Cada uno de los cincuenta y dos episodios que a día de hoy, cuando está a
punto de comenzar la quinta temporada, se han emitido de la serie
Mad Men,
concluye con un tema musical que asociamos a la época en que transcurre la
acción, los primeros años sesenta. En el capítulo que dio inicio a esta obra
maestra aún inconclusa, titulado
El humo ciega tus ojos, la acción
transcurre bajo la atmósfera de una célebre
canción del mismo
nombre interpretada por los
Platters, un grupo de
vocalistas afroamericanos. Su letra reproduce la vieja tensión entre el
romanticismo y el sentido común, o, lo que es lo mismo, entre la ensoñación y la
verdad. El enamorado es advertido por sus allegados de que está cegado: la llama
que arde en su corazón lanza un humo sobre sus ojos que le impide ver la
realidad. El romance acaba en fracaso, por supuesto, pero el amante, todavía
impermeable a las burlas de sus amigos, reconoce que la llama ya apagada produce
todavía el humo que continúa impidiéndole ver la verdad.
Esta es la
enigmática situación en que nos hallamos los ciudadanos en tanto que
consumidores ante la sugestión publicitaria: somos víctimas de unos engañadores
a los que exigimos que mantengan la ilusión incluso cuando ya sospechamos que no
hay verdad ninguna ni satisfacción posible tras la resplandeciente promesa de
felicidad que nos ofrecieron. Y nadie lo sabe con tanta certeza como Don Draper,
creativo publicitario de profesión y
protagonista
estelar de la serie, seguramente porque, más acá del porte
distinguido que intenta proyectar con su traje y su pelo engominado, la suya es
la historia de un paria elevado a las cimas del éxito gracias a su talento. El
primer episodio de
Mad Men revela las claves de ese peculiar sortilegio,
esa ficción
seductora por la cual el capitalismo surgido con la
prosperidad de los cincuenta en los USA se apoyará en la difusión mediática de
masas para autorreproducirse con un poder incontenible.
Al inicio de
1960 las empresas tabaqueras son presas del pánico. El
Reader´s Digest y
la Cámara de Comercio se han hecho eco de informaciones cada vez más
consistentes que demuestran que el tabaco es un poderoso agente cancerígeno.
Conviene advertir que en las oficinas de
Sterling-Cooper, empresa de
publicidad situada en la Avenida Mad de Nueva York, se consumen cigarrillos de
una forma que apenas cuarenta años después se nos antoja obscena. Se fuma a cada
momento, se enciende el cigarrillo y se produce el humo de formas que reafirman
la personalidad de cada cuál. Nadie está preparado para asumir que el tabaco va
a matarle, que de hecho está ya matando a muchos que creen que son otras las
causas de su enfermedad. “La gente adora fumar, no hay nada que esa Doctora
Goodman, el
Reader´s Digest o la Cámara de Comercio puedan hacer por
evitarlo”, afirma engoladamente uno de los publicistas.
Pero no es tan
sencillo. En 1960, fumar como Bogart o como Hayworth todavía es
cool.
Encender un cigarrillo no es, como ahora, síntoma de desorden psicológico ni
motivo de marginación social, como tampoco beber whisky de forma inmoderada en
la oficina o al llegar a casa le convierten a uno en alcohólico. Desde nuestra
perspectiva, resulta irónico que el ginecólogo lance una humillante soflama a la
joven secretaria Peggy Olson cuando ésta le pide que le recete píldoras
anticonceptivas. “No se trata de que ahora te conviertas en la puta de la
ciudad”, le indica con aire de suficiencia moral mientras enciende un cigarrillo
en la consulta. La gente quiere seguir fumando, pero no quiere que le digan que
el placer les va a enfermar. Esta incoherencia es escandalosa para cualquiera
que nunca haya desarrollado ese hábito, pero tales personas casi no existen en
el universo cultural en que se mueve Draper. En cualquier caso
Lucky Strike,
cliente más relevante de
Sterling-Cooper, exige una respuesta
publicitaria: las ventas corren el riesgo de desplomarse, se impone reaccionar.
Mientras la infantería de creativos de la agencia se devana los sesos
para satisfacer a los dirigentes de
Lucky Strike, Don Draper revela su
supuesto talento ante nosotros de forma improbable. Al contrario que en otras
series como
House o
CSI, donde el protagonista exhibe su ingenio
para resolver enigmas desde el principio, sus primeras apariciones son
titubeantes. Mientras sus subalternos creen dar con la solución, él engaña
miserablemente a su esposa con otra mujer y pregunta a un camarero negro el
porqué de la marca de cigarrillos que consume,
All Golds. Le contesta que
se los daban gratis en la guerra y que se ha habituado a ellos. “Adoro estos
cigarrillos”, dice el camarero, en el que adivinamos el cansancio de una vida
dura y llena de frustraciones. “Si desaparecieran sería una tragedia, creo que
encontraría la manera de dejar de fumar”. Draper sabe algo más que antes, pero
el caso es que está bloqueado. A los ojos de su jefe, que se impacienta al no
encontrarle en medio de la batalla por satisfacer a la tabaquera, Draper se
encuentra desparecido en combate.
La agencia consulta a una experta en
la psiquiatría de Adler. Se habla en el psicoanálisis de un instinto de muerte,
el
thánatos. El joven Pete Campbell, que envidia el lugar que ocupa
Draper, encuentra aquí su inspiración. Dado que las autoridades ya no permiten
salir al paso de las informaciones diciendo que el cigarrillo es sano, la
solución pasa por acudir al camino opuesto: explotemos el dichoso
thánatos,
si el tabaco es peligroso, entonces quizá fumar resulte interesante. Son los
valientes, los amantes del riesgo, los que aceptarán la aventura de seguir
fumando. La salida es sugerente, pero no convence, la empresa desconfía.
Tras un sueño, Don Draper reaparece en la agencia y ofrece una solución
completamente imprevista. Interroga a los dueños de
Lucky –padre e hijo-
sobre el proceso de fabricación de su producto. El hijo domina los temas de
distribución y ventas, pero no sabe nada de lo que Draper le pregunta; por el
contrario el padre sí conoce la respuesta, él sí sabe cómo se ha hecho desde
siempre un cigarrillo. Pasa lo mismo que con los cereales
Kellogg´s: es
un producto tradicional, está sujeto a un proceso que empieza con el sol y la
lluvia en las extensas praderas de América. ¿Cómo se hace un
Lucky Strike?
Es un cigarrillo tostado, he aquí la solución. La publicidad se basa en la
felicidad, te dice que lo que hagas, sea lo que sea, está bien. Desde entonces,
los paquetes de la marca incluirán esa leyenda,
toasted tobacco, eso los
distinguirá de las otras marcas, única manera de salir de la atonía en que las
ha sumido a todas la imposibilidad de salir al paso de los ataques de la
medicina.
¿Por qué la opción de Draper es aceptada por la empresa? Con
independencia de lo alejado de la verdad histórica de este relato (1), lo que se
pretende con este truco es diluir en la publicidad de la marca el efecto del
miedo de la gente. Si no es posible afirmar que el tabaco es bueno para la
salud, cualquier cosa que digamos a ese respecto hará que la gente deje de
fumar.
Lucky Strike se ha salvado porque su publicidad va a hacer que sus
clientes olviden el temor a morir de cáncer cuando encienden sus cigarrillos.
Los dueños de la empresa salen satisfechos de
Sterling-Cooper, Don ha
triunfado y es felicitado por sus compañeros. Regresa a casa por la noche en
tren, en un gesto cotidiano que reconocemos característico de una época en que
la clase acomodada ya ha decidido abandonar el tráfago infernal de las
megaciudades y trasladar su hogar al extrarradio.
2. “El amor lo
hemos inventado tipos como yo”. El sortilegio publicitario No
sabemos apenas nada de la institución clínica gracias a
Anatomía de Grey,
de igual manera que no aprendemos gran cosa respecto a la policíaca después de
una década entera de
CSI. Seguramente ahí radique parte de la atracción
que sobre nosotros ejercen
House o
The
Wire. Por su parte
Mad Men no tiene
referentes con los que compararse, al menos no teleficciones célebres. Y sin
embargo adivinamos que cualquier relato que a partir de ahora intente
aproximarse al mundo de la publicidad será incapaz de dar con las claves que
otorgan sentido a ese universo cultural tan decisivo para entender el
capitalismo contemporáneo (2).
¿Qué es la publicidad? En algún momento
del capítulo una cliente de
Sterling-Cooper reprochará a Draper su
cinismo indicándole que para muchas personas –suponemos que por ejemplo para
ella, que por cierto terminará teniendo un romance con Don- el amor no es un
vulgar eslogan publicitario. El creativo será todavía más cínico en su
contestación: “El amor lo hemos inventado tipos como yo para vender medias”.
Debemos darnos cuenta de algo esencial: el momento histórico en el que
encontramos a Draper es fundacional. Y no sólo lo es para el
marketing,
lo es para el capitalismo, que está sin duda refundándose en aquel tiempo.
Los expertos en sociología o en las llamadas ciencias del signo vienen
informándonos respecto a los procedimientos de inmersión ideológica que se
operan en la publicidad. ¿Por qué Draper convence a los dueños de
Lucky
Strike? Porque les está sometiendo –a ellos antes que a los millones de
clientes en el
laboratorio
de la Avenida Mad- a una maniobra de sugestión
publicitaria: el padre recupera escuchando a Draper la conexión esencial con el
origen, con la procedencia natural del producto que lleva toda su vida
vendiendo, con la
verdad en definitiva. La autenticidad -que nos devuelve
la comunicación con el Padre- con la verdad que se esconde tras la impostura de
los signos en los sistemas de intercambio comercial, es acaso el reclamo más
eficaz de la estrategia de
marketing. Pero este reclamo sólo es eficaz si
se coaliga con el otro gancho secreto por el cual consumimos una marca: la
distinción. En otro tiempo las personas ambiciosas iban a la Corte reclamando el
reconocimiento de su linaje, pero hoy los títulos de nobleza han perdido su
valor, de manera que para ganarnos la trascendencia que creemos merecer
necesitamos consumirla en forma de signos materiales. La función de las
mercancías o del sistema de la moda en una sociedad como la que se crea a partir
de la posguerra es funcionar como símbolos que, lejos del supuesto
“materialismo” que los metafísicos ingenuos imputan al capitalismo posmoderno,
proyectan un valor que funciona espiritualmente.
Este orden es por
supuesto insatisfactorio, pero absolutamente eficaz en su capacidad para
autorreproducirse y hacerse por tanto inasequible a la transformación. Los
objetos, al contrario que otras instancias conflictivas, se integran dócilmente
en el sistema simbólico del que me doto para reforzar mi personalidad, algo que
me resulta imposible encontrar en las relaciones humanas, donde todo se vuelve
insumisión hacia mis deseos de dominio. El mundo sería un lugar espantoso sin
mis
Lucky, no puede ser que me envenenen; no quiero que la publicidad me
diga que destruyen la salud, quiero –y por eso pago a la gente como Don Draper-
que me digan que lo que hago está bien, quiero saber que el mundo que he
conseguido ordenar en torno a mi personalidad continúa siéndome felizmente
sumiso.
¿Insatisfactorio? Claro, ¿qué creíamos? Si el amor no existe
porque ha sido inventado por desaprensivos como Draper, tampoco la felicidad
prometida habrá de ser posible. La vida, como explicó Heráclito de Samos hace
miles de años, es un devenir irreversible, lo cual resulta angustioso. Ante
ello, los objetos que consumimos nos ayudan a establecer clasificaciones
mentales y hábitos con los que conjuramos -siquiera durante los cinco minutos
que tarda el cigarrillo en consumirse o cuando en el tren pensamos en nuestro
regreso al
sweet home- a dominar ese vértigo al que la vida nos somete.
Este mecanismo psicológico puede tacharse de regresivo y neurótico, podemos
lamentarnos y maldecir al capitalismo porque nos ha adiestrado para proyectar
sobre los objetos las expectativas de paz espiritual que deberíamos buscar en
las relaciones humanas, pero las razones que están detrás de la demanda –por
ejemplo de la demanda de amor, esa que Draper cree haber inventado- son
poderosas. Dice Baudrillard refiriéndose al papel de los objetos en el orden
consumista: “Están a punto de convertirse, hoy en día en que se van borrando las
religiones y las ideologías, en la consolación de las consolaciones, en la
mitología cotidiana que absorbe la angustia del tiempo y de la muerte”
(Baudrillard, 110)
Lo que en la década de los sesenta empezaban a
descubrir los estructuralistas al hilo de los estudios semiológicos de Saussure,
o, en un sentido igualmente crítico, la sociología marxista, es lo que el
personaje de Draper ya ha empezado a intuir que le va a hacer rico: la
publicidad ha suplantado el lugar que ocuparon los grandes relatos de la
liberación a través de Dios o la Revolución en la construcción de la
subjetividad. Es una
personalidad lo que le estamos encargando a los
creativos de
Sterling-Cooper. Ya sabemos que el capitalismo industrial
produce serial y masivamente los objetos y que, por tanto, hay un riesgo de
uniformización al que todos –no solo los antisistema- tememos. Por eso
requerimos al publicista un extra: la ilusión de la distinción personal. La
construcción de ese factor decisivo se asienta sobre la fragilidad de lo
efímero, pues depende de objetos cuyo valor simbólico está sometido a un devenir
permanente, generándose una lógica de permanente transformación –eso es la moda
a fin de cuentas- que garantiza la imposibilidad real del cambio social.
Necesitamos amor, queremos que alguien se ocupe de nosotros, y esa
función la desempeñan los publicistas. El objeto es frío, quizá es incluso
hostil; no nos engañemos, si se nos ofrece como cálido es porque el publicista
le ha conferido ese calor. Pero esa labor no sale gratis. No se trata sólo de
condicionar el acto más o menos compulsivo de la compra, así sería demasiado
simple; se trata de integrarnos al consenso social. Con el consumo, no ya de la
mercancía sino del hecho publicitario mismo –porque la publicidad también se
consume, acaso sea lo único que verdaderamente se consume, pues en ella se agota
el valor del objeto-, interiorizamos las normas y evitamos al sistema la pesadez
de tener que vigilarnos y castigarnos, como sucedía en las eras represivas.
Invadidos por la banalidad y la insignificancia, el sistema de intercambio de la
mercancía-signo en el capitalismo publicitario proyecta sus sombras de opacidad
sobre una práctica social cuyas claves siguen siendo el dominio y la
explotación. Exigimos a Draper que nos diga que fumar nuestros
Lucky no
va a matarnos, o al menos que nos ayude a no pensarlo. Queremos que aquella
llama que se encendió en nuestro corazón y que nos hizo soñar con un mundo
sometido a nuestros deseos continúe proyectando su humo para seguir cegando
nuestros ojos. Incluso cuando ya no hay llama.
NOTAS
(1) La marca Lucky Strike se
anuncia como toasted tobacco desde 1917, lo cual nos induce a pensar que
Matthew Weiner, creador de Mad men, deslocaliza un dato histórico para
otorgar consistencia a su relato. Curiosamente, fue un hecho casual el que
desencadenó la leyenda de la marca. Hace más de un siglo, ardió un almacén
repleto de tabaco. El tabaco en sí no fue presa de las llamas, sólo se tostó.
Había que intentar venderlo para evitar la ruina. La aceptación entre el
público fue grandiosa. Desde entonces los cigarrillos Lucky son tostados.
Curiosamente, hoy esa cualidad no es privativa de la marca. Como indica el
propietario, todos los tabacos son tostados. “No”, contesta Draper, “todos los
demás tabacos son venenosos, Lucky Strike es tostado”.
(2) Zygmunt
Bauman habla de “sociedad líquida”. Nos sirve esa denominación para explicar la
mutación que, con el advenimiento de la sociedad de masas y el apogeo de los
media, experimenta la cultura contemporánea. De su momento más
determinante, los años sesenta, Mad men es una visión magistral. No es
casualidad que se trate de un relato sobre publicistas ni que su marco sea el de
aquella década fascinante.
BIBLIOGRAFÍA
BARTHES, Roland:
El sistema de la moda. Barcelona,
Paidós, 2003. (Trad. de Carlos Roche)
BAUDRILLARD, Jean:
-
El sistema
de los objetos. Madrid, Siglo XXI, 1994. (Trad. de Francisco González
Aramburu)
-
La sociedad de consumo. Sus mitos, sus estructuras.
Madrid, Siglo XXI, 2009. (Trad. de Alcira Bixio)
BAUMAN, Zygmunt:
-
La sociedad individualizada. Madrid, Cátedra, 2001. (Trad. de María
Cóndor)
-Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos
humanos. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003. (Trad. de Mirta
Rosenberg y Jaime Arrambide)
SERNA, Justo:
Lo
que sé de Lucky Strike. (Blog:
Los archivos de
Justo Serna. Microhistoria de un mundo hecho pedazos,
11-1-2011.