Viviana Fernández García: <i>La voluptuosidad de la tristeza</i> (Rdiciones Carena, 2011)

Viviana Fernández García: La voluptuosidad de la tristeza (Rdiciones Carena, 2011)

    AUTORA
Viviana Fernández García

    LUGAR Y FECHA DE NACIMIENTO
Villalba (Lugo, España), 1980

    BREVE CURRICULUM
Estudió periodismo en la Univ. San Pablo CEU y traducción en la Univ. Pontificia de Comillas-ICADE. Obtuvo el título de traductor jurado (inglés-español). En 2006 se mudó a Haití, donde fue consultora de comunicación en UNICEF e impartió clases de poesía española del siglo XX en la Univ. de Haití. Ha trabajado para la Embajada de España ante la UE, y ha cursado el máster en márketing digital del IE Business School. Fundadora de la empresa on line Lolita Blu. Es autora de la novela Taradas



Viviana Fernández García

Viviana Fernández García


Creación/Creación
Viviana Fernández: La voluptuosidad de la tristeza
Por Viviana Fernández García, miércoles, 1 de febrero de 2012
En La voluptuosidad de la tristeza, nueva novela de Viviana Fernández García, Martina sufre un embarazo psicológico y, como consecuencia de ello, su prometido Ginés cancela su boda. Su madre, preocupada por la opinión de los otros, le recomienda que se vaya durante unos meses al extranjero para alejarla de su entorno y fingir un aborto natural.


Sipralexa

-Cuéntame, Martina, ¿por qué has venido a verme?

-He perdido a un hijo hace muy poco. Desde entonces, me encuentro mal. No puedo comer ni dormir, no dejo de llorar, y creo que me estoy hundiendo en una depresión.

Ella está sentada en una butaca de cuero negro. Sus brazos caen inertes sobre su regazo como ramas frágiles y secas. Su voz es tenue y lechosa.

-Por lo que dice tu médico, Martina, tu embarazo era un embarazo psicológico. Lo que en psiquiatría conocemos como embarazo utópico o pseudociesis ¿Eres consciente de que nunca has perdido a un hijo?

El médico la mira fijamente y se detiene en la inexpresividad de sus ojos, en la delgadez huesuda de sus manos y de sus pómulos. Piensa que, posiblemente, tenga anemia. Sus labios no tienen color.

-Durante siete meses sentí cómo crecía en mí. Pensé en él, preparé su habitación, le hablé.

-Martina, tú nunca concebiste un hijo. Nunca te quedaste embarazada, ninguno de tus óvulos fue fecundado. ¿Entiendes la diferencia?

-¡Pero yo sentí cómo se movía! ¡Mis pechos goteaban leche, y no tuve el periodo¡

-Las emociones ocultas pueden manifestarse con síntomas orgánicos. Tu deseo obsesivo de ser madre provocó los síntomas gestacionales. La amenorrea o, como tú dices, la falta de periodo se debe a la disminución de dos hormonas: la hormona LH y la FSH.

Martina se pregunta cómo serán las relaciones personales de los psiquiatras. Cómo sería conocer el nombre y las causas de todos los pensamientos extraños, de todas las rarezas, de todos los monstruos que anidan en nosotros. No habría personas, sólo trastornos, enfermedades, fobias. No habría personalidades sino indicios o síntomas. ¿Podrán enamorarse de forma irracional?

La primera impresión de Martina es que su médico es un hombre frío y calculador. Posiblemente, perfeccionista e intolerante. Martina cree eso de casi todos los hombres de mediana edad con trabajos relevantes. Quizá un marido controlador y un padre tirano. Martina confía en la intuición y en las primeras impresiones. Todo lo demás son comportamientos aprendidos. Adiestramiento social, abalorios y disfraces. A la intuición no se la engaña. Es un detector de esencias. Nadie puede ocultarse ni diluirse en una primera impresión. Nuestra personalidad enmarca la mirada, tatúa las arrugas, decreta los gestos. Todo es nítido en una primera impresión.

-Da lo mismo si hubo o no hubo bebé –responde finalmente-, mi dolor y mi vacío es el mismo. Es real. He venido porque soy incapaz de tomar las riendas de mi vida. He perdido el interés por hacer cosas y no puedo permitirme el lujo de matarme.

-¿El lujo de matarte? ¿Para ti morirse es un privilegio? -El médico se apoya en el respaldo de su butaca y cruza las manos.

-En mi situación, sí, pero no puedo hacerle pasar a mi madre por lo que yo he pasado.

-Martina, podría recetarte antidepresivos y ansiolíticos pero si no averiguamos cuál fue la causa de tu embarazo psicológico y cuál es tu conflicto no resuelto, no servirán de nada. ¿Dime, por qué deseabas tanto tener un hijo?

-No sé, supongo que es lo normal cuando vives en pareja y te aproximas a la treintena. Yo quería tener un hijo como muchas otras mujeres. -A Martina le irrita tener que esforzarse en pensar y en recordar. Desea salir de la consulta cuanto antes.

-¿Tu pareja y tú llevabais mucho tiempo intentándolo?

-Mi pareja no planeó nada. Eso fue decisión mía.

-¿Mantienes esa pareja? -La voz del médico es rugosa y se atasca en el oído de Martina.

-Me dejó cuando descubrió que no estaba embarazada de verdad. Creyó que estaba loca.

-Martina, ¿vuestra relación tenía problemas y creíste que con un hijo se solucionarían?

-Todas las relaciones tienen problemas. Ginés no quería comprometerse demasiado, es dominante y egoísta. Casi ningún chico quiere... Eso es normal en los tiempos que corren. -Martina suspira y mira sin disimulo el reloj colgado en la pared, a su espalda.

-¿Por qué quisiste tener un hijo con alguien al que describes como “dominante y egoísta”?

-Ginés es un hombre autosuficiente y autoritario. Obedecer es lo único que me podía dar la libertad de no tener que tomar decisiones. Con él era, paradójicamente, más libre.

-¿Pensaste que teniendo un hijo Ginés se comprometería definitivamente?

-Íbamos a casarnos. A veces tener un hijo es el empujón definitivo para que un chico se decida a asumir responsabilidades. -Martina cree que no se ha explicado con claridad pero siente un cansancio atroz y desiste de intentar reformularlo de nuevo.

-¿Crees que si Ginés te quisiera te habría dejado por sufrir un embarazo utópico?

Martina no esperaba una pregunta tan violenta y personal, pero no se siente ofendida, sabe que el trabajo de ese hombre es hurgar en su dolor.

-Cuando el ginecólogo vio mi ombligo antes de explorarme, le pidió que nos dejara a solas. Al parecer esa es la única diferencia exterior entre un embarazo real y un embarazo psicológico. El ombligo no cambia de forma. Me exploró y me dijo que no había ningún bebé en mí. Me recomendó visitar a un psiquiatra. Yo no le creí y me enfadé. No se lo conté a Ginés y no quise ver a otro ginecólogo. Cuando él insistió en conocer el sexo de nuestro hijo, la ecografía fue contundente: no había nada en mi útero. Ginés cree que intenté manipularle para casarme con él. Piensa que lo planeé todo. Está convencido de que estoy desequilibrada.

-¿También tuviste problemas de comunicación con tus padres?

-¿Mis padres? ¿Qué tienen que ver ellos con esto?

-Martina, intento averiguar si eres una mujer alexitímica. Los embarazos psicológicos son habituales en mujeres que ocultan sus sentimientos, que tienen problemas para comunicarse con los demás. En adolescentes con un gran temor a quedarse embarazadas, en esposas que no pueden tener hijos, o se acercan a la menopausia o simplemente temen que sus maridos las abandonen si no son capaces de procrear. Tú no eres estéril y tu pareja no quería tener hijos. No estás casada. Esa presión la creaste tú o, quizá, fue una presión externa.

-¿Va a darme algo para poder dormir? –Martina siente que sólo tiene ganas de meterse en la cama y bajar las persianas.

-Vamos a empezar un tratamiento con Sipralexa. Es un antidepresivo del grupo de los inhibidores, con menos efectos secundarios. Así lograremos aumentar la cantidad de serotonina en el cerebro. Empieza tomando media pastilla al día. Ya tendremos tiempo de incrementar la cantidad. También voy a darte Xanax. Toma media pastilla por la mañana, media al mediodía y una entera antes de irte a dormir. Con esto deberías sentirte mucho más tranquila. Es importante que duermas bien. No lo mezcles con alcohol. ¿Tienes alguna pregunta?

-¿Esto me ha pasado porque estoy desequilibrada? –Martina necesita saber si Ginés y su madre tienen razón, si su cabeza funciona de forma diferente a la cabeza de los demás.

-No, Martina. No estás loca. A menudo nuestra mente ejerce una fuerte influencia sobre nuestro cuerpo. Si estamos nerviosos se nos cierra el apetito, sudamos, tenemos diarrea, dolores… El estado de ánimo hace que nuestras defensas aumenten o disminuyan. Tú, simplemente, tenías un deseo obsesivo de ser madre que alteró todo tu cuerpo. Vamos a trabajar para que seas capaz de controlar y de expresar tus sentimientos. Y, sobre todo, desterrar la idea de que has perdido un hijo. Ese hijo que has enterrado aún no fue concebido. No hay necesidad de hacer luto. Esa idea infundada puede provocarte una depresión severa. Tenemos que evitarlo.

-Para mí sí existió. Era un niño. Se llamaba Pablo –reflexiona Martina mientras recoge la receta de la mesa.

Casilla de salida

Cuando salgo de la consulta del psiquiatra, un viento glacial me golpea en la cara. No creo que la medicación y la terapia consigan que me sienta mejor, pero, por lo menos, desmenuzar los sentimientos ayuda a aliviar el estreñimiento emocional. Luxemburgo es más frío y abúlico de lo que yo recordaba. Supongo que con diez años y no habiendo conocido nada más que Ribeira, cualquier sitio me hubiera parecido frenético.

Mi abuela era asistenta, y mi abuelo, obrero. Como muchos otros gallegos habían tenido que dejar todo aquello que conocían en busca de un empleo mejor remunerado en Europa. La mayoría había ido a Suramérica y a Suiza. Los que volvían lucían prósperos y cosmopolitas.

No recordaba la casa de mis abuelos. Al verla por segunda vez no reconocí el pequeño piso interior cerca de la estación que me esperaba. Era un bajo con moqueta, la cocina era mugrienta y el baño estaba destartalado. Mis abuelos invirtieron ahí el poco dinero que ganaron y, al irse, lo arrendaron. Los primeros inquilinos fueron gallegos; más tarde, vinieron los portugueses. Cerca de un tercio de la población de Portugal vive en el extranjero. En Luxemburgo hay aproximadamente 54.000 portugueses, el 15% de la población.

Mi abuelo creía que los portugueses eran todos tristones. Su pesimismo, su dramatización del dolor, su regocijarse en la pena y la amargura. Los gallegos también sentimos fascinación por la muerte y el sufrimiento. Galicia y Portugal son dos madres de grandes senos estriados y vello púbico descuidado, con las manos gruesas y generosas, embrutecidas por el trabajo. Mi madre, como muchas mujeres gallegas, es un poco masculina y bastante aniñada. Trabajadora y coqueta. Dulce e infatigable. La madre, como la tierra que acuna y retiene, que sostiene y golpea.

Mi psiquiatra quiere saber si soy alexitímica, si tengo dificultad para expresar mis sentimientos. Debería haberle contado que cuando era pequeña fantaseaba con mi entierro. También cogía mi bicicleta y pedaleaba frenéticamente hasta llegar a un bosque. Allí me comportaba como un animal desorientado puesto en libertad. Me arrastraba por el suelo, me subía a los árboles, masticaba tierra, aplastaba bichos, gritaba y arañaba los troncos. Ese es mi mejor recuerdo de infancia. Cuando todo en mí era instinto y fluidez. Cuando no tenía curiosidad por verme desde los ojos de los demás.

Antes de llegar a casa me confundo de calle y me inunda una sensación angustiosa de orfandad y vacío existencial. Mi nulo sentido de la orientación, a menudo, me juega malas pasadas. Todo es nuevo para mí y me encuentro otra vez en la casilla de salida. La gente a mi alrededor no existe realmente. Son las fichas de ajedrez de una partida a parte.

Mi madre me ha dicho que no vuelva a Ribeira. Demasiadas preguntas, demasiadas explicaciones. Ha pactado con la familia de Ginés una coartada para mí; un aborto natural y la cancelación de la boda, de mutuo acuerdo. A partir de ahora, yo estoy en Luxemburgo trabajando, porque los sueldos y la calidad de vida son muy altos. Ya tendré tiempo de volver, o eso cree mi madre. No encuentro mi calle y me echo a llorar desconsoladamente. Me alegro de no conocer a nadie y de no tener que bajar el rostro.

El médico dijo que la ansiedad la provocan los conflictos no resueltos. Toda mi vida es un conflicto no resuelto. A punto de cumplir treinta años y no tengo pareja, ni trabajo ni una casa propia. Ni siquiera puedo volver a mi ciudad. No tengo un solo amigo al que darle mi nuevo número de teléfono. De repente me falta oxígeno y el corazón se acelera. Es como si estuviera cayendo al vacío. Peor. Sé que no voy a estrellarme y por eso no puedo cerrar los ojos y dejarme ir. Necesito correr sin rumbo. No tengo ningún bosque en el que refugiarme, pero el simple hecho de correr me alivia, y siento por un momento que sostengo las riendas de mi vida. Corro por las calles de la estación hasta reconocer la mía.

No había prisa por llegar a casa. Sólo me espera un colchón sobre el suelo y varias maletas que deshacer. Me tumbo y me cubro con el abrigo. Mañana es un día tan bueno como cualquier otro para buscar trabajo y empezar mi nueva vida.



Nota de la Redacción: agradecemos a Ediciones Carena en la persona de su director, José Membrive, la gentileza por permitir la publicación de este fragmento del libro de Viviana Fernández García, La voluptuosidad de la tristeza (Carena, 2011), en Ojos de Papel.