La novela supuso además la aparición pública de un modelo de mujer opuesto 
al admitido entonces, lo que la convirtió en pionera de un género nuevo, la 
ficción feminista. En particular ha tenido un papel importante en la concepción 
de la literatura de mujeres como Nadine Gordimer y Doris Lessing, pero sería 
injusto considerarla exclusivamente una novela feminista, o blasfema, como la 
calificó la Iglesia de Inglaterra. Es una novela en toda regla, con personajes 
que son reflejo fiel de los hombres y mujeres que habitaban entonces las granjas 
de la colonia británica, por un lado, y personajes extraños, llenos de 
sorpresas, por otro. Dura en ocasiones, muy divertida a ratos, sorprendente todo 
el tiempo.
Con estas credenciales sorprende que no haya sido traducida 
antes al español, pero lo cierto es que esta versión de Margarita Martín es una 
absoluta novedad en España, donde solo se ha publicado una obra suya, La 
mujer y el trabajo (Women and labour).
***
La víspera de la boda de tía Sannie, Gregory Rose estaba sentado al sol 
abrasador en el muro de piedra detrás de su casa de adobe y cañas. Hacía calor, 
pero él observaba atentamente una calesa conducida temerariamente por los 
cañizos en dirección a la granja. Gregory no se movió hasta que desapareció; 
entonces, notando las piedras calientes, bajó y se fue a la casa. Le dio una 
patada al cubo pequeño que estaba en el umbral y lo echó a un rincón; eso le 
hizo bien. Entonces se sentó en el cofre y empezó a cortar letras de un trozo de 
periódico. Se dio cuenta de que los recortes cubrían el suelo, los recogió y 
empezó a garabatear en el papel secante. Ensayó el efecto de diferentes 
iniciales ante el apellido Rose: G. Rose, E. Rose, L. Rose, L. L. L. L. Rose. 
Cuando cubrió toda la hoja, la miró por un momento a disgusto, y de pronto 
empezó a escribir una carta. 
Querida hermana: 
Hace mucho desde 
que te escribí la ultima vez, pero no he tenido tiempo. Esta es la primera 
mañana que estoy en casa desde hace no sé cuánto. Em siempre espera que vaya a 
la granja por la mañana; pero hoy me parece que no podría aguantar el recorrido. 
Tengo muchas noticias para ti. 
Tía Sannie, la madrastra de Em, 
se casa mañana. Hoy va a la ciudad y la fi esta de la boda va a ser en la granja 
de su hermano. Em y yo vamos a ir a caballo, pero su prima irá en la calesa con 
el alemán. Creo que no te he escrito desde que ella volvió de la escuela. No 
creo que te gustara en absoluto; hay algo tan orgulloso en ella… Cree que solo 
por ser hermosa no hay nadie bastante bueno para hablarle, y casi como si nadie 
hubiera ido a un pensionado más que ella. 
Va a ser un gran 
acontecimiento lo de mañana; todos los bóers de la zona vendrán, y bailarán toda 
la noche; pero no creo que yo baile en absoluto porque, como dice la prima de 
Em, los bailes de estos bóers son algo vulgar. Seguro que al fi nal bailo solo 
para complacer a Em. No sé por qué le gusta bailar. Em habló de celebrar nuestra 
boda el mismo día que tía Sannie; pero yo le dije que sería más agradable para 
ella si aguardaba a que acabara el esquileo y yo la llevaba a conocerte. 
Supongo que tendrá que vivir con nosotros (la prima de Em, digo) ya que 
no tiene en el mundo más que unas pobres cincuenta libras. No me gusta en 
absoluto, Jemima, y no creo que a ti te gustara. Tiene unas maneras tan 
extrañas; anda todo el tiempo conduciendo un carricoche con ese vulgar alemán; y 
yo no creo que eso sea lo que deba hacer una mujer: ir por ahí con un hombre con 
quien no está comprometida, ¿no crees? Si fuera conmigo ahora, desde luego, que 
soy casi un familiar, sería diferente. La forma de tratarme, considerando que 
voy a ser tan pronto su primo, no es agradable en absoluto. El otro día llevé mi 
álbum con tus retratos en él, le dije que podía mirarlo y se lo puse cerca; pero 
ella solo dijo: «Gracias», y ni siquiera lo tocó, como diciendo: «¿Qué son para 
mí tus familiares?». 
Tiene los caballos más salvajes en ese carricoche y 
un horroroso perro malencarado que es del alemán sentado delante y entonces 
conduce sola. A mí no me parece que sea en absoluto apropiado para una mujer 
conducir sola; yo no lo permitiría si fuera mi hermana. La otra mañana, no sé 
cómo sucedió, yo iba por el camino por el que ella venía, y esa pequeña bestia 
(Doss, le llaman) empezó a ladrarme cuando me vio (siempre lo hace, el maldito 
enano) y los caballos empezaron a dar saltos y rompieron a patadas el 
salpicadero. ¡Fue un espectáculo verlo, Jemima! Ella tiene las manos más 
pequeñas que yo he visto jamás: yo podría sujetarlas con una sola mano y no 
darme cuenta de que tenía algo salvo por su suavidad; pero ella sujetó a los 
caballos como si estuvieran hechas de hierro. Cuando quise ayudarla, me dijo: 
«No, gracias; puedo manejarlos yo. Tengo un par de bocados que, si los uso bien, 
les romperían las quijadas». Y se rio y partió. Es tan antifemenino. 
Dile a padre que el alquiler de la tierra no termina hasta dentro de 
seis meses y antes de eso Em y yo estaremos casados. Mi par de esas aves está 
criando, pero no he ido a verlas desde hace tres días. Parece que ya no me puedo 
interesar por nada. No sé qué es; no estoy bien. Si voy a la ciudad el sábado, 
haré que me vea el doctor; pero quizá vaya ella también. Es algo extraño, 
Jemima, pero jamás me encarga enviar sus cartas. Si le pregunto, no tiene 
ninguna, y al día siguiente va y las lleva ella misma al correo. No debes decir 
nada, Jemima, pero por dos veces le he traído cartas del correo con escritura de 
caballero, y estoy seguro de que ambas eran de la misma persona, porque me fijé 
en las mínimas marcas, incluso el apóstrofo de i’s. Desde luego no es 
asunto mío; pero a causa de Em, no puedo evitar sentir un interés en ella, por 
más que a mí mismo pueda disgustarme; y creo que no vale nada. Compadezco al 
hombre que se case con ella; por nada del mundo sería yo ese. Si yo tuviera una 
esposa con orgullo, haría que lo dejara, de golpe. No creo en un hombre que no 
pueda conseguir que una mujer le obedezca. Ahora, Em…, le tengo mucho cariño, 
como sabes…, pero si le digo que se ponga un vestido, se pone ese vestido; si le 
digo que se siente en un asiento, en ese asiento se sienta; y si le digo que no 
le hable a cierto individuo, no le habla. Si un hombre deja que una mujer haga 
lo que a él no le gusta, es un monigote. 
Dale mi cariño a madre y 
a los niños. El veld aquí tiene un aspecto muy bonito, y las ovejas están 
mejor desde que las bañamos. Dile a padre que el desinfectante que recomendó es 
muy bueno. 
Em te envía su cariño. Me está haciendo unas camisas de lana, 
pero no me sientan tan bien como las que madre me hizo. 
Escribe pronto a 
                             
tu amante hermano, 
Gregory
P. S. Ella ha pasado por aquí ahora mismo; yo estaba sentado en el 
muro del kraal ante sus ojos y ni siquiera ha hecho un gesto. 
G. N. R.