Manuel Martín-Loeches es un investigador de reconocido prestigio nacional e
internacional dedicado al estudio del funcionamiento del cerebro humano. La
atención, la memoria y la comprensión del lenguaje constituyen los principales
polos de atracción de sus investigaciones. Ha firmado una amplia relación de
artículos científicos y es autor, entre otros, de los libros
¿Qué
es la actividad cerebral? Técnicas para su estudio y
La
mente del `Homo Sapiens´. El cerebro y la evolución humana.
Imagine que no ha leído este libro, ¿qué le sugiere el subtítulo del
mismo? (La neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría)
La primera impresión es que es un subtítulo muy atrevido. No deja de ser
verdad que la neurociencia ha avanzado mucho en los últimos años, especialmente
gracias a las
técnicas
de neuroimagen, pero también es cierto que aún hay algunos temas
que se han tratado poco y para los que los datos son todavía escasos y
parciales. Los científicos tenemos la costumbre (y, en parte, la obligación) de
ser muy cautos con las conclusiones que se derivan de nuestras investigaciones.
Sin embargo, en una segunda lectura, y haciendo una mayor reflexión, también es
verdad que los escasos avances producidos hasta la fecha tienen ya muchas cosas
que decirnos a los humanos de a pie acerca de estos aspectos de nuestra vida más
íntima y emocional. Las neurociencias en general, y particularmente la
neurociencia
cognitiva, están ahora introduciéndose en temas que hasta hace bien
poco eran “tabú” para la ciencia, pues no existían herramientas adecuadas para
abordarlos. Ahora existen, y el resultado de esta situación es que en verdad
podemos hablar ya de la neurociencia de la felicidad, el amor y la sabiduría.
Parece extenderse la idea de que el uso correcto y eficiente del
cerebro es la garantía de una vida feliz. ¿Cree que el individuo tiene
oportunidades de ejercitarlo en aras de conseguirlo? Todo,
absolutamente todo, está en el cerebro. Tanto lo bueno como lo malo, los
esplendores y las miserias del ser humano. Por tanto, en este órgano que tenemos
cada uno están las claves para poder elegir entre ser feliz, amar y ser sabio, o
infeliz, solitario e ignorante. El problema muchas veces estriba en que venimos
al mundo con ciertos automatismos, productos sin duda de la evolución, de la
selección natural, que nos hacen resaltar la importancia de los aspectos
negativos de nuestra existencia y nuestra coexistencia con los demás, pues
ciertamente esta forma de ser puede haber sido preferible en medios y sociedades
más hostiles del pasado. La educación –y aquí por educación incluyo todas las
numerosas experiencias y de aprendizaje que se hayan podido tener a lo largo de
la vida-, no obstante, también tiene un importante papel en el resultado final,
de ahí la importancia y el cuidado que debemos otorgar al desarrollo individual
de los seres humanos. Finalmente, y también en relación a esto último, “la
información es poder”. Cuanto más conozcamos sobre nuestro cerebro, sobre los
automatismos con los que viene de fábrica, y cómo el resultado final es variable
dependiendo de muchos factores, entre ellos la gran
flexibilidad de
nuestro cerebro para cambiar y aprender (enriquecerse) con las
experiencias, con más probabilidad seremos capaces de usar nuestro cerebro de
una manera eficiente para conseguir una vida feliz.
Bienestar,
crecimiento psicológico y práctica espiritual son tres focos sobre los que los
autores llaman nuestra atención a lo largo de este ensayo. ¿Qué opinión le
merece el enfoque adoptado por éstos al basarse en la tradición budista?
La verdad es que los autores salen muy airosos en su enfoque y en la
justificación del mismo. Explican muy bien que su elección del
budismo como
referencia se debe al hecho de que este enfoque no implica necesariamente
creencias religiosas, que pueden ser múltiples y variadas, sino tan sólo
objetivos para una vida más plena y satisfactoria. Se puede ser ateo y compartir
estos mismos objetivos. Evidentemente, son objetivos que a la vista de todos
parecen ser perfectamente aceptables, objetivos realmente a conseguir en la vida
de cada uno. Pero por supuesto, se pueden plantear otros muchos objetivos
generales y particulares en la vida de cada uno para conseguir, como fin último,
la felicidad individual.
El bienestar puede entenderse de muchas
maneras, puede ser físico y psíquico, depender o no del dinero, de los bienes
materiales o de muchas otras cosas. El crecimiento psicológico también se puede
entender de muchas maneras, y la práctica espiritual no dejaría de ser un camino
que puede adoptar muchas formas diferentes para conseguir nuestros objetivos.
Los autores usan el budismo como ejemplo más que como dogma, y lo utilizan como
ejemplo de herramienta para conseguir nuestros objetivos, sean cuales sean
éstos. Al ser un ejemplo, el lector puede descubrir que la herramienta que están
proponiendo –el conocimiento profundo de cómo funciona nuestro cerebro- se
adapta perfectamente a todo tipo de objetivos y medios para conseguirlos. Ya he
dicho que todo está en el cerebro.
Hemos avanzado en cómo estimular y
reforzar los cimientos neuronales de los estados mentales de alegría, bondad y
perspicacia profunda, pero, ¿sabemos tanto del cerebro como para poder manipular
la mente de un individuo? Es muy posible que en el origen del
lenguaje humano esté la posibilidad de manipular la mente de otros individuos.
Incluso la nuestra propia. Al menos esto es así para algunos autores, y yo en
parte estoy de acuerdo. Desde hace cientos de miles de años, si no millones, la
evolución humana ha contado con un ingrediente importante de manipulación de los
otros. Aquel que era capaz de manipular mejor las mentes de los demás, era el
que mejores recursos obtenía y, por tanto, dejaba más descendencia. De hecho,
una de las constataciones más destacadas de la neurociencia cognitiva de los
últimos años es la existencia de mecanismos en nuestro cerebro que nos permiten
“meternos dentro” de las mentes de los demás, para entenderlas, para que
entiendan también nuestra mente y, por qué no, para manipularlas. Esos
mecanismos, y esto es importante, se encuentran poco o nada desarrollados en
otras especies, siendo la nuestra la más destacada en este sentido. Somos la
única especie de primates, por ejemplo, que tiene la esclerótica ocular blanca
(el “blanco de los ojos”), y su único fin es el de permitirnos entender las
intenciones y propósitos de los demás al saber dónde y cuánto miran, y que
entiendan también los nuestros.
La manipulación es real y constante,
para bien o para mal, y forma parte de nuestro comportamiento instintivo más
básico. La cuestión está en que mucha de esta manipulación se basa y se ha
basado en experiencias personales, conocimientos intuitivos y muchas veces poco
sistemáticos, de forma que no siempre son eficaces. Los conocimientos que
estamos consiguiendo en los últimos años desde la neurociencia cognitiva, sin
embargo, están permitiendo distinguir “el grano de la paja”, de manera que se
está sistematizando qué factores o procedimientos son realmente eficaces y
cuáles no. El conocimiento profundo y detallado de nuestro cerebro y su
funcionamiento nos permite, y nos permitirá más aún, ser más objetivos en las
formas de llevar las mentes de los demás hacia determinados objetivos.
Aquí precisamente tengo que hacer la observación de que quizá el término
“manipulación” no sea el más adecuado, ya que lleva implícito un carácter
negativo, al menos en nuestro lenguaje más cotidiano. No siempre se manipula con
malas intenciones, ni mucho menos, y ejemplos los tenemos a miles en el trato
con nuestros seres más queridos, donde una “mentira piadosa” o una verdad a
medias o endulzada de determinada manera son ejemplos de manipulación mental con
nobles objetivos. Incluso en el mundo de la educación y la docencia en general,
donde los conocimientos se aportan haciendo una selección y siguiendo un orden,
a sabiendas de lo que hay en la mente de aquellos a quienes estamos educando, de
sus posibilidades y limitaciones, y de cómo llevar esas mentes hacia la
consecución de determinados objetivos. Esto es manipulación, en definitiva, pero
con buenas intenciones.
¿Cómo ha evolucionado el individuo en
relación a la gestión del sufrimiento? La pregunta se refiere al
individuo, y la respuesta debería ser, por tanto, individual, es decir, que
depende de a qué individuo nos estemos refiriendo. Pero si sacamos algunas
conclusiones de todo lo que llevamos dicho hasta aquí, podríamos decir que la
gestión del sufrimiento por parte del individuo depende de muchos factores.
Algunos de estos son innatos, vienen condicionados o influidos de forma
importante por los genes que nos han transmitido nuestros padres. Otros factores
son ambientales, educativos, de experiencias personales, de las relaciones en el
hogar, en la escuela, en la calle, en la vida misma. Esto ha sido así desde el
principio de los tiempos, y numerosos movimientos y religiones, entre ellos el
budismo, han servido de herramientas, las más de las veces eficaces, para poder
gestionar eficazmente ese sufrimiento con el que venimos “de fábrica” por haber
sido más adaptativo estar más pendiente de lo negativo más que de lo positivo.
La ciencia está ahora aportando conocimientos en este sentido, y el libro
El
cerebro de Buda es un buen ejemplo, conocimientos que
mejorarán sin duda la forma de gestionar el sufrimiento por parte de cada
individuo. La esperanza de vida y la salud física, en general, ha mejorado
muchísimo en el último siglo gracias a los avances científicos. Ha llegado la
hora de que la ciencia aporte también de manera notable los conocimientos que
está alcanzando en los últimos años para mejorar nuestra salud y bienestar
mentales.
Nota de la Redacción: agradecemos a la revista electrónica de
ciencia, tecnología, sociedad y cultura
Tendencia21, la
cesión
de la entrevista al profesor
Manuel
Martín-Loeches, así como a su autora,
María José
de Acuña.