Jonathan Franzen: <i>Libertad</i> (Salamandra, 2011)

Jonathan Franzen: Libertad (Salamandra, 2011)

    TÍTULO
Libertad

    AUTOR
Jonathan Franzen

    EDITORIAL
Salamandra

    TÍTULO ORIGINAL
Freedom

    TRADUCCCION
Isabel Ferrer Marrades

    OTROS DATOS
Barcelona, 2011. 672 páginas. 25 €



Jonathan Franzen

Jonathan Franzen

Rebeca Yanke (Bilbao, 1978) trabaja en el diario El Mundo en Madrid desde 2004. En 2010 publicó el poemario <i>Infinitos corpúsculos</i>

Rebeca Yanke (Bilbao, 1978) trabaja en el diario El Mundo en Madrid desde 2004. En 2010 publicó el poemario Infinitos corpúsculos


Reseñas de libros/Ficción
Jonathan Franzen: Libertad (Salamandra, 2011)
Por Rebeca Yanke, martes, 3 de enero de 2012
Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren caminos en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquéllo, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.
Bolaño, 2666

En algo se ha parecido mi lectura de la Libertad de Jonathan Franzen, y el uso del artículo es intencionado, con la que hice con el 2666 de Bolaño. En ambas hubo un momento en que quise matar al autor. En la del chileno sucedió durante La parte de los crímenes, en la del estadounidense mientras leía (que) Se cometieron errores.
La novela de Franzen pesa tanto como su propio título. Una novela difícil de leer por lo pronto desde el punto de vista pragmático. Cuando uno saca la Libertad de paseo la tiene bien presente, porque pesa en el bolso, y en las manos, y también cuando se tiene dentro de la cabeza, deambulando. Es el tipo de novela torrencial a la que se refiere el profesor Amalfitano en 2666. Quieres matar al autor, pero luego sólo quieres.

Foto de Rebeca Yanke

El personaje de Bolaño puede ayudar todavía más a comprender qué hay en Libertad, y esta vez le quito el artículo porque sólo quiero referirme al libro. Amalfitano recreaba en 2666 un momento y una obra de Marcel Duchamp. El papá del urinario regaló a su hermana un cuaderno de geometría cuando esta se casó. Lo ató a un balcón, dejó que la intemperie viviera sobre él, el libro frente a lluvia, sol y vientos; y lo fotografió. Es uno de sus readymade (ver vídeo al pie del texto), se titula exactamente así, Unhappy readymade.

Y el objeto reaparece en 2666. Y se hace carne en Franzen, porque así es precisamente la Libertad que nos ofrece, unhappy readymade. Así es la novela también, unhappy readymade, un combate de verdad. Una vida a la intemperie, siempre atada a algo, siempre. La que nos presenta es la de la familia Berglund a lo largo de las décadas, desde los inicios de la unión de Patty y Walter hasta que sus hijos, Jessica y Joey, sobrepasan la veintena. Los primeros intentan enmendar los errores de la relación con sus padres repitiéndolos con sus hijos. Es el error de toda una generación frente a otra nueva. La incapacidad para demostrar afecto, por si esto puede hacer al receptor alguien más débil, o porque sencillamente no se sabe hacerlo, frente a la sobreprotección, la desmesurada atención y siempre un horizonte imposible: el reto de la perfección. En el caso de Walter todo es una cuestión moral. Patty pierde años y páginas intentando hacer las cosas ‘bien’ y sólo lo consigue una vez se le ha abierto, casi literalmente, la cabeza. Richard Katz, la estrella del rock amigo de los dos, es el que consigue que ambos vean otras partes de ellos mismos. Y él es al mismo tiempo el más lúcido y el más incapaz de los tres. Hay en la novela bellos e intensos diálogos, y todas y cada una de las sensaciones que se pueden tener cuando algo se está creando, o algo se está cerrando, yendo.

Foto de Rebeca Yanke

Jessica y Joey son jóvenes crecidos (y este adjetivo quiere ser participio) en nuevas formas de expresión y, sin embargo, los problemas de comunicación persisten entre padres e hijos. Pienso de hecho que Libertad, pese a las muchas historias complejas que aglutina y contempla, es una novela sobre la incomunicación, sobre los problemas que acarrea intentar tener una comunicación auténtica con los que nos rodean, con los que nos rodean y, además, queremos. También me parece una novela sobre la ambición, entendida no sólo esta desde el punto de vista del éxito o del dinero. Hay ambición de independencia, de que el otro nos comprenda, de que se nos quiera, de que la familia de la que procedo funcione como, creo que, debiera.

Libertad se adhiere también al género de novela campus. El género de David Lodge, de Tom Wolfe y de Michael Chabon. En algunos pasajes todo me recordaba a la novela de Wolfe Yo soy Charlotte Simmons y, en cambio, al final, me acabó pareciendo un bellísimo homenaje –por cierto, también se cita un título de McEwan, Expiación-. Es importante esa parte de novela campus que hay en Libertad, porque en ese speedico universo tan norteamericano se pueden observar muchos de los grandes vicios y de las grandes virtudes de la cultura del país. La competitividad, por lo pronto, que convierte en Patty en mucho de lo que es.

Otro rasgo del carácter de la protagonista es la ironía. La parte más seductora del personaje. Ella es la única que dispone de dos partes en el libro, es la que nos recuerda que, sin parecerlo, la novela de Franzen también está hablando de literatura, y de los grandes males a los que se enfrenta el ser humano en este siglo, además de la superpoblación, el conflicto palestino-israelí, las armas de destrucción masiva y el 11S. La depresión no se describe, se escribe, y por eso Patty acumula páginas de un manuscrito en el que se denomina a sí misma autobiógrafa. Y es precisamente ese texto sobre el que juega el azar, es decir la intemperie, el que permite a su vez otras conclusiones, otras tramas.

Foto de Rebeca Yanke

A través de las palabras de Patty se reconocen dos tipos distintos de hombre. Se reconoce el amor, pero hay cierto escepticismo a la hora de creer en él. Hay siempre una lucha en todos los personajes entre lo que creen que merecen y lo que obtienen, entre lo que deberían hacer y hacen, o no hacen, entre lo que habría que decir y no se dice por miedo a … algo, a veces cualquier cosa, y hay mucho llanto atragantado, y mucha soledad. Se reconoce pues al ser humano como alguien capaz de lo mejor y de lo peor y, a menudo, alguien capaz de cometer los peores errores por las mejores razones.

A veces la libertad es triste, porque se convierte en una retahíla de justificaciones tras una acción deliberadamente libre. Libertad dice: hay muchos niveles del yo, o para el yo, y todos traen problemas. Cuánto de ti das a los otros, cuánto de ti a los otros que más quieres, cuánto de ti das y cuánto esperas de los demás, qué expectativas tienes, si eres de los que aún las tiene, y qué estás dispuesto a aceptar. Los protagonistas de la novela, Patty y Walter, sólo entienden un poco más claro en qué ha consistido su vida cuando consiguen ver desde otra óptica no ya la familia que crearon juntos, sino también aquellas de las que provienen.



2666 a la intemperie (vídeo colgado en YouTube por uminuscula)