caso
de otras personas porque lo comenté con más de un conocido virtual y no encontré
una reacción de gran sorpresa, así que consulté algunos foros y descubrí que en
uno de ellos comentaban un programa de televisión que la gente había estado
siguiendo durante toda la noche. Y sabes cuánto tiempo están porque se indica la
hora del comentario de cada usuario. Leí, en ese foro, cosas como: ¡es
tardísimo! Me tengo que ir a trabajar, voy a levantarme al baño para que mi
marido piense que entro a la ducha y os dejo que voy a llegar tarde al
trabajo. Al resto de participantes les parecía divertido y añadían risas a
las participaciones de ese estilo. ¿Una válvula de escape?, ¿una pérdida de la
noción del tiempo? Seguramente sea así y no se me ocurre pensar que esas
personas que estuvieron toda una noche, comentando lo que ocurría en un programa
de televisión, sean unas irresponsables al cien por cien en su vida diaria, pero
sí es significativo. Por eso pensé que probablemente lo que a mí me había
parecido un despropósito, estar chateando durante 18 horas seguidas, no
se aleje tanto de la realidad de una parte de la población que usa Internet para
comunicarse con otros.
Los motivos que empujan a cada usuario a
navegar en la Red lógicamente son diversos, pero ¿qué papel juega el anonimato?
¿Qué conclusiones sacas tras constatar que hay quizás demasiadas personas que se
sienten muy cómodas siendo anónimas o pretendiendo “ser otro”?
El
anonimato es, fundamentalmente, seguridad para la persona que no quiere dar la
cara. Pero, ¿cuántas personas hay en la vida, digamos presencial, que no se
mezclan con nadie, que apenas dejan que entres en su círculo? Internet para
ellos es el paraíso y en ese sentido creo que Internet les propicia lo que
buscan en su día a día, estar sin estar, conocer sin ser conocidos. Fue algo
que observé y anoté para preguntárselo a las psicólogas con las que me
entrevisté, yo no quería sentar cátedra pero sí observaba comportamientos y
cuando lo hablaba con la gente que iba conociendo se ponía a la defensiva, como
si se sintiera atacada. Personalmente, nunca he entendido a la gente que
pretende ser lo que no es, no me siento cómoda en mi vida cotidiana con ese tipo
de gente y en Internet lo que observé es que había muchos. Recuerdo un médico
-eso decía ser y probablemente lo fuera-, al que le encantaba charlar,
coqueteaba y me parecía normal, porque constantemente seducimos al otro,
constantemente nos estamos vendiendo ante los demás: en el trabajo, en nuestras
relaciones de amistad, de pareja... Y ¿qué hice? Jugar con la misma baraja.
Tengo la sensación de que se sintió acorralado y desapareció, como muchas otras
personas, y ahí chocaba constantemente porque volvía a decirme lo mismo: si
quieres conocer a alguien ¿cómo puedes hacerlo sin ponerle cara, voz, lenguaje
corporal, reacciones ante algo concreto...? Es imposible, y nunca juzgué que
solo frecuentaran Internet lo que no entendía y, sigo sin entender, es por qué
decían que querían conocer a alguien. Si me hubieran dicho que querían medio
conocer, no habría escrito este libro. Algo que sí observé en los hombres,
digamos, más provocadores, es que cuando les decía: ¡vale, conozcámonos! siempre
salían huyendo, fui incapaz de hacerles entender que para sentir algo por
alguien tengo que compartir experiencias con esa persona y, sobre todo, nunca
unas letras podrían despertarme un sentimiento más profundo, podrían despertar
mi interés, podrían fascinarme, pero la fascinación no es un cimiento sólido. Ni
siquiera en una relación de amistad. En ese sentido, y aunque muchas de las
personas que conocí no lo crean, estaba absolutamente a salvo porque puedo
conocer a mucha gente y me encanta hablar con las personas, pero la amistad, y
no digamos la relación de pareja, son palabras mayores.
Transmites
una visión muy crítica acerca de cómo hemos cambiado la forma en que nos
comunicamos. Lamentas, incluso, que no haya vuelta atrás, que sea de manera
irreversible y crees que estamos abusando de ciertas formas de comunicación.
¿Dónde está el peligro de todo ello?
Lo que está claro es que las
tecnologías se han colado en nuestra vida y no hay vuelta atrás. Nos pueden
localizar por el teléfono móvil en cualquier momento y en cualquier lugar, y un
gran número de personas está conectado a la red a través de los
smartphones. Ya no hay escapatoria. Cada día es más normal encontrarte a
gente que desconecta de una conversación para consultar su correo, tiene que
contestar una llamada... Chatea con el que está a kilómetros de distancia
y no le hace caso al que tiene al lado, porque el que está a kilómetros tiene
acceso directo mediante el mail o cualquier mensajería instantánea adaptada al
teléfono. Creo que Internet es uno de los mejores inventos del ser humano para
comunicarse pero está en nosotros ponerle coto, si estamos en nuestro tiempo de
ocio disfrutando con los amigos o la familia -a no ser que sea algo muy
urgente-, el teléfono (que ya es el ordenador de bolsillo) debería estar
guardado o, al menos, no deberíamos dejarle interrumpir a discreción. Como todo,
es llegar a un equilibrio: uno se toma una copa de vino, pero no la botella
entera. Simplemente creo que las aguas volverán a su cauce y cuando uno sea
consciente de que la humanidad entera le puede saludar a cualquier hora del día
y espera una respuesta, tomará cartas en el asunto y, sencillamente, contestará
cuando crea que tiene que hacerlo o se desconectará.
El uso de
Internet no provoca directamente ningún trastorno, ni crea adicción per
sé, pero a partir de trabajos de investigación como Colgados ;-) no
es descabellado concluir que estamos ante un entorno que ayuda a evidenciar
ciertas patologías, ¿no crees?
¿Alguien se convierte en
alcohólico porque se tome una copa de vez en cuando? No, simplemente disfruta de
un ritual en un momento determinado. Pero si esa sensación se transforma en
evasión continua, corre el riesgo de hundirse. Cuando alguien que se siente
solo, además de estarlo, idealiza la comunicación virtual y confunde la
realidad, es candidato a quedarse atrapado en la Red y le provocará más desazón
porque busca esa comunicación digital constantemente, pero cuando la pantalla se
apaga, no hay nadie con quien comentar, el rastro desaparece y las personas
necesitamos el contacto físico, algo que Internet no puede procurar, porque solo
es un eslabón en la cadena y nuevamente, buscas ese remedo de comunicación. Es
una espiral peligrosa, quedarse en la Red no conduce a nada positivo. La gente
que solo quiere eso, la que solo quiere llenar su tiempo, no tiene ningún
problema, pero los que quieren dejar de sentirse solos, si solamente acuden a
Internet, y solo mantienen relaciones virtuales, no encontrarán nada que les
llene al cien por cien y pueden llegar a sentirse frustrados. Porque cuando
apagas el ordenador sigues igual de solo, tus amigos virtuales no cenan contigo,
no ven una película contigo, no comparten tu espacio. Son eso, virtuales, y es
algo que se confunde más veces de las que pensamos y de las que se confiesan.
Abundando en la pregunta anterior, pero centrada en el cibersexo, una
de las conclusiones a las que llega el estudio realizado por el Instituto
Universitario USP Dexeus es que “con las nuevas tecnologías y la era de
Internet, la mensajería instantánea y los chats, se han descubierto
nuevos casos de personas enganchadas al sexo virtual”. ¿Qué opinión te merece
tal aseveración?
Una de las psicólogas a las que entrevisté, María
Cuadrado, me decía que es peligroso descubrir, a través de Internet, alguna
faceta sexual oculta y comentaba que era como entrar en una espiral de la que
era complicado escapar. El cibersexo lo veo como la práctica del onanismo
tecnológico y cuando la vida sexual de una persona se ciñe solo al cibersexo,
por lógica, no creo que sea sano. El sexo es la forma que tienes de comunicarte
físicamente, y cien por cien, con otra persona. Satisfaces y te satisfacen y
participan todos los sentidos, si se cercena y se reduce a la mitad, ¿en qué
queda? Pero nuevamente entra en juego el anonimato que, a priori,
favorece a la persona que por el motivo que sea no se siente capaz de mantener
relaciones sexuales en el sentido más tradicional de la expresión. Me he
encontrado gente que buscaba cibersexo a diferentes horas del día, gente que
decía ser joven y gente que decía ser adulto o incluso superar los 60 años y que
pasaba de una frase a la siguiente a estar en estado de excitación, o tal vez,
ya lo estaban y daban un par de minutos “por cortesía”. Es anónimo, rápido,
puedes acceder a ello en cualquier momento. No lo juzgo, porque los juegos
sexuales pueden ser tan variados como lo sea la imaginación de los
participantes, y respeto la moralidad de cada uno siempre que no se provoque un
daño a otra persona, pero no creo que sea beneficioso reducir el sexo al
cibersexo. Yo no he hecho un estudio tan meticuloso, pero sí he confirmado que
se puede obtener a través de la Red en cualquier momento, es tan fácil como
entrar a un chat de contenido sexual, en cualquier momento del día,
cualquier día de la semana.
El libro está escrito en unos años
previos al boom de otras herramientas como Facebook y Twitter, ¿crees que han
sustituido al chat tradicional o cada plataforma es frecuentada por un
tipo de usuario distinto?
No, creo que son complementos. Esa misma
pregunta me la hice hace unos meses y volví al chat, puro y duro, al
anónimo, para saber si había cambiado algo. Recuerdo que una de las veces un
hombre con el que hablé me dio su dirección de Messenger y además me proporcionó
sus datos para que le localizara en Facebook, me dijo que allí podía verle
realmente y se molestó porque yo solo le di mi dirección de Hotmail. Intenté no
contrariarle demasiado porque podía entender que se sintiera engañado, pero no
podía darle mis datos porque no quería que me identificara todavía. Hoy, con el
libro ya publicado, no tendría ningún problema. Recuerdo que me dijo que era
cocinero y que trabajaba y vivía en Madrid. Le pregunté si frecuentaba más las
redes sociales y me dijo que las había incorporado a las herramientas que había
usado hasta el momento y permitía que le localizaran en Facebook cuando la
persona le “caía” bien, y estoy segura de que lo hacía a la primera de cambio.
También es cierto que algunas personas que frecuentaban los chats se han
cansado de tanto anonimato y de no saber nunca a ciencia cierta quién era su
interlocutor/a y han ampliado horizontes, pero siguen sin conocerse porque
muchos de ellos no viven en las mismas ciudades y no tienen posibilidad de
viajar constantemente. En ese sentido, dependiendo del equilibrio emocional de
cada usuario, Facebook puede ser una herramienta fantástica o mucho más
peligrosa que el chat porque en esa red social proporcionas muchos más
datos, muchísimos más. Personalmente apenas lo he usado para hablar con gente
que no conocía, a no ser que fuera porque tuviéramos intereses comunes y aun así
me he encontrado con más de uno, en concreto hombres, que coqueteaba
abiertamente. He intentado ser cortés, sin ser cortante, y lo he dejado correr
porque es el único espacio web en el que desde el principio me mostré
abiertamente y no me parecía prudente dar a entender otra cosa.
Para
completar tu investigación has tenido la oportunidad de contar con la opinión de
expertos y has conseguido contactar con abogados, psicólogos, miembros de las
fuerzas de seguridad del Estado con cuyas aportaciones tu trabajo ha ganado en
rigor. ¿Te resultó fácil acceder a ellos?
La verdad es que sí. Todos
son personas muy ocupadas que accedieron a hablar conmigo porque el tema les
pareció interesante. La parte que se me resistió más fue la legal, porque en el
mes de julio los abogados terminan agotados del curso y hacen una especie de
inventario que les quita la poca energía con la que llegan a final de temporada,
pero incluso ahí me encontré con una respuesta muy generosa. Esa entrevista fue
casi un atraco telefónico, el abogado que me atendió, José María Anguiano,
retrasó el inicio de sus vacaciones tres horas, las que me dedicó ese día. Todos
ellos fueron muy amables y me reservaron parte de su tiempo y ampliaron
posteriormente respuestas, tanto las psicólogas, como el responsable de la
Guardia Civil, el experto en seguridad informática, el abogado...
Al
final de Colgados ;-) destacas tres entrevistas especialmente, pero ¿cuánto
material has descartado? ¿Alguien puede sentirse identificado y molesto por
salir o por no salir en el libro?
Yo no hablaría de material, son
historias personales, detrás de los nicks hay personas con sus propias vidas,
sus emociones, sus problemas y sus alegrías que accedieron a compartir conmigo.
Pero sí es cierto que hay personas a las que he conocido que no aparecen en las
páginas del libro o bien porque no formaban parte del grupo en el que me fijaba,
simplemente accedieron a Internet como podrían haber ido a un casino para matar
el tiempo y no eran usuarios activos o bien porque muchas de las personas con
las que contacté repetían una y otra vez las mismas actitudes, las
conversaciones eran las mismas, también las intenciones y terminé seleccionando,
básicamente para que el lector no se aburriera como yo me aburrí a veces de
experimentar una y otra vez lo mismo. Hay más de una persona que puede sentirse
identificada y tal vez se confunda y no sea ella porque he cambiado datos para
preservar la intimidad de la gente a la que conocí, porque hubo alguna persona
con la que entablé amistad, en la época en la que era chatera activa y en
ejercicio, de la que nadie supo. Y decidí mezclar historias para guardar el
anonimato de algunas personas, a las que aprecié mucho. Pero mis vivencias
personales son todas ciertas. Una persona, un madrileño con un trabajo de
responsabilidad en un organismo público, me dijo en tono de broma: ¿No salgo en
tu libro? ¡Qué poco interesante te resulto...! Y otras personas, seguramente, se
sorprenderán pero nunca me oculté, siempre decía que era periodista y cuando me
preguntaban por qué estaba en el chat, respondía: ¡Curioseo! También
decidí alejarme del grupo de senderismo que había encontrado en una página web,
tendría que haberles mentido descaradamente porque usaban Internet como punto de
encuentro para disfrutar conjuntamente del tiempo de ocio, pero no hacían un uso
compulsivo de la Red y, por tanto, no me parecieron parte del reportaje. Solo le
mentí a una mujer que me preguntó abiertamente: ¿Tú no estarás haciendo un
reportaje? Y contesté sin dudar: No. Ella no aparece en el libro,
supongo que respondiendo a un acuerdo entre damas del que ni siquiera llegó a
sospechar...
Internet ha contribuido a que las barreras de la
comunicación se desvanezcan. Tu libro evidencia que no siempre hacemos un uso
responsable de la herramienta, ¿crees que Colgados ;-) era un libro
necesario?
Ya no se puede decir que la forma de comunicarnos está
cambiando, porque ya ha cambiado y, como muchas otras cosas relacionadas con la
Red, nos pilla desprevenidos y nos sumamos a una corriente, a la que se suma la
gente que usa la tableta, el smartphone, la tarifa plana, la que está
registrada en ésta o aquella red social y, además, hace uso de ella. Y en medio
de todo esto, ¿qué significado tienen ahora palabras como amistad o hablar?
Ahora tenemos amigos virtuales y hablamos mediante la escritura. ¿Por qué lo
hacemos, con quién, cómo nos afecta o qué cambia en nuestra vida? Estas
preguntas fueron las que me hice, y, personalmente, no tenía respuesta, por eso
sí pensé que podía ser, cuanto menos, un aporte interesante a todo lo que
estamos usando sin que lo hayamos buscado, nos lo han ofrecido y lo
usamos.